Esperaba en la rampa del campo de exterminio de Auschwitz la llegada de las pertenencias de las víctimas. Separaba los relojes de oro, las monedas de distintos países, contaba los montos, los colocaba en una caja de madera y anotaba cuidadosamente la fortuna que iba a enviar a Berlín. Oskar Gröning, «el tesorero de Auschwitz», pidió este martes perdón ante un tribunal alemán que lo juzga por complicidad de la muerte de 300 mil personas en 1944.
Lúcido a sus 93 años, Gröning entró apoyado en un andador y con la ayuda de un abogado a la sala del tribunal de Lüneburg, la pequeña ciudad situada a unos 50 kilómetros de Hamburgo donde vivió sin sobresaltos después de la Segunda Guerra Mundial.
«Sin duda soy moralmente cómplice», declaró el anciano de pelo blanco. «Y también admito esa culpabilidad moral aquí, con arrepentimiento y humildad frente a las víctimas. Pido perdón», declaró Gröning ante el tribunal, que debió alquilar una sala grande debido al interés mediático por el que será uno del los últimos juicios por el Holocausto.
El llamado «tesorero» o «contador de Auschwitz» es uno de los pocos que relató la vida cotidiana de los miembros de las SS en el campo de exterminio, una vida que él calificó de «normal», como la de un pueblo, con verdulería, vecinos…
En una espeluznante entrevista publicada por el semanario Der Spiegel hace diez años, contó cómo él y sus «colegas» jugaban a las cartas y bebían mientran hablaban del olor de los cadáveres quemándose, de cómo los cuerpos se levantaban al arder.
Entre 1942 y 1944, Gröning vió la pila de muertos en un par de ocasiones, por ejemplo cuando todos los SS salieron a la caza en medio de un intento de fuga. Para él, según confesó a Der Spiegel, el exterminio de los judíos era «un método de guerra» y las matanzas eran «horribles» pero se enmarcaban en «lo necesario».
«A los judíos les grababan el número de prisionero, a los SS el grupo sanguíneo», explicó en la entrevista, mostrando el cero que tiene en el brazo y relatando que fue él mismo quien en 1944, después de pasar dos años en Auschwitz, pidió su traslado al frente. Había visto a un SS arrojar a un bebé contra un camión, para que dejara de llorar. Y aquella noche se emborrachó para olvidar.
Pero la conciencia de crímenes atroces no impidió a Gröning llevar la vida de un hombre común y guardar silencio. Recién habló en los 80, cuando escribió para sus dos hijos y algunos amigos su testimonio de las matanzas. Confesó que había escuchado los gritos de socorro de quienes perecían en las cámaras de gas. Más tarde dió una larga entrevista para un documental de la BBC en la que se definió como una «ruedita», una pequeña pieza en el engranaje del genocidio perpetrado por los nazis, pero en ningún caso como un culpable. «Ni siquiera nunca le pegué a un prisionero», dijo entonces.
Los millones de víctimas «no fueron asesinados por jerarcas nazis», fueron justamente estas «rueditas» las que permitieron el funcionamiento de la maquinaria de exterminio, destacó ayer el abogado Thomas Walther a la emisora berlinesa Inforadio.
Walther criticó fuertemente a la justicia alemana por haber descartado una y otra vez la responsabilidad de los administradores grises del Holocausto, los llamados «criminales de escritorio» que ocupaban funciones como la de Gröning en los campos de exterminio.
El abogado defensor Hans Holtermann consideró en cambio que Gröning nunca tuvo una participación directa en los crímenes nazis y que su sola presencia no lo convierte en cómplice.
El juicio al «tesorero de Auschwitz» se limita a un período de mediados de 1944, cuando llegaron al campo de exterminio 137 trenes con unas 427 mil personas, de las cuales al menos 300 mil fueron asesinadas. Para los sobrevivientes y descendientes de las víctimas que viajaron desde distintos países del mundo para dar su testimonio, lo importante no es la condena, sino el juicio mismo y sobre todo la sentencia.
Fuente: Clarin.com. Nota escrita por Araceli Viceconte