Al finalizar la columna que escribí hace dos años (5782) en esta misma revista, hablé de honrar la elección de vida, del ser judío: “Nosotros tenemos que honrar esta maravillosa oportunidad que nos da la vida de poder elegir quiénes somos, hacia dónde vamos y cómo lo transmitimos”.
De eso hablé en la del año pasado (5783) y en en el último párrafo expresé: “Vivimos en el lugar que elegimos. Ese lugar en el que recibimos un legado que hoy estamos transmitiendo. El lugar por el que cada día seguiremos transmitiendo vida judía. Seguiremos sentándonos junto a la mesa familiar en cada fiesta, seguiremos alentando la educación judía y viviendo el ‘ser’ judío en cada uno de nuestros pasos. Porque ese fue
el legado y ésta es nuestra oportunidad de transmitirlo”.
Releyéndolo me doy cuenta que esto es lo que nos define: honramos nuestra elección de vida, elegimos dónde y cómo vivirla y transmitimos nuestro legado a las generaciones que nos sucedan.
Cuando reviso mi historia muchas veces pienso: si mis abuelos que vinieron de Polonia y Rusia hubieran bajado del barco en otros destinos, ¿habría nacido? En el enorme terreno de las hipótesis supongo que sí, ya que mis padres se hubieran encontrado en otro país y sus hijos serían los mismos que nacieron en Argentina. Pero con otra “cultura”, otras costumbres y otras enseñanzas que tendrían que ver exclusivamente con ese país. Pero hay algo que sería exactamente igual: el Ser Judío.
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Y no tiene que ver solo con la religión; tiene que ver con la tradición, con el legado, con Pesaj, Rosh Hashaná, Iom Kipur, Jánuca y cada una de las celebraciones en las que los judíos de todo el mundo compartimos el mismo día, aunque en Israel sean las 19 y en Argentina las 13, y en Australia la mañana siguiente.
Desde hace muchos años compartimos todas las fiestas con mi hermano y su familia. Pasamos a ser los más grandes de la cabecera de mesa casi sin darnos cuenta. Era “ayer” cuando nos tenían que llamar a comer mientras jugábamos en la vereda de la puerta de casa porque el Zeide, que ya había vuelto del Templo, comenzaba con las ceremonias de Pesaj, el brindis de Rosh Hashaná o terminar el ayuno con un té y la torta de queso en Iom Kipur.
Casi sin darme cuenta se acabaron los guefilte fish de mi mamá, que por suerte le pasó la receta a mi esposa y ese mismo aroma también lo siento en los pasillos del edificio cuando estoy llegando y la memoria emocional se traduce en alguna lágrima que aparece.
Hoy somos nosotros los que tenemos la oportunidad de transmitirlo y, de ser cuatro con
mi esposa y mi cuñada, “de repente” pasamos a ser 15. Y entre esos 15 están mis dos nietos. Y mañana seguramente seremos muchos más y la mesa se seguirá agrandando.
Hoy quiero celebrar cada celebración en familia. Quiero honrar este 5784 homenajeando a todos aquellos que estuvieron en la cabecera que hoy ocupamos nosotros. Sin dudas, ellos hicieron bien su trabajo, ojalá nuestros hijos y nuestros nietos puedan decir lo mismo.
Quiero finalizar agradeciendo a la enorme cantidad de empresas, instituciones, organizaciones y columnistas que siguen acompañando a Vis a Vis, no solo durante todo el año sino también en esta edición anual por Iamim Noraim
¡Shaná Tová Umetuká!
Por Gustavo Szpigiel