La vida en Grus Rozen era dura y amarga…
Éste era uno de los 50 campamentos de concentración y trabajos forzados de la zona. Decenas de miles de judíos fueron enviados allí desde distintos puntos de Europa. Allí se fabricaban armas y ropas para los alemanes.
Como parte de la constante degradación física y moral de los judíos, se los trataba de hacer perder el sentido del tiempo. La noche no era noche y el día no era día. Se respiraba hambre, humillación y violencia. Sin embargo los judíos lograron retener su humanidad, ayudándose mutuamente. Incluso llevaban la cuenta del calendario judío en secreto, para poder recordar -aunque fuera simbólicamente- las festividades.
Sucedió en la noche de Purim. Los prisioneros se preparaban para dormir, mientras que los recuerdos de las pasadas alegrías de Purim flotaban en el aire. De pronto, uno de los cautivos se animó a llevar a cabo un hecho osado. Se irguió en su litera de madera dura y habló con voz emocionada: “¡Judíos! ¡Hermanos en desgracia: hoy es Purim! Este día recordamos los milagros que el Todopoderoso realizó a nuestros antepasados y los salvó del decreto de Hamán el malvado”. Se detuvo por unos instantes, y siguió: “También hoy pende sobre nosotros una espada. Los enemigos de Israel desean aniquilarnos. Pero… ¡No se dejen intimidar! También el Hamán de nuestros días, el opresor nazi- que Di-s borre su nombre y recuerdo- y todas su hordas, no podrán con el pueblo judío. ¡Las campanas de la redención se oyen de lejos y con la ayuda de Hashem veremos con nuestros propios ojos caer a nuestros enemigos y la salvación de nuestro pueblo! Netzaj Israel lo ishaker- El Omnipresente de Israel no mentirá!” “¡El Pueblo de Israel está vivo!”.
Su rostro estaba cubierto de sudor. Temblaba. Sus ojos ardían como antorchas.
Otro prisionero se puso de pie y entonó una hermosa melodía con las palabras: “que libra nuestras batallas, defiende nuestros derechos, vindica el mal hecho contra nosotros, castiga por nosotros a nuestros opresores y paga su merecido a todos nuestros enemigos mortales… Di-s que salva”
Después de ello, los valientes prisioneros se acostaron. Una pequeña llama de luz brilló en el corazón de todos. Sin embargo, la alegría duró poco. Un delator hizo saber a los alemanes de lo sucedido, pero debido a la oscuridad no pudo identificar a los prisioneros. Un oficial de alto rango vino a la barraca, enardecido, pidiendo que entregaran a los culpables. Nadie respondió. El alemán estaba rojo de rabia. “¡Si no aparecen los culpables en diez minutos, todos ustedes sufrirán!”. Ninguno contestó. Después de 10 minutos, todos fueron llevados afuera. “¡A correr!” fue la orden. Mientras todos corrían en círculo, el oficial junto a otros sanguinarios oficiales comenzaron a dar latigazos a los judíos, golpeando sus caras y cuerpos. “¡Más rápido!” gritaba enardecido. La sangre corría por los rostros, pero nadie abría la boca. Uno de los dos prisioneros trató de identificarse para evitar el sufrimiento de sus compañeros. Pero los demás no lo dejaron: “¡No, no hables!” le dijeron.
Las gargantas estaban secas, las rodillas no soportaban más, ya no podían respirar. Parecía un castigo eterno. Pero nadie dijo nada. Nadie entregó a sus hermanos.
También los prisioneros de Grus Rozen tuvieron un milagro de Purim. En realidad, dos. El primero fue que ninguno murió en esa corrida diabólica. Y el segundo, que nadie se quebró y denunció a su compañero. “El Omnipresente de Israel no mentirá…”
Relatado por Pinjas Menajem Plibowitz- uno de los convictos
Fuente: Jabad.org