9 de Ab La eterna y accidentada historia de los judíos con la Tierra Santa. Por el Gran Rabino Isaac Sacca

9 de Ab La eterna y accidentada historia de los judíos con la Tierra Santa. Por el Gran Rabino Isaac Sacca
9 de Ab La eterna y accidentada historia de los judíos con la Tierra Santa. Por el Gran Rabino Isaac Sacca

Históricamente el anhelo por retornar a la tierra prometida, la Tierra Santa, la tierra de Canaán, donde vivieron Abraham, Isaac y Jacob, es un sentimiento que prevaleció en el espíritu del judaísmo desde sus tiempos más remotos.

En realidad, más que un sentimiento es un precepto judío bíblico. Primero fue encomendado a Abraham, el fundador de Israel, quien aparece por primera vez cuando Dios le dice:  “Lej lejá (…) el haáres asher ar-eka«, “Vete hacia ti…a la tierra que te mostraré”.

Luego, Moisés liberó al pueblo de Israel del yugo Faraónico para dirigirse hacia la tierra de leche y miel. Cuando a Moisés se le prohibió la entrada, rezó para que Dios le permitiese su ingreso, pedido que no le fue concedido y provocó en Moisés un gran dolor.

El pueblo judío comenzó a asentarse en la Tierra de Israel durante el liderazgo de Josué y alcanzó su apogeo con los reinados de David y Salomón. Cuando los judíos fueron desterrados por Nabuconodosor, rey de Babel, mantuvieron la esperanza y el anhelo de volver a su patria. Lo lograron con los auspicios de Ciro el Grande, rey de Persia, y con la conducción religiosa de los profetas Zorobabel, Nehemías y Esdras. Luego fueron desterrados por segunda vez por Vespasiano, emperador de Roma, y durante miles de años de exilio siguieron rezando por el retorno a Sión.

En el curso de las generaciones sucesivas, los anhelos de redención y la nostalgia de la Tierra Santa atrajeron al pueblo judío a la Tierra de Israel, hacia donde se dirigían en forma individual o en grupos familiares, estimulados por un sentimiento netamente religioso.

Cada grupo de inmigrantes despertaba de nuevo el nostálgico deseo que ejercía profundos sentimientos de un retorno a la Tierra. Desde siempre los inspirados en volver a la tierra fueron los judíos que permanecían adheridos a las tradiciones judías milenarias. Así, hubo importantes inmigraciones que mantuvieron el espíritu de retorno a la Tierra Santa desde los tiempos más remotos durante toda la Edad Antigua, Media, Moderna y Contemporánea.

A modo de ejemplo, podemos mencionar la obra de Rabí Jasdai Ibn Shaprut (915-975), rabino y ministro de relaciones exteriores de Abderramán tercero, primer califa de Córdoba. Encumbrado como un importante funcionario, su pasión por lograr la autonomía política del pueblo judío lo llevó a contactarse con el rey jázaro. El pueblo jázaro se había convertido al judaísmo y despertó la ilusión de los judíos del mundo de redescubrir la vida sin opresiones externas. En una carta enviada al Rey José de los jázaros, Rabí Jasdai le confiesa que es tal el deseo de ver al pueblo judío con un Estado soberano que abandonaría sus honores, su dinero y hasta su familia para posternarse ante el rey de dicho país.

A lo largo de la historia hubo importantes inmigraciones a la Tierra de Israel por parte de grupos organizados y destacados líderes religiosos. Algunos ejemplos remarcables son: la inmigración en 1211 de doscientos rabinos de Francia e Inglaterra; la de Rabí Moshé Ben Najmán (Najmánides) de Catalunia en 1267; la de Rabí Obadia de Bertinoro en 1486; la de los expulsados de España; la de Don Iosef Hanasí, el Duque de Naxos, y su esposa Doña Gracia Mendez Nasi, que reconstruyó la Ciudad de Tiberiades, en los comienzos de siglo XVI; la liderada por Rabí Iehudá HaJasid de 1700 personas; la de los Jasidim de 1777 bajo la dirección de Rabí Mendel de Vitebsk (Rusia); la de los alumnos del Rabí Gaón de Vilna en 1808; y la de un grupo numeroso de judíos yemenitas, liderados por Rabí Saadia Madmuni, Rabí Shalom Alshij y Rabí Abraham Al-Naddaf, entre 1881 y 1891.

Estas inmigraciones hubieran formado una gran población judía si no fuera por el hecho que se diezmaban por las vicisitudes que debían soportar, entre ellas pobreza y enfermedades como la malaria. No obstante ello, para mediados del siglo XIX la población judía era tal que comenzó a despertar el sueño de la redención.

Rabinos ilustres, entre ellos Rabí Zvi Hirsch Kalischer de Thorn (actualmente Polonia), Rabí Eliahu Guttmacher de Graetz, Prusia (actualmente Polonia), Rabí Iehudá Arié León Bibas de Corfú (actualmente Grecia), Rabí Iehudá Jai Alkalai de Zemlin (actualmente Bosnia), pregonaron en sus palabras y en sus obras la obligación de iniciar esfuerzos colectivos para retornar a la Tierra de Israel, tanto por medio de la colonización como por medio de actividades políticas. El efecto de las palabras de estos rabinos hizo eco y comenzaron a fundarse colonias agrícolas y asociaciones de apoyo al asentamiento de los judíos en la Tierra de Israel. La organización más conocida destinada a esta misión fue la de los Jobebé Sión.

En 1854 el Barón Edmond de Rothschild, influenciado por el Rabino Shmuel Mohilever de Bialystok, consagró de sus arcas grandes sumas de dinero para fomentar la colonización judía. En 1860 Sir Moses Montefiore construyó el primer barrio judío de Jerusalén fuera de la ciudad vieja y fomentó la actividad económica en la Tierra de Israel para que la población judía sea autárquica. En el año 1870, Charles Netter fundó la famosa escuela de agricultura Mikvé Israel y, en 1878, los judíos de Jerusalén fundaron la colonia Petaj Tikvá. En 1882, una nueva asociación creada a raíz de los pogromos de Rusia llamada Bilu (sigla del versículo bíblico: «Casa de Jacob, venid e iremos» —Bet Iaacob lejú veneljá—) fundó la colonia Rishón Lesión; los judíos de Rumania, por su parte, fundaron la colonia Zijrón Iaakob.

Solo después de estos 2000 años de nostalgia, deseo y acción por retornar a la Tierra de Israel por parte de los judíos que mantenían la tradición, surge lo que se denomina el sionismo político creado por el Dr. Theodor Herzl (1860-1904).

 

El sionismo

Herzl nació judío pero no sentía un apego particular por el pueblo ni la tradición judía. A diferencia de otros fundadores del sionismo político, no había recibido ninguna formación judaica ni transmitió a sus hijos ningún tipo de identidad judía.

El desconocimiento del judaísmo por parte de Herzl se torna evidente y lamentable en algunas de sus propuestas: considera que el Estado judío puede ser fundado en cualquier territorio —y no necesariamente en la Tierra de Israel—, descarta que el idioma nacional sea el hebreo, rechaza que la Halajá pueda servir de fuente para sus leyes y compara a los rabinos con sacerdotes. En realidad, el objetivo de Herzl no era un “Estado judío” sino un “Estado para los judíos”, hecho que resulta claro al prestar atención al título original de su obra magna, “Der Judenstaat” (literalmente “El Estado de los judíos”, y no “El Estado judío” como se traduce normalmente). Para Herzl, se trataba de crear un refugio seguro para los judíos frente a los embates del antisemitismo, objetivo más que loable pero lejano al ideal que encontramos en nuestras fuentes tradicionales.

Los propios sionistas políticos contemporáneos de Herzl rechazaron muchas de sus propuestas. No cedieron a las propuestas de Herzl de relegar los símbolos judíos de la nación hebrea: se seleccionó a la Tierra Santa para crear el Estado, se eligió el hebreo como idioma oficial y los símbolos patrios que se escogieron fueron netamente religiosos, como el candelabro de siete brazos usados en el santuario y la bandera en forma de Talet (manto ritual) con la Estrella de David en medio. El movimiento sionista comenzó a hacer uso de la religión para propósitos políticos, utilizando versículos y eslóganes bíblicos y judíos milenarios.

De todas formas, el asunto primordial era el problema judío, el único elemento movilizador para la creación del Estado era que los judíos estaban siendo perseguidos y aniquilados desde hacia cientos de años, y se debía buscar una solución para salvarlos del exterminio. No importaba si se hacía en el marco de la tradición o no. Gershom Sholem, un destacado académico de la Universidad Hebrea, decía: “el ideal sionista es una cosa y el ideal mesiánico es otra, y los dos no se tocan excepto en la fraseología pomposa de las grandes asambleas”.

Pero, a diferencia de Herzl, que era crudo y directo con sus ideas, sus colegas entendían que sin el elemento místico de la tradición no podían cautivar a los judíos a involucrarse en este proyecto de largo alcance.

Paul Johnson en «La historia de los judíos» escribe:

«Sin judaísmo, sin la idea de los judíos como un pueblo unido por la fe, el sionismo no era nada, salvo una secta alocada. También invocaron a la Biblia. Sacaron de allí todo tipo de mensajes políticos, retórica de campaña y llamados idealistas a la juventud. Ben Gurión la utilizó como guía de estrategia militar. Pero eso era meramente una forma europea oriental del Iluminismo judío. El sionismo no tenía lugar para Dios como tal. Para los sionistas, el judaísmo era solo una fuente conveniente de cultura y energía nacional, la Biblia no más que un Libro de Estado«.

A diferencia de los anteriores Estados judíos (aquel que comienza su formación con el ingreso de los hebreos a la tierra prometida y alcanza su cúspide con la coronacion de Saúl, David y Salomón como reyes y luego aquel formado por los Hasmoneos en los sucesos que recordamos en Janucá), el Estado judío moderno no fue fundado con una motivación religiosa o mesiánica sino por una necesidad pragmática de tener un hogar judío para sobrevivir a las persecuciones.

La visión que sustentó la creación del Estado fue práctica, de supervivencia. Si bien los judíos observantes comparten esta necesidad común, agregan un sentido extra: que el Estado de Israel sirva de plataforma para que la palabra de Dios pueda manifestarse y transformarse en la sede de una sociedad espiritual al servicio de la humanidad.

A ello se refieren expresiones bíblicas centrales, como «luz para las naciones» (Isaías 42:6, 49:6) o «reinado de sacerdotes y pueblo santo» (Éxodo 19:6). Hablan de la responsabilidad de ser un ejemplo de ética y espiritualidad para toda la humanidad.

 

¿Qué vincula hoy a los judíos con la Tierra Santa?

Hoy en día Israel ya es una realidad, un país pujante, sólido, reconocido y admirado, con una economía de vanguardia y con un sistema de defensa ejemplar. Por otro lado, en la mayoria de los paises del mundo donde hay judíos ya nos son perseguidos ni discriminados: los judíos conviven como parte de su nación tan bien o mejor que en la propia Israel.

La pregunta que se plantea es: si la creación del Estado era necesaria para rescatar a los judíos del exterminio solamente pero no para mantener una tradición milenaria, ¿hoy cuál es el elemento que motiva a seguir considerando a la Tierra Santa como el centro territorial de la religión judía? 

Es muy remoto y poco convicente mantener el ideal sionista laico en las entre los judíos  solamente por un eventual cambio de política discriminatoria internacional frente a los judíos. Aunque el Estado en sí es de suma importancia para la supervivencia fisica de los individuos del pueblo judío, no genera en el pueblo judío un sentimiento de entusiasmo por sí solo. Hoy, cuando los judíos gozan de una vida plena de derechos en la mayoría de los países donde están sus comunidades, no se siente la necesidad de un refugio contra las persecuciones y si los judíos se sienten atacados, es a causa de temas vinculados con la política en relación al Estado de Israel. Algunos grupos determinados muestran a un Estado judío defectuoso que no respeta los derechos y libertades y con ese argumento (verdadero o falso, en el fondo no importa para la propaganda) denigran a los judíos de todo el mundo.

En el contexto actual, el sionismo político laico por sí solo carece de un estímulo real y concreto. Ahora que se solucionó el problema de la persecución y la amenaza de aniquilamiento del pueblo judío en la diáspora, el desafío es por qué seguir teniendo la Tierra de Israel como hogar nacional.

El judaísmo observante tradicional siempre anhelaba retornar a la Tierra de Israel por un objetivo trascendente: cumplir la Voluntad Divina, transmitida a través de la Torá, que enseña que desde la base de la Tierra Santa se debe crear una sociedad de que sea «un reinado de sacerdotes y un pueblo santo»  para practicar y difundir los valores morales y éticos eternos a la humanidad.

La Tierra de Israel sigue representando lo mismo que hace miles de años: un centro espiritual de unidad para vivir la tradición judía en su plenitud y mostrar su mensaje ético y humanitario a todas las naciones. Ello le confiere al Estado una fuerza inconmensurable.

La mayoría de los círculos observantes, aunque criticaban a las corrientes principales del sionismo laico por antirreligioso, se involucraron en la gestación del nuevo Estado no solo porque compartían el ideal de supervivencia sino también por vocación histórica y religiosa, para darle un valor espiritual al Estado.

De hecho, hoy en el Estado de Israel se nota que los sectores tradicionalistas en materia de los valores religiosos judíos constituyen la fuerza dinámica. El sionismo político carente de la religiosidad está en extinción ya desde hace bastante tiempo.

De hecho, los habitantes de Israel son cada vez más conscientes de la importancia de la tradición milenaria religiosa espiritual. Los israelíes son más observantes de la Torá de lo que parece a primera vista. De acuerdo a la Oficina Central de Estadísticas de Israel, el 45% de los judíos israelíes se define como «laico», un 25% como «tradicionalista», un 16% como «observante » y un 14% como «ortodoxo». En otras palabras: el 55% de los judíos israelíes siente un apego emocional y concreto con las prácticas e ideas judías tradicionales. A su vez, la gran mayoría de los judíos del mundo justifica su adhesión y apoyo al Estado de Israel haciendo referencia a su judaísmo, al derecho histórico del pueblo judío a su propia tierra y a su vínculo con la tradición judía.

Los judíos desconectados de su tradición no encuentran motivo hoy para querer, apoyar o vivir en el Estado de Israel con la misma convicción que tenían en las vísperas de la creación del mismo.

El 28 de diciembre de 1993, Orit Shojat  en el diario Haaretz hizo las siguientes declaraciones: «Los judíos que viven en Israel sienten que la tradición es el elemento unificador y es el motivo por el cual viven en esta tierra. Se trata de una gran mayoría que siente eso, y es el resultado principal de la encuesta. Ya no podemos hablar de una Israel laica, hoy los laicos son minoría, los partidos laicos deben hacer un balance político si pueden seguir vendiendo el laicismo como una ideología o retirarse de la batalla».

Jaim Asa, destacado  cronista del Maariv, el primero de octubre de 1992 escribió:    “Siento una tremenda sensación que el laico israelí está por perder en esta gran batalla. No posee el israelí laico ningún valor básico, estable, central, algo por lo cual se levante todas las mañanas algo por lo que nos  sintamos seres vivientes. Una confrontación de culturas no se maneja con insultos. Nosotros los israelíes laicos somos culpables. Nunca nos propusimos formar ideales básicos. El israelí observante tiene un valor central el israelí laico no.

Un valor es algo por lo cual te sentís bien al finalizar un día duro. Es un valor que te renueva. Si no tenemos este fundamento, con el que podamos medir nuestra sensación vital, estamos viviendo en un vacío. Si hubiéramos tenido esos valores los hubiéramos mostrado y con ellos hubiéramos luchado. pero no lo tenemos, por eso no nos queda otra alternativa que maldecir e insultar a los observantes, por que no tenemos valores».

Estamos hablando de opiniones de hace ya más de 25 años. Esta tendencia que recién se vislumbraba en esos momentos hoy ya es una realidad indiscutible.

Algunos fundadores del Estado y otros contemporáneos no eran observantes pero sabían que de la tradición dependía la continuidad del Estado judío y vislumbraron esa problemática.

Golda Meir, por ejemplo, dijo: «Yo no soy observante pero nadie puede desterrar de mi corazón y de mi conocimiento que a través de la historia si no fuera por la religión seriamos como un pueblo más entre los pueblos que hoy están y mañana no» (Shebat 5730, en un debate sobre la Ley del Retorno en el parlamento israelí).

Incluso Ben Gurion en varias oportunidades declaró que es imposible separar la religión del Estado. En una carta fechada el 21/6/1954 dirigida al primer ministro, Moshe Sharet le dice: «No podemos separar la religión del Estado porque el pueblo judío es inconcebible sin ella«.

Son también conocidas las magistrales disertaciones en favor del cumplimiento del Shabat y el valor de la familia enunciadas por Menajem Beguin.

 

El sentido de la tierra hoy para los judíos

El mundo cambió y no hay un problema masivo de persecución a los judíos. Paradójicamente la Tierra de Israel es considerada hoy por muchos judíos como más insegura que el exilio. Especialmente a partir de la Guerra de Iom Kipur, se empezó a notar un proceso preocupante en la sociedad israelí: muchos jóvenes laicos, desalentados por las dificultades de la vida en el Estado de Israel, deciden probar rumbos en otros países. Esta posición tiene su lógica: si alguien no entiende  la importancia de la tradición, ¿por qué vivir en Israel y no en cualquier otro país del mundo donde los judíos gozan de todo derecho como cualquier ciudadano?

Los valores judaicos espirituales del pueblo hebreo, aquellos que conservaron al pueblo durante milenios, son previos a la tierra; la tierra en sí sin la tradición no es motivo para aferrarse a ella.

El Creador se reveló por primera vez a los descendientes de Abraham y los llamó nación cuando les entregó la Torá, un compendio de ética y moral para ser observado y difundido en el mundo. La entrega de la Torá ocurrió fuera de la Tierra de Israel, en el desierto, para enseñarles que  su existencia no depende de la tierra sino de su apego a Su palabra, la Torá, al espíritu y mensaje moral y ético de la tradición milenaria de Israel que llevó al mundo a una mejor civilización.

La tierra no es la plataforma para sobrevivir ―se puede sobrevivir en cualquier territorio― es la base de lanzamiento de mensajes morales para los judíos y para el mundo entero. Solo si el pueblo judío que habita la Tierra de Israel y  mantiene el valor místico ético de la tierra, honrando la historia y la tradición que ella representa en la identidad judia la valorará y bregará por su conservación. Si solo se usa de refugio ante el peligro, al desaparecer el peligro, desaparecerá también la tierra.

 

El desafío de los judíos en relación a la Tierra Santa hoy

El desafío de los habitantes de Israel hoy es que la observancia y tradición, que son fundamentales, no se transformen por cuestiones políticas y de interés en una nueva excusa para cautivar y manipular a las masas de observantes hacia una ideología fanática y ciega, cerrada y desconectada de la vida real, utilizando la religión de las masas para exacerbar su fanatismo religioso con el objetivo de recibir votos y presión política.

Ya ocurrió varias veces en la historia judía que los fanáticos mesiánicos llevaron la muerte y la destrucción al pueblo de Israel. Recordamos esas fechas en el día del 9 de Ab, cuando los babilonios en el año 423 a.e.c., y los romanos en el 68 d.e.c destruyeron, masacraron y desterraron al pueblo judío de su tierra por culpa de los fanáticos intransigentes.

Los políticos pueden moldear la conciencia de la sociedad cuando utilizan estrategias masivas de captación de votos que formatean las mentes de los ciudadanos, quienes, con su mentalidad predispuesta a escuchar todo lo que se diga en nombre de la religión, obedecen ciegamente.

Sería una lástima que después de haber conseguido con tanto sacrificio un Estado judío y que se haya inclinado felizmente hacia la observancia y tradición de la Torá que fomenta la moral, la ética y la paz con todo los habitantes, se genere un efecto pendular y se aprovecha el poder de la religión para desvirtuarla y polarizar con objetivos electoralistas.

Aquellos enojados o desconocedores de la tradición deberían acercarse más y no tener miedo de la Torá porque, bien entendido, humaniza y armoniza al ser humano; pero eso solo ocurre cuando se encara con sentido común. Quizás se alejaron de la Torá a causa de los que la desvirtuaron, convirtiéndola en una religión pagana, fanática y anticuada, desconectándola de la realidad, haciendo prevalecer ritos inventados en la Edad Media y olvidando las verdaderas enseñanzas de bondad de la Torá. Aquellos que desvirtúan la tradición por inclinación al fanatismo y superstición deberían hacer un esfuerzo de romper las cadenas del paganismo, como lo hizo el patriarca Abraham, quien se liberó de la falsa religiosidad que le enseñó su padre, y acercarse a la esencia de la Torá, que fomenta el diálogo, la vida, el trabajo, la convivencia y el sentido común.

El Estado judío es vulnerable, como siempre lo fueron todos los estados hebreos que hubo en Tierra Santa, pero no por sus detractores y enemigos, sino por los errores de los propios habitantes de su tierra, «una tierra que traga a sus habitantes» (Números 13:32) si no se comportan con verdad y justicia.

La trágica fecha del 9 del mes de Ab nos recuerda esa fragilidad que deben los judíos evitar a toda costa: evitar el fanatismo, la discriminación, el odio y la carencia de sentido común, que fueron los motivos por los cuales se destruyeron los Estados hebreos en el pasado.

Por el Gran Rabino Isaac Sacca

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