Somos muchos los que aprovechamos nuestras vacaciones para leer alguna novela, que durante el trajín del año laboral nos resulta difícil, es por ello que a continuación comentamos dos obras que a nuestro entender merecen ser leídas.
Cuadernos de un psicoanalista
Ricardo Feierstein
Buenos Aires, Ediciones B, 2010, 304 pág.
Ricardo Feiestein, uno de los más destacados intelectuales judeoargentinos, plantea en esta novela una situación peculiar y por demás atractiva: que una biblioteca pública barrial recibe como donación gran parte de los libros, y demás papeles de trabajo, de un afamado psicoanalista recientemente fallecido, que no identifica, de parte de uno de sus deudos. En esa biblioteca se desempeña un voluntario, un contador público no conforme con su profesión ni con su vida de relación, que al revisar la donación recibida encuentra un cuaderno en donde el psicoanalista volcó en forma manuscrita los sueños de un paciente, sin incluir ninguna interpretación a los mismos.
Ese bibliotecario voluntario, que evidentemente es un escritor frustrado, decide compilarlos agrupándolos de acuerdo a su manera de entender la problemática planteada, comentar cada uno de esos relatos oníricos, y por lo tanto interpretarlos
Esos comentarios e interpretaciones figuran en el libro como “notas a pie de página” firmadas por “NdelC (notas del compilador).
El “compilador” justifica su conocimiento para realizar esa tarea de la siguiente manera: “efectivamente no he cursado estudios formales de psicoanálisis, pero tampoco soy un improvisado en la materia debido a que ha leído textos al respecto entre los cuales incluye La interpretación de los sueños, de Ángel Garma; el Diccionario abreviado de los sueños y La Sibila. Clave para ganar a la lotería y a la tómbola”.
Con estos antecedentes, el “compilador” pone manos a la obra y en más de una oportunidad, Feierstein lo hace deleitarnos con comentarios e interpretaciones tan agudas como los propios sueños registrados por el fallecido psicoanalista, mientras que otras ocasiones resultan ser más la expresión de los propios problemas psicológicos, no resueltos, del “compilador.
El libro abarca un periodo cercano a tres décadas, y por lo tanto los sueños se relacionan a lo acaecido en Argentina, por lo que no faltan los relacionados con los “años de plomo”, las diversas crisis económicas y demás hechos que hemos atravesado desde mediados de los años ’70 del siglo XX hasta hace un par de años.
Si bien no es un texto relacionado con la comunidad judía, lo judío está presente tanto en los relatos oníricos como en las NdelC. De la lectura puede interpretarse que tanto el paciente como el psicoanalista son judíos, mientras que el “compilador” quizás lo sea o no.
Podemos decir que esta obra de Ricardo Feierstein nos introduce en una de las clásicas situaciones que se producen en la Argentina, el de la soberbia de atribuirnos la capacidad de saber y conocer sobre cualquier tema, en este caso los innumerables aspectos del saber psicoanalítico, y por lo tanto arrogarnos el derecho de poder hablar, comentar e interpretar con una gran seguridad, cometiendo lo que popularmente denominamos “una chantada”.
“Cuadernos de un psicoanalista”, escrito en un lenguaje que permite una fácil lectura – pero manteniendo la calidad narrativa de sus novelas y cuentos publicados anteriormente por Feierstein – enfrenta al lector con sus propios sueños e interpretaciones a la vez que le sirve de disparador para mantener presente en su memoria lo ocurrido en la Argentina a lo largo de tres décadas. Es por esto que consideramos que su lectura es más que interesante.
El Librero
Cristina Galli
Ilustraciones: Adrian Levy
Colección Escrituras de Editorial Mila
Tercera Edición, 2013, 100 págs.
Cristina Galli, nacida y residente en Mar del Plata, es profesora de Letras especializada en Literatura Hispanoamericana que escribe libros para niños y adolescentes, muy reconocida en su ciudad natal,- que en esta pequeña novela desarrolla un tema por demás interesante, el descubrimiento por parte de un adolescente, Diego, de su origen judío, que hasta sus 14 años le fue ocultado por su madre, casada con un no judío, y que justifica diciéndole que sus abuelos maternos “no eran practicantes”.
La trama tiene tres personajes centrales: Diego Ferello, un adolescente de 13 años que inicia sus estudios en una escuela secundaria; Marcos Fidelman, un viejo librero – en este caso barrial – que en su local desordenadamente ofrece a la venta materiales antiguos y difíciles de encontrar con libros modernos y Pedro Ricci, un compañero de estudios, amigo y confidente de Diego.
Casi por casualidad, si estas existen, Diego entre en contacto con el librero, un judío de más de 70 años, a quien visita en forma periódica en la librería. En esos encuentros Marcos va logrando que Diego se convierta en un lector, guiándolo y aconsejándole que lea libros de poesía y textos de cultura general, algunos de los cuales le regala, a la vez que mantienen conversaciones relacionadas con la vida e historia de cada uno.
Como los padres de Diego – que además de cursar la escuela secundaria participaba de un grupo musical con sus compañeros y practicaba deportes – no obtiene en un par de materias, entre ellas matemáticas, las calificaciones que ellos consideraban convenientes, le prohíben que continúe visitando al librero hasta tanto no mejore en sus estudios.
Diego cumple con lo establecido por sus padres y con la escusa de ensayar concurre más asiduamente a la casa de Pedro, donde se siente más contenido que en su propio hogar a la vez que su amigo lo ayuda y aconseja participar los sábados de los bailes que organizaban los alumnos mayores de la escuela.
Una vez que mejoraron sus calificaciones escolares, Diego vuelve a visitar al librero, quien le cuenta que es el único sobreviviente de su familia, pues sus padres y hermanos fueron exterminados durante la Shoá, lo que hace que Diego se interese por saber que es el judaísmo y le surjan dudas sobre su propio origen, pues si bien por presión de su abuela paterna fue bautizado, ni él ni sus padres eran practicantes del catolicismo.
Al finalizar su año de estudios, debido a que su padre fue trasladado a Chile, no sólo se despide de sus compañeros sino también del librero, con quien establece un contacto epistolar.
Decimos que Pedro es el tercer personaje principal de la novela no por su activa participación en el desarrollo de la misma, sino por ser la contrapartida de Diego, pues es el adolescente moderno al que no le gusta leer libros, embebido en los adelantos tecnológicos, pero que siempre está presente cuando Diego lo necesita.
A lo largo de las cien páginas, que están hermosamente ilustradas por Adrian Levy, Cristina Galli no sólo le da un gran ritmo al texto sino que lo acompaña de gratas poesías que en algunos casos le asigna la autoría al librero y otras a Diego, a la vez que va describiendo con maestría la problemática de dos adolescentes que están atravesando sus primeros años de pubertad y la de una sufrida persona mayor que añora a sus padres y hermanos, a su fallecida esposa Celia, a su única prima que vive en Israel, y atesora sus recuerdos en su biblioteca particular, en donde están juntos libros de autores reconocidos con textos en hebreo e idish.
Lo que Cristina Gallí no dice es si la prohibición de que Diego visite a Marcos Fidelman, efectuada por sus padres, realmente está basada en la endeblez de sus calificaciones en un par de materias, o en el miedo de que mediante esas “reuniones” descubra su origen, que ellos le han ocultado.
Este es un interrogante que sólo el lector podrá responderse, una vez que finalice la lectura de esta corta pero muy grata novela.
Lic. Eduardo Alberto Chernizki