El “deber de memoria” y el Museo de la Shoá. Por Dr. José Milmaniene

La continuidad de nuestro pueblo se asienta en la asunción responsable del “deber de memoria”, como modo privilegiado de respuesta a todos aquellos que de un modo real o simbólico, atentan contra la preservación de la existencia y la cultura judía. Se trata finalmente de dejar testimonio de las vicisitudes de nuestra historia y de hacernos responsables por las víctimas y mártires de la Shoá.

El vigor ético de nuestra comunidad reside en asumir la responsabilidad por rescatar a nuestros muertos de la nada, a la que siempre los condena el olvido.

La memoria que permite restituir la dignidad de los hechos históricos, no consiste en la mera evocación formal de los mismos, sino que se debe plasmar a través de la exposición de muestras y obras, que permitan tomar contacto con este período de la historia en todas sus dimensiones.

En este sentido, la existencia del Museo de la Shoá de Buenos Aires se inscribe merecidamente entre los memoriales que se erigen como testimonios contundentes que nos interpelan y conminan a recordar, y devienen así en custodios de la memoria de una época de espanto, en la que se abolieron todos los lazos de humanidad.

El Museo de la Shoá de Buenos Aires se suma así a la serie de los grandes “templos de la memoria” tales como el Museo Judío de Berlin, el Museo del Holocausto de Washington, el de la Herencia Judía de New York, y el de Yad Vashem de Jerusalén, entre otros.

Estos memoriales han logrado enfrentar con éxito el enorme desafío que implica representar la locura insensata que significó el asesinato impiadoso de 6 millones de inocentes en el universo concentracionario.

Los modos de presentar la existencia de las víctimas en los campos de la muerte, han requerido de una sólida elaboración conceptual, dado que se trata de aludir a una dimensión de lo siniestro, que finalmente tiende a sustraerse de cualquier orden de figuración simbólica.

Esta difícil tarea ha consistido en exponer lo irrepresentable – lo que no tiene nombre- con los recursos simbólicos que nos ofrecen las imágenes, las obras literarias de los sobrevivientes, las producciones ensayísticas de los intelectuales e investigadores, los objetos recuperados de las “pequeñas memorias” que reflejan residualmente la vida cotidiana en los campos y los guetos, y los documentos que dan cuenta de las persecuciones del nazismo.

Los museos citados han logrado transmitir la tragedia de la Shoá, de modo tal que las evidencias testimoniales expuestas, se constituyen en sí mismas, como una denuncia contundente de lo que no debió haber acontecido jamás.

El acto de “representar lo irrepresentable” sirve así a los efectos de alertar a las conciencias e incrementar las convicciones democráticas, al servicio de fortalecer el permanente combate cultural-ideológico contra todas las políticas asentadas en la xenofobia, el racismo y el antisemitismo.

Los museos de la Shoá han conseguido expresar el mayor colapso ético de occidente con un sentido pedagógico-educativo, y han eludido tanto el riesgo de “estetizar” el horror, así como el de inundar al espectador con escenas obscenas, que sólo generan rechazo e incrementan la negación.

Visitar el Museo de la Shoá de Buenos Aires así como otros espacios destinados a la memoria, configura en sí mismo un acto de afirmación ética, y seguramente todo aquel que los recorra, sentirá la necesidad de escuchar el mensaje de las víctimas, que nos conmina al “deber de memoria”, tal como expresa Alain Finkielkraut: “Una voz viene de la otra orilla y me pide que rinda cuentas y ya me acusa, siempre ya, de haberla abandonado.”


Por Dr. José Milmaniene
Médico psiquiatra y psicoanalista.
Miembro titular en función didáctica y Profesor del Instituto del Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
Otra de sus obras publicadas son «La Función Paterna» y «Arte y Psicoanálisis».

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