La Violencia y la Ley. Por Dr. José Milmaniene

Vivimos en un tiempo signado por una extrema violencia que reconoce diversas motivaciones concurrentes, y que puede ser interpretada desde diferentes discursos, tales como el socio-político, el religioso, el económico, el jurídico, etc.

Desde el punto de vista psicoanalítico sostenemos  que  la caída estructural de la figura del Padre –con el consiguiente ocaso de los ideales, la pérdida de los valores  y la degradación de la palabra –  deriva en prácticas de extrema violencia, que buscan la eliminación del semejante, tal como aconteció paradigmáticamente en la Shoá.

Durante la Shoá ,la referencia simbólica absoluta que encarna la figura de Dios (Hashem), fue reemplazada por los “dioses oscuros”, amos impiadosos  que elevaban sus caprichos arbitrarios a la categoría de Ley, y  exaltaban el odio al diferente y la violencia destructiva como su única causa.

El universo concentracionario devino en la manifestación más brutal de la violencia por parte del pueblo  más culto  de Europa, que instrumentó la tecno-ciencia al servicio de la creación diabólica de las cámaras de gas, para eliminar al Otro por su mera condición de diferente.

La sórdida y cruel planificación del exterminio sistemático de millones de seres inocentes muestra la operatoria desatada de la pulsión de muerte, cuando no está atemperada y pacificada  por la Ley simbólica del Padre ,  ni regulada por el orden normativo sociosimbólico.

El nazismo resulta la expresión del mayor colapso ético de la humanidad, y da cuenta de cómo el odio originado por la  afirmación narcisista y megalómana de los perpetradores, deriva en la violencia asesina que se ensañó con  todos aquellos que encarnan la intolerable diferencia, en particular los judíos.

El nazismo se conformó, pues, como una religión  neo-pagana, sostenida en la exaltación de la plenitud pulsional, que supone  la devoción  fetichista de la sangre, la raza y la naturaleza: ¿Cómo este régimen asentado en el exterminio de los diferentes -considerados seres despreciables en tanto no pertenecían a la raza supuesta como superior- no habría de pretender exterminar a los judíos,  que   recuerdan la sumisión constituyente del sujeto a la Ley, la fidelidad  a los Textos y el compromiso  con la transmisión del saber, asentado en el respeto por la diferencia generacional y sexual?

El dogma nazi  se sostiene sobre el  despliegue de un Yo expansivo que intenta recusar la alteridad y solazarse en la sensualidad del cuerpo pulsional, y se contrapone por ende a la ética asentada en la   supremacía  de la Ley del Padre,  que instala el espacio sublimatorio de la espiritualidad basada en el diálogo respetuoso y hospitalario entre el Yo y el Tú, como lo recuerda Martin Buber.

Los genocidios evidencian como la pulsión  de muerte puede hegemonizar la escena  histórica cuando vacilan los sistemas simbólicos, desbordados por el goce que inunda a sujetos ensoberbecidos por la arrogancia del goce pulsional,  y que  buscan  la propia afirmación étnica a costa de la eliminación de las minorías.

El resurgimiento actual de la violencia neo-nazi y de las distintas formas del “negacionismo” histórico de los genocidios (el armenio, el judío) muestra como la condición humana alberga fuertes corrientes destructivas, que persiguen la eliminación  del semejante como único modo de afirmación ontológica, por parte de sujetos inseguros y cobardes. Éstos buscan erradicar sus intensas e intolerables vivencias de  castración,  y la proyectan sobre sus potenciales  víctimas, como modo de sostener la infatuación arrogante de un Yo pleno y omnipotente que pretende desconocer la falta y la finitud.

Recordemos que,  tal como señaló Sigmund Freud, los grupos humanos se consolidan a través de vínculos de amor sublimados, en tanto los inevitables componentes de odio, derivados de la pulsión de muerte, se suelen externalizar hacia el “afuera”. Se toma así a los extranjeros, a los discapacitados,  a las minorías étnicas  y religiosas, como destinatarios de la agresión, que se exacerba frente a todos aquellos que encarnan la diferencia que evoca la temida castración, en relación a la plenitud hegemónica y sin fisuras que creen poseer las mayorías. Podemos afirmar entonces que el odio al Otro resulta del ataque hacia la propia castración proyectada.

La violencia antijudía expresa el  rechazo  que genera un pueblo,  que recuerda una y otra vez la sumisión constituyente del hombre a la Ley.

La exaltación de las políticas que reivindican el goce narcisista y desconocen al Otro en su irreductible diferencia, supone una fuerte confrontación con el judaísmo en tanto éste encarna la ética de la diferencia –sexual, generacional- que instala el pacto con la Ley simbólica basada en el mensaje que portan los mandamientos bíblicos.

Los judíos son atacados dado que encarnan emblemáticamente el respeto a la Ley y el estudio de las Escrituras como el fundamento de su existencia misma. Toda la transmisión del judaísmo  se asienta en el respeto por la diferencia sexual y generacional, y en el cuidado por la vida como valor  absoluto.

Se impone pues reforzar las prácticas discursivas y la transmisión de los valores judíos, que reivindican el valor pleno de la Palabra, en un mundo que resulta extremadamente complaciente con las transgresiones de la Ley simbólica.

En tal sentido el psicoanálisis, ha recuperado, en un registro científico, el legado judío, dado que ha contribuido a fortalecer en la modernidad el Pacto con la Palabra, por  lo cual debe insistirse una y otra vez en  que no es posible la convivencia social sin la  legalidad que ordene y  limite los excesos pasionales,  que siempre desconocen al Otro.

De modo que la práctica  freudiana  apunta a consolidar el tránsito que debe atravesar el sujeto desde su primitivismo pulsional  hasta su plena inscripción normativa en el territorio de la Ley que funda el Padre.
Debemos apostar pues a la potencia libidinal absoluta del Verbo, y a la hegemonía del Padre,  que nos dona los Nombres, y nos obliga a la sumisión a la Ley, condición absoluta de la convivencia pacífica  entre los hombres.

Por Dr. José Milmaniene.
Médico psiquiatra y psicoanalista.
Miembro titular en función didáctica y profesor del Instituto de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
Otras de sus obras publicadas son «La Función Paterna» y «Arte y Psicoanálisis»

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