Huyó con su hijo pequeño de la comunidad ultrarreligiosa y cerrada Satmar de Nueva York, y contó la historia de su vida en un libro que se convirtió en un best seller y en la muy exitosa serie «Poco ortodoxa», de Netflix. La escritora habla de su estrecha relación con Shira Haas, la actriz que la encarna en la serie, y también de los abusos sexuales en la comunidad ultrarreligiosa.
Débora Feldman vivió una doble vida durante mucho tiempo. Fuera de su casa se comportaba como ultrarreligiosa, y dentro era una mujer laica que intentaba llenar las lagunas. “Iba a clases de piano en secreto, y escondía debajo de la cama una hoja que parecía el teclado de un piano”, cuenta. “También escuchaba música pop. Empecé con una canción tonta de Hillary Duff, leía libros y los escondía. El primer libro que leí fue Matilda, de Roald Dahl. Me interesaban muchas cosas, y tenía que ocultar todo. Un día estaba en una clase de la universidad y alguien mencionó a Mick Jagger. Y yo pregunté quién es Mick Jagger. A todos les sorprendió la pregunta, y me dijeron ‘¿qué pasa contigo, te criaste en una cueva’”?
Feldman se crió en Nueva York, concretamente en el barrio de Williamsburg de Brooklyn, en el seno de la comunidad ultrarreligiosa y cerrada de Satmar. Después de tantos años de ocultamiento y secretismo, todavía le cuesta creer que a todo el mundo le interesen sus secretos, que se cuentan en la exitosa serie Poco ortodoxa. de Netflix, basada en su autobiografía. “Desde que escribí el libro, y antes un blog, mujeres ultrarreligiosas me mandaban cartas”, recuerda. “Pero ahora, con cientos de millones de espectadores en todo el mundo, también me escriben mujeres de Turquía, Arabia Saudí, Túnez, Filipinas… Mujeres del mundo entero, y no todas provenientes de comunidades religiosas. Pero todas sienten que se identifican con la historia”.
Feldman, de 33 años, se crió en la casa de sus abuelos –sobrevivientes del Holocausto– después de que su madre abandonara la comunidad de Satmar cuando ella era una niña, y su padre no estaba en condiciones de criarla. Las normas en la casa de sus abuelos eran rígidas, y ella nunca se sintió a gusto en ese marco. En una comunidad que la obligó a casarse a los 17 años en un matrimonio concertado, con Eli –miembro de Satmar– y a dar a luz a su hijo Iche a los 19. Feldman tenía grandes sueños, pero las paredes de la casa se le venían encima. La expectativa y la presión por ser madre; la prohibición de leer en inglés, de estudiar, de desarrollarse como ser humano… Feldman cuenta asimismo en su libro que cuando tenía 13 años bajó a buscar una botella de vino junto con su primo, que se abalanzó sobre ella. Feldman consiguió escapar, pero la vivencia le quedó grabada. Las vivencias duras eran cosa de todos los días, formaban parte de su vida.
En una era en la que toda buena historia se convierte en una serie, llama la atención que la adaptación a la televisión no se haya hecho antes. El libro Poco ortodoxa (Unorthodox, en el original inglés): de la comunidad de Satmar a la libertad se publicó en el año 2012, y fue un éxito de ventas. La serie de Netflix tomó los temas principales –Feldman estuvo implicada en todas las etapas de la producción, desde el guión hasta el rodaje–, y los convirtió en un bellísimo drama de suspenso, fascinante y con un ritmo excelente. Quien se puso en su piel con un talento que hechiza fue la actriz Shira Haas, que encarna a una joven ultrarreligiosa que un sábado [Shabat, el día más sagrado para los judíos creyentes, en el que –entre otras cosas– está prohibido viajar] huye de Williamsburg, se va al aeropuerto y aterriza en Berlín. Allí busca a su madre y su nueva vida en libertad, que tarda unos cinco minutos en encontrar.
A diferencia de lo que ocurre en la serie, en la realidad todo fue más gradual. Feldman comenzó a echar abajo con valentía, y poco a poco, las paredes de la casa que se le venían encima. Primero se mudó con su marido al pueblo de Airmont, próximo a Nueva Jersey y lejos de la mirada de su comunidad, en la que todos saben todo el tiempo lo que les sucede a todas y cada una de las personas en la casa, e incluso en el dormitorio. Allí comenzó el viaje hacia la libertad, con pequeñas rebeliones. Pintarse las uñas, ir de vez en cuando al cine a escondidas… Después se apuntó en secreto en un colegio universitario para estudiar literatura. Más tarde se compró pantalones vaqueros, y de vez en cuando se paseaba sin la peluca [obligatoria en la comunidad ultrarreligiosa]. Feldman empezó a conocer una nueva vida. La vida que ella quería vivir. “Mi existencia era un ejercicio de cómo vivir en secreto”, dice al describir esa época.
Fue entonces que Feldman empezó a escribir un blog anónimo sobre su vida. Y poco a poco fue preparando un plan, llena de dudas acerca de adónde podía ir una mujer como ella. ¿Cómo se las arreglaría? Lo que la salvó fue escribir. Y recibió en secreto un contrato para publicar un libro. Soñaba con liberarse. Mientras trataba inútilmente de salvar su matrimonio yendo a un consejero matrimonial, un día alquiló un coche, se llevó de su casa todo lo que pudo, vendió sus joyas y algunos de los regalos que había recibido en la boda, y huyó junto con su hijo Iche hacia una nueva vida. Estuvo viviendo cinco años con su hijo en Nueva York, y sólo más tarde viajó a Berlín, donde vive hasta el día de hoy. La luz que entra a través de grandes ventanales, inunda su apartamento del barrio berlinés de Schoenberg, e ilumina su cara que veo durante la conversación que mantenemos por medio de Zoom.
Berlín es para ella un universo diferente. Agradable incluso en la época del coronavirus. Feldman se pasea todos los días con su perro por el bosque, y escucha conciertos que organizan los vecinos del edificio. Feldman había adoptado un estilo de vida laico o secular cuando aún vivía en Estados Unidos, de modo que su adaptación a la capital alemana no fue brusca. Pero su personaje en la serie, Esty Shapiro, conoce muy pronto en una cafetería a un hombre guapo, y éste le presenta a sus amigos. Ella se siente a gusto con ellos, y poco después se la ve en una discoteca bailando con él. Y terminan la noche juntos. Está claro que se encuentra en una situación embarazosa, incómoda, pero su mundo interior no se viene abajo.
Da la impresión de que todo marcha demasiado bien en su encuentro con el mundo laico, y en ese sentido la serie tiene algunas lagunas. “También en la serie ella se siente rara; no conoce los códigos. Llegó a Berlín inmediatamente después de su huida. En Berlín uno se hace amigos muy rápido. Es algo curioso que teníamos muchos deseos de mostrar en la serie. Es una ciudad para gente que huye. ¿Sabes cuántos ex ultrarreligiosos viven aquí? En Berlín pueden vivir en la clandestinidad. Aquí nadie sabe que son ex ultrarreligiosos. Berlín está llena de gente que hace lo mismo que Esty.
Sencillamente huyen de algo, aparecen aquí y después encuentran su camino”, dice Feldman.

¿Le escriben a usted también mujeres ultrarreligiosas de Israel?
–Por supuesto. Y no sólo religiosas ortodoxas. Tengo algunos amigos israelíes que me escribieron cuando se publicó el libro. Y me contaron, por ejemplo, la historia de la joven de la ciudad israelí de Beit Shemesh que se había puesto una falda hecha con tela de vaqueros, por lo que los ultrarreligiosos le tiraron piedras. Yo estoy en contacto con la madre de esa chica, que tuvo que irse de la ciudad y encontrar algún tipo de solución de compromiso entre la religión, la vida real y la lógica. Conozco muy bien las batallas que se dan allí. Hay gente que trata de conciliar, pero las opciones son muy extremas: o ser laico del todo o ser el más ultrarreligioso que existe. Y hay muy poco lugar en nuestra comunidad para cualquier tipo de moderación, para el camino del medio. Eso ya no existe.
–Algunos de los críticos de la serie dicen que se muestra a la comunidad ultrarreligiosa como una secta, lo que puede despertar el odio hacia sus miembros.
–¿A usted le parece que la serie los muestra como una secta? Las personas que dicen eso tienen que preguntarse a sí mismas por qué sienten eso. Se puede decir que la serie despierta una curiosidad malsana. Y se puede decir lo contrario: que ayuda a la gente a entender algo que desconocían por completo. Hay dos maneras de ver las cosas. Para mí siempre fue importante abrirme, construir puentes, crear comprensión. Yo no siento rencor hacia los ultrarreligiosos. Siento pena por la gente de esa comunidad. También soy muy comprensiva, debido al trauma de los abuelos que me criaron. Yo los quiero mucho, y no los culpo de nada. Pienso que hicieron todo lo que pudieron por mí. Y de todos modos, sigo teniendo esperanza de que los problemas de esas comunidades se solucionen en el futuro; o al menos que mejore su situación.
–La comunidad ultrarreligiosa resultó muy afectada por con el coronavirus.
–Es algo muy complejo. En la comunidad ultrarreligiosa creen, por ejemplo, que el Holocausto fue un castigo de Dios, una advertencia antes del apocalipsis, porque ellos se habían vuelto sionistas. Y creen que todo lo que envía Dios es un castigo o una advertencia. Entonces, para ellos, la única forma de luchar contra las enfermedades es ir al baño ritual [mikve, en hebreo], seguir haciendo todo lo que siempre han hecho, e incluso con más fervor. Y para ellos, ninguno de estos rituales tienen sentido si uno los hace solo. No se puede ir a la sinagoga solo; se necesita un minián [un mínimo de diez varones judíos adultos para llevar a cabo rituales religiosos]. Por eso, estas normas de distanciamiento social van contra su modo de vida. Si aparece una enfermedad, hay que rezar, y no quedarse solo en casa. Esto los dejaría sin la fuerza que les da el grupo.
En la serie, Esty descubre que está embarazada. Y decide criar a su hijo en el mundo laico, y no imponerle un destino similar al que se suponía que iba a ser el de ella. En la vida real, Feldman vivió una doble vida hasta que fue consciente de que quería una vida diferente para su hijo. “Pensé en eso durante mucho tiempo, y conozco gente que hoy en día también piensa en eso. Me llevó mucho tiempo tomar la decisión, y tenía secretos. El momento en el que entendí que no podía seguir viviendo así fue cuando nació mi hijo. Entonces entendí que él no debía vivir de esa manera. Una cosa es que yo viviera así, pero ¿por qué imponerle eso a un niño? Hay mucha culpa, y mucha responsabilidad. Quería que él tuviera una vida mejor. Ahora Iche tiene 14 años, y vive conmigo. Él iba mucho al set de filmación, pero no vio toda la serie. Cuando era más pequeño, hubo una época en la que se interesaba mucho por esta historia y me hacía preguntas sobre mi infancia, sobre mi familia, sobre su padre y sobre las familias que dejamos atrás: los abuelos y las abuelas. En cierto momento dejó de hacerlo porque quiere vivir el presente, vivir su vida y no ser como su madre, a la que el pasado persigue como una sombra.
–¿No temía, como madre joven, cómo iba a afectar a su hijo esa huida de ambos?
–Por supuesto que tuve miedo; fue muy difícil. Pero cuatro años después de haber abandonado la comunidad, también mi ex marido la abandonó, y desde entonces todo fue mucho más fácil. Ya no nos peleábamos. Ahora el padre y la madre de Iche viven el mismo estilo de vida. Y tanto yo como Iche estamos en contacto con su padre. La verdad es que su padre Eli iba a venir a visitarnos estos días, pero el viaje se anuló por el coronavirus. De todos modos, Iche viaja a verlo varias veces al año.
–¿Te sorprendió que Eli, tu ex marido, abandonara la comunidad?
–Él lo hizo más lentamente; antes sólo había algunas señales. Recuerdo que un día se cortó los aladares [peot, en hebreo], y pensé ‘aquí está pasando algo’. Y un día mi hijo, al volver de un viaje de visita me contó que su padre ya no come kasher [comida apta desde el punto de vista religioso], y no respeta el Shabat. Entonces me di cuenta que poco a poco él estaba viviendo el mismo proceso. Pienso que en cierta medida he influido sobre él. Hay tan poco lugar en la comunidad ultrarreligiosa para padres divorciados, que es posible que eso lo haya empujado hacia fuera. Pero Eli tenía sus propios problemas. Tuvo una historia con la comunidad con la que él tuvo que lidiar. Tal vez yo le di el primer empujón, pero todo el resto vino de él.
–¿Sigue en contacto con otras personas de su vida pasada?
–Sólo con personas que han abandonado la comunidad.
–¿Y qué pasa con su madre?
–Estamos en contacto, pero no nos sentimos muy cercanas. Tanto en la serie como en la vida, mi madre tiene una relación amorosa con una mujer desde que abandonó la comunidad ultrarreligiosa. Nos encontramos después de que yo también me fuera. Durante muchos años traté de establecer una relación con ella; casi no la conocía. Pero fue muy difícil que se estableciera una relación de confianza. Yo quería muchas respuestas y explicaciones, pero mi madre se creó otra historia en la cabeza, y para ella es como si el pasado nunca hubiera existido. Ella quería comportarse como si nosotras fuéramos una madre y una hija normales, como todas. Y me digo a mí misma que tal vez algún día ella se calmará y hablará conmigo. Pero a medida que pasan los años me doy cuenta de que ella es incapaz de mirar hacia atrás.
–¿Qué edad tenía usted cuando ella la abandonó?
–Mi madre iba y venía. Cuando yo era realmente pequeña tuvo una especie de brote psicótico, pero no sé mucho sobre eso porque nunca nadie me contó nada. Le daban muchos fármacos, lo que es muy habitual en la comunidad. Y ella no estaba en condiciones de ocuparse de mí, por lo que pasaba de una casa a otra. De la casa de un primo a la de un tío y después a otra, ida y vuelta. En cierto momento ella ya no estaba más allí, y yo vivía con mi abuelo y mi abuela.
–¿Ella iba a visitarla?
–Venía a veces, pero a mí no me permitían verla. Y desde que tenía unos nueve años no la vi más… Hasta que me casé, a los 17 años. Ella vino al casamiento. Mi padre se volvió a casar varias veces. Y ella volvió para pedir el divorcio civil porque ya no tenía miedo de que la echaran de Estados Unidos. Mi madre no era ciudadana estadounidense. Y mi familia siempre la amenazó con que si intentaba volver o llevarme a mí, ellos se encargarían de que la echaran de Estados Unidos. Pero desde el momento en que ya no tuvo problemas al respecto, volvió para pedir los documentos.
–¿Aún teme que todo esto influya en usted como madre?
–En cierta medida sí. Por eso trato de hacer las cosas de una manera diferente de la que viví como hija. Pero nunca culpé a mi madre. Siempre supe que ella tuvo grandes dificultades. Yo intento ser para mi hijo una madre como hubiera querido que fuera la mía. Tuve la suerte de poder brindarle a Iche y a mí misma una vida en la que ambos somos felices, y no tenemos muchas dificultades.
Hace ya dos años que Feldman trabaja en una nueva novela. “No quiero pasarme todo el tiempo hablando de mi vida”, dice riendo. Con objeto de recopilar material para su nuevo libro, visitó Israel y se paseó por el barrio ultrarreligioso israelí de Mea Shearim. “Cuando visité Mea Shearim, me acompañó un amigo israelí a quien conocí en Berlín. Él se crió en la ciudad de Haifa, y ésa fue la primera vez que estuvo en ese barrio. Quedó impactado, y dijo: ‘No puedo creer que haya gente que viva así en Israel’”.
«Entonces me di cuenta de que yo no podría vivir en Israel. Porque en Israel ellos (los ultrarreligiosos) tienen demasiado poder. Estuve en Israel en diciembre pasado, y en Shabat no hay transporte público. Es terrible.»
Sus visitas a Israel le provocan a Feldman emociones encontradas. “La primera vez que visité Israel era Pésaj [la Pascua judía, en la que según la ley religiosa judía está prohibido comer harina del tipo que sea, ni ninguno de sus derivados: jametz, en hebreo]. Fui a un almacén de la ciudad de Yafo, y no encontré algunas cosas que buscaba. No entendí por qué. No era un almacén de un barrio ultrarreligioso, pero casi toda la mercadería estaba tapada con papel. Y yo no sé hebreo, salvo el de los libros sagrados y de los rezos. En ese momento entró al almacén una mujer madura, que enseguida se dio cuenta de lo que me estaba pasando. Me habló en idish, y me explicó por qué todo el jamets estaba tapado. Lo primero que me sorprendió fue que la mujer supiera idish, pero me explicó que mucha gente de su edad en Israel habla ese idioma. Después me explicó que aunque estuviéramos en Tel Aviv, en Pésaj también allí como en el resto del país se tapa todo el jamets”.
–¿Y le sorprendió?
–Me extrañó; me llamó mucho la atención. Le dije que no entendía. Pensé que en Israel los ultrarreligiosos hacen lo que quieren, y los laicos lo que ellos quieren. ¿Por qué los religiosos me van a decir a mí que está prohibido comer pan en Pésaj? Me sentí incapaz de afrontarlo. No había abandonado la comunidad ultrarreligiosa para que ellos me siguieren diciendo lo que yo tenía que hacer. Entonces me di cuenta de que yo no podría vivir en Israel. Porque en Israel ellos tienen demasiado poder. Estuve en Israel en diciembre pasado, y en Shabat no hay transporte público. Es terrible. Estaba impactada.
–¿Cree usted todavía en Dios?
–Algo así como un diez por ciento. Las posibilidades son de 1 sobre 10; algo así. Pero no pienso demasiado en ello.
Autora: Ana Bord
Fuente: Ynet en Español