Por ahora los judíos seguimos siendo centro de una escena funesta. Por Daniel Goldman

En horas de angustia, de dolor y de desconcierto, cada uno de nosotros se siente intimado y necesitado a anclarse en algo. Aunque no soy afecto a los aforismos, ya que su gran mayoría me resultan superficiales, recordé uno que atesoré en mi más tierna adolescencia: Situado en alguna nebulosa lejana hago lo que hago, para que el universal equilibrio del que soy parte no pierda el equilibrio. Hechos desgarradores de la existencia conducen a que lo humano que anida en nuestro ser se sitúe en algún rincón de lo diverso. Pero por más esfuerzos que hagamos, todo acto violento nos desequilibra. Nuestra sociedad está desequilibrada.

El desnivel que produce la muerte de un joven fiscal me conmueve terriblemente y de manera colectiva nos conmina, porque toda muerte absurda nos sacude. Desde la condición existencial –dice Freud– la muerte del otro refleja la nuestra (si lo sabré, dado que el oficio que ejerzo –producto de mi vocación– marca este estado en mi conciencia). No puedo despegarme del drama de su muerte, su edad y sus hijas. Me perturba la fatalidad limitante que propone la vida y desde ahí el insondable misterio de la extinción.
Tampoco puedo pretender que el resto haga lo mismo (cada uno es cada uno y cada cual es cada cual), pero yo a un muerto no lo juzgo. Menos en estas horas. Eso es de baja petulancia. A un ser muerto lo recuerdo y acompaño a sus familiares. Como a todos los familiares. Porque ellos son los que en la noche se encuentran solos, solos, solos (esta es la “Gran Lección” que aprendí en el rabinato; lo demás es comentario) y saben de qué se trata el infierno. El acompañamiento es el sentido judío intraducible depositado en la kehilá. Deseo con amor que su núcleo pueda concebirse enlazado en familia extendida, a través de la comunidad de fe que les permita descubrir consuelo. Evoco la sucesión de las parashiot en el libro de Vaikra-Levítico, y lo sugestivo de sus nombres: “Ajarei mot-kedoshim-emor”/ “despues de la muerte-santos-diremos”. La justicia dirá el resto, y debo confiar en ella. “Tzedek tzedek tirdof lemaan tijie”/ “Justicia, Justicia perseguirás para que vivas”.

Ello me conduce a algo más:
Preparando el curso sobre Misticismo que voy a dictar el próximo semestre, volví a repasar textos y a recuperar el profundo sentido del valor simbólico de algunas metáforas cabalísticas. Esencialmente una: existen mundos ocultos y fuerzas misteriosas a la que los seres humanos debemos temerles. Fuerzas consagradamente tanáticas, del mal. Tal vez en esa metáfora están condensados ciertos niveles de la política y del poder que actúan en forma de hampa, que instalan el miedo y que nos hacen especular alrededor de ellas. La especulación no esclarece –dice la mística–. La especulación intoxica.

En un país signado por sucesivas tragedias, lo judío queda atravesado desproporcionadamente en ella. En tanto AMIA es medularmente un centro judío, la muerte del fiscal Nisman deviene y se mixtura en un tema judío. Y en esto, lo judío solo por su condición ontológica queda condenada con muerte. Nisman z”l es otra víctima en la saga judía. Y la muerte de un judío en esta situación imprime una página más en la desventura de nuestro pueblo, lo que también signa una suerte de desamparo palaciego. Son las pendencias entre fuerzas ocultas, balaceras, que instalan lo judío en el medio, acomodaticiamente antisemita, altamente peligroso, y que demuestra una vez más el cíclico prejuicio que vuelve a ubicarse en la superficie. Retorno a la insistencia de que la muerte del fiscal Nisman es principalmente un tópico judío, que incluso pone en cuestionamiento nuestro lugar vulnerable en la sociedad. Esta sutileza encierra una claridad meridiana.

Y para no confundirnos: la memoria abre en esto un velo que también es de destacar. Como hace 20 años atrás, en el 94 eran “todos AMIA”. Hoy día “todos Nisman”. Con el devenir del tiempo, cuando se catalice la tormenta, sólo va a marcar que es un tema judío. Un dramático tema judío. Un diseño en el desierto de una minoría. El tiempo hace que las indignaciones circunstanciales se transfieran a otras temáticas, pero la soledad de lo judío es intransferible. Por ahora los judíos seguimos siendo centro de una escena funesta. Todo lo opuesto a la era mesiánica. Posiblemente correr el drama judío de la escena sea acercar al Mesías.

Por último, sostengo con honestidad intelectual y absoluta libertad (ya que el único compromiso que tengo es con el pueblo judío –que a través de sus fuentes me enseñó el sentido de verdad, memoria y justicia–), que se equivoca la presidenta de mi país con su mensaje: aguardaba la contención, que desde la altura de un estadista deje marca en la historia, y no un lugar de victimización. Del mismo modo resulta incómodo que el resto del arco político intente subir al tren de la coyuntura dolorosa. El liderazgo debe brindar un mensaje humanista que supere y se eleve por sobre la altura de las circunstancias y que no quede enquistada a los formatos políticos, sean cuales fueren.

Lamento que en esta hora fatídica sea simplemente un parroquiano y que mi pensamiento no pueda elevarse a lo universalista. El dolor y el desasosiego me retrotraen a aquel 18 de julio, pero 21 años más viejo. Ya vi correr mucha sangre. Más que tinta.

Nos espera un año difícil. Pero, como dije en otro texto: lo opuesto a la esperanza no es la desesperanza, sino la desesperación.
Es un momento que requiere –al decir de Heschel– grandeza moral y audacia espiritual.

Beshalom-con paz

Rabino Daniel Goldman

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