Nisman, mi papá

-¿Vos notabas que tu papá estaba preocupado?

-No estaba preocupado. Estaba ansioso.

Iara Sofía Nisman compartía las últimas horas con su papá sin que ninguno de los dos lo supiera. El viaje soñado acababa de comenzar. El viaje de sus 15. Londres, Amsterdam, Madrid, Andorra para ir a esquiar (por eso Iara y su hermanita, Kala, le habían regalado a Nisman una campera de esquí en su cumpleaños, el 5 de diciembre). Después a París, donde se encontrarían con su mamá y su hermanita. Ahí sus padres cambiaban de hija y seguían por separado. Iara se quedaba con mamá. Kala se volvía con papá. El inicio del viaje fue el 1° de enero de 2015. El regreso sería el 23 desde París. Pero el 18 Nisman estaba muerto en Buenos Aires.

Qué pasó es algo que Iara, hoy de 17 años, se preguntó muchas veces desde entonces. Ella tiene una respuesta: que a su papá lo mataron por su trabajo. La mayoría de los argentinos piensa como ella.

«Yo sabía que estaba haciendo algo muy importante. En el viaje, después de pasear, llegábamos a la noche al hotel y él se ponía con la computadora a trabajar. Era como que estaba allá pero quería estar acá», recuerda. Eran los días en los que padre e hija se hacían selfies sobre el Támesis, con el Parlamento británico detrás.

Ahora es una tarde de calor en San Isidro y Iara está esperando a Kala, que acaba de cumplir 10, para acompañarla a entrenar al hockey del CASI. Ella juega ahí de delantera. Iara tiene un short de jean, sandalias y una remera. Este año termina la secundaria y prepara con sus amigas el viaje de egresados. La hija mayor de Nisman es una adolescente llena de sueños. Inteligente, sensible y «colgada». Le gusta escribir.

– ¿Y cómo es ser la hija de Nisman para tus amigas?

– Ellas no me preguntan mucho sobre mi papá. Es como que se sienten incómodas…

Iara vio a su papá perderse en la manga del aeropuerto de Madrid para tomar un vuelo anticipado a Buenos Aires. «Me dijo que lo perdonara pero que se tenía que ir urgente por el trabajo importante que estaba haciendo. Yo lo entendí…».

Iara iba a volverse con él, pero 10 minutos antes de embarcar vio que su hermanita, que acababa de llegar con su mamá a Barcelona, se conectó en una red social. Ahí le pidió que su mamá la llamara. Sandra Arroyo Salgado no entendía qué pasaba. Discutió con Nisman, porque él cambiaba de planes. Acordaron que Iara se quedara para no interrumpir su cumpleaños, pero su valija ya había sido despachada. Iara vio cómo su papá y su ropa se iban a Buenos Aires.

Su mamá la fue a buscar a Madrid -ella pasó la noche entera en un salón de la compañía Iberia- y las tres siguieron juntas. Volvieron a Barcelona y de ahí a París. El 18, fueron a ver las catacumbas al Louvre y volvieron al hotel temprano. Estaban cansadas. En el metro de París se asustaron porque un hombre con turbante hablaba sobre un ataque. Iara sabe francés. Se lo dijo a su mamá. Las tres se bajaron corriendo del vagón en la estación siguiente. Sólo habían pasado 10 días del ataque terrorista contra la revista Charly Hebdo y París estaba en alerta máxima.

En el hotel, mientras Kala se duchaba y Iara jugaba a las cartas con su mamá, Arroyo Salgado recibía un extraño llamado. La secretaria privada de Nisman decía que no lo encontraban, que el fiscal no respondía y que estaban pensando lo peor.

«Tiren la puerta abajo», le dijo Arroyo Salgado. Y empezó a llamar a los custodios de Nisman. Un rato más tarde, uno de ellos le dijo que Nisman, su ex marido, el padre de sus hijas, el fiscal que volvió corriendo a Buenos Aires para denunciar a la Presidenta, estaba muerto.

Ella pensó que algún medicamento podría haberlo intoxicado. Nisman había perdido jóvenes a su abuelo y a su padre y estaba obsesionado con su cuerpo y su salud. Era hipertenso y tenía alto el colesterol. Para eso a veces tomaba complementos vitamínicos. Arroyo Salgado pidió que clausuraran el mueble donde Nisman guardaba medicamentos, pensando en una partida que pudiera haberle hecho mal. Pero el guardia que la atendía en Puerto Madero la cortó: «Señora… acá hay un arma…».

Desde el diminuto cuarto de hotel en París, Iara le mandó a su papá una catarata de mensajes de texto que nunca le fueron respondidos. Enseguida supo que algo estaba mal. Cuando le vio la cara a su mamá entendió todo. Se abrazaron, en shock por la locura de la noticia y la distancia. Iara recordó entonces que su papá había prometido volver a estar con ellas después de hacer su denuncia en Buenos Aires.

«Lo primero que pensé fue que quiso esconderse en el baño, porque ese departamento era como circular y no había un lugar para ocultarse. Lo único, si alguien te perseguía, podía ser el baño», dice Iara, imaginando que su papá trataba de escapar de alguien. Sonríe con timidez desde los brackets de sus dientes blanquísimos. Así, con esa media sonrisa, es igual a su papá.

-¿Qué te dice la gente por la calle?

-Casi nada. No me reconocen. Sólo se dan cuenta de que somos nosotras si voy acompañando a mamá.

El momento de Iara con su papá era compartir sushi. Es lo que Nisman les mandó a comprar a sus custodios la noche antes de morir. Es la comida preferida de Iara hoy.

Iara dice que una de sus mejores amigas también perdió a su papá repentinamente, como ella. Y que otra amiga tiene a su papá muy enfermo. La diferencia es que, «cuando es así, es como que te podés despedir», razona. Y en este preciso instante parece una chica mayor, más madura que lo que indica su edad biológica.

Iara va a bailar a las fiestas de los colegios, del club y también a algunos boliches en una previa que termina a las 12 de la noche. Escucha música «tranqui» y le gustan los Imagine Dragons y Red Hot Chilly Peppers. Tal vez estudie Derecho pero, mejor, Relaciones Internacionales. La huella de papá es evidente: cuando en el Colegio le dieron para elegir entre 10 temas para hacer una monografía, ella eligió «Terrorismo».

Iara se llama así porque su mamá pensó, desde mucho antes de conocer a su papá, que ése, el de una compañerita de su sobrino mayor, era un hermoso nombre para una nena. Significa «Señora» o «Primavera».

Algunas noches, Iara tiene pesadillas. Su hermanita -que terminó el año electa mejor alumna y compañera ejemplar, en medio de la ovación de todo el colegio- aún duerme abrazada a un viejo buzo de su papá. Iara, de vez en cuando, sueña con Lagomarsino. El hombre que le llevó a Nisman el arma con la que se disparó o le dispararon lleva a sus hijos a un colegio que queda a dos cuadras del que van las hijas de Nisman.

Esas noches de pesadillas recurrentes, Iara vuelve a ser la nena del fiscal muerto. La que una vez escribió un cuento sobre la hija de un abogado que sufría porque le habían matado a su papá mientras hacía su trabajo. Iara sabe que va a llamarse Nisman toda la vida y que su apellido siempre será un ancla que rebobine los pensamientos y las cosas hacia la extraña muerte de su papá. La fuerza centrífuga que vuelve al ojo del huracán.

Alguna vez, ella le había comentado a su papá aquello de que todo el mundo se acuerda de lo que estaba haciendo el día en que cayeron las torres gemelas en Nueva York. Le había llamado la atención ese detalle. Ahora ella nota que la gente se acuerda de lo que estaba haciendo cuando se conoció la noticia de la muerte de Nisman.

Dice que está más tranquila, ahora. Que 2015 fue un año horrible por las amenazas y por la gigantesca campaña para ensuciar la imagen de su papá.

En aquellos días en que Buenos Aires estaba empapelada con Nisman en una playa junto a una joven modelo, Iara escribió su convicción. Cómo sería de importante el trabajo de mi papá para que busquen ensuciarlo de todas las formas posibles. Más lo atacaron, más se convenció. Iara es perseverante y profunda cuando busca respuestas.

-¿Creés que se va a saber lo que pasó?

-Hmmmm… no sé. Ya pasaron dos años y no se sabe casi nada, ¿no?

Tiene los ojos abiertos pero mira hacia adentro. Ahí, en el no final, traga saliva. Aparece otra vez la sonrisa fugaz, melancólica, aunque enseguida cambia de tema porque acaba de entrar Kala, la chiquita, y pregunta a qué hora hay que salir para el entrenamiento en el club. Este miércoles, cuando el país recuerde la muerte del fiscal que hacía su trabajo, las dos cumplirán dos años sin papá.

Fuente: Clarin.com del 14/01 por Héctor Gambini

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