Cómo fue la pionera llegada de los judíos a la Argentina. Por Daniel Muchnik

La colonización agrícola general en Argentina es uno de los capítulos más apasionantes en la historia de la construcción de nuestro país. Una abundante bibliografía la acompaña. Testimonios personales de los padres fundadores de algunas colonias se mezclan en los estantes de las bibliotecas, con recorridos históricos de sus realizaciones. Hay mucha nostalgia por aquellos primeros tiempos, ahora por parte de sus descendientes. No faltan algunas críticas serias y consistentes. Pero nadie puede negar que, queriéndolo o no, transformaron los ritmos y el sentido de la producción agraria nacional.

Ese pasado no está teñido ni de rosa ni de negro. Fue duro y difícil y los resultados fueron magros, al cabo de un tiempo, frente a lo que esperaban. No obstante, los colonos judíos dejaron enseñanzas y transformaciones valederas que se acrecentaron y tienen una vigencia única y especial. La consigna de Sarmiento -«La tierra debe pertenecer a quien la cultiva»- sufrió muchos contrastes con lo que ocurrió en la realidad.

Escribió Dardo Cúneo: «El país no contaba con una clase popular agraria con la que fundar la nacionalidad en los términos de la época. El pastoreo seguía predominando, de lejos, sobre la labranza. Los títulos de propiedad de la tierra no alteraron ese ámbito natural que era el desierto, en donde una población dispersa alentaba actitudes elementales de vida, por imposición del medio y ninguna acción económica para transformarlo.»

La inmigración judía importante no se inicia hasta las últimas décadas del siglo XIX. Existe un devenir de esperanza, luego sufrimiento, fracasos y después desafíos, trabajo intenso en tierra desconocida, avatares del clima y de las pestes, y nuevamente esperanzas, introducción de tecnología de avanzada para su época y décadas después paulatino abandono del terreno conquistado por fatiga y por condicionamientos financieros. Las colonias judías pasaron por todos esos estados, con una rapidez asombrosa.

El gobierno argentino comisionó a varios particulares que colocaban avisos en los diarios europeos atrayendo futuros colonos, y además desplegó promociones de todo tipo. Ordenó a los cónsules argentinos en Europa la tarea de atraer inmigrantes. Antes y después de los pogromos rusos que se multiplicaron en 1881 y 1882, con matanzas y saqueos que fueron autorizados por los ministros del Zar y por el mismo zar Alejandro III tras el asesinato en San Petersburgo de su antecesor Alejandro II,72 los judíos, pobres de absoluta miseria, que vivían en los barrios marginales de las ciudades o en las aldeas, huyeron como pudieron.

Los primeros judíos en llegar a la Argentina para ligarse a la tierra lo hicieron por su cuenta y riesgo. Todos partieron de la región de Podolia, que ahora se encuentra en el centrooccidente y sudoccidente de Ucrania y al norte de la actual Moldavia, antes Besarabia. Es un territorio llano, suavemente ondulado, recorrido por los ríos Dniéster y Bug Meridional, tributarios del mar Negro. En el suelo de Podolia predomina la «tierra negra», que lo hace muy fértil. En el pasado, polacos y rusos se disputaron su titularidad.

El mundo jerarquizado de entonces, el de Europa Occidental, ya había impuesto barreras a la entrada de inmigrantes. En Alemania no podían tener esperanza los judíos, porque los acusaban de haber introducido las pestes de cólera. La comunidad judía local no movió un dedo para que las autoridades cambiaran de opinión. A fines de los años ochenta en Inglaterra se desplegó una campaña contra los extranjeros. Fueron los sindicatos los que exigieron al Parlamento que evitara la entrada de foráneos.

El cierre paulatino de las fronteras de Estados Unidos se fue imponiendo a mediados de los años ochenta, cuando la gran ola de inmigración judía desde Europa Oriental tomaba fuerza. Las prohibiciones terminantes fueron para los chinos. En la década de los noventa, una asociación xenófoba que decía cuidar «los valores norteamericanos» empezó a cerrar las puertas a muchas legiones de «gente extraña». Se sancionaron nuevas leyes para impedir el paso de mendigos, tratantes de blancas, anarquistas y personas que pudieran depender del erario público. Todo era para cuidar «el orden social». Pocos años después se exigió a cada inmigrante que demostrara la posesión de 25 dólares para su subsistencia.

A los primeros judíos -llamados «podolier», porque venían de la región ucraniana de Podolia-, un total de ciento treinta y seis familias, los trajo el vapor Wesser hasta Buenos Aires, el 14 de agosto de 1889, donde pudieron comprobar que las tierras que había prometido el cónsul argentino en París estaban ocupadas. Habían partido del puerto de Bremen 35 días antes. Ningún organismo oficial se hizo cargo ni de ellos ni de las mentiras del diplomático. Les ofrecieron sitios en el Chaco, pero los rechazaron.

Hasta que un estanciero, Pedro Palacios, los convenció de las bondades del centro-norte de la provincia de Santa Fe, y el 28 de agosto de 1889 se firmó un contrato por el que los «gringos» pagaron abusivamente, hasta cinco veces más de lo que valían los terrenos. Pero Palacios no cumplió con lo que había prometido. No envió a tiempo los implementos de trabajo ni lo necesario para que levantaran viviendas ni siquiera precarias.

Pasaron meses de hambre. Los inmigrantes, casi en harapos, corrían hasta las vías del ferrocarril que se estaba construyendo y pedían a los obreros que trabajaban allí, o a los pasajeros que iban rumbo al norte, que se compadecieran y les dieran algo de pan y comida.

Sus condiciones bordearon la miseria extrema en aquellos inicios. Y hubo pestes y muertes por enfermedades o por agotamiento. No todas las familias se quedaron en ese sitio. Trece de ellas se fueron a Monigotes, otras abandonaron el proyecto instalando pequeños comercios en la localidad de Sunchales. Otros eligieron Rosario.

Dos núcleos de agricultores se establecieron en las inmediaciones del punto donde se levantaría Moisés Ville. Con el tiempo, el terrateniente Palacios cumplió con lo prometido: se distribuyeron carpas de lona, cada familia recibió un lote y un par de bueyes, y construyeron casas de barro y paja. Así nació Moisés Ville. Los campos no estaban alambrados y no servían para la agricultura. La suerte siguió siendo esquiva. Planes posteriores forjaron el proyecto de trasladar a esos pioneros a las colonias que se levantarían con dinero de la JCA en Entre Ríos. El comienzo de la inmigración judía, como se ve, no fue prometedor.

Este texto es una versión condensada del capítulo «La inmigración judía», del libro «Inmigrantes», de Daniel Muchnik (Sudamericana).

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