La semana pasada una repentina ola de violencia terrorista se apoderó de Turquía. Sangrienta, como todas. La conmoción por ella provocada afectó la confianza de la sociedad turca, en general. En señal de ansiedad, las cotizaciones de su moneda, la lira, así como las de sus bonos y acciones se hundieron -al unísono- en sus respectivos mercados. Ocurre que no es fácil mantener la calma cuando se advierte inequívocamente que una sociedad de pronto se transforma en blanco directo de los ataques con suicidas y explosivos que caracterizan al andar del Estado Islámico.
Esto sucede en un mal momento para Turquía. Cuando su crecimiento se ha desacelerado y es ahora de apenas un 3% anual; lo que está por debajo del 5% de los tres últimos años y del 9% alcanzado en el 2010 y el 2011. Y cuando la tasa de inflación turca ha superado el 5% anual.
La cuesta abajo turca es económica, pero es también política. El oficialismo -de capa caída, golpeado por sus tendencias autoritarias- no pudo mantener la mayoría que tenía en las recientes elecciones parlamentarias nacionales, las de junio pasado. Y deberá, en adelante, gobernar en coalición. Está entonces, profundamente debilitado. Y además algo sorprendido. Con el duro liderazgo del presidente Recep Tayyip Erdogan visiblemente erosionado.
La cuesta abajo turca es económica, pero es también política; el oficialismo -de capa caída, golpeado por sus tendencias autoritarias- no pudo mantener la mayoría que tenía en las recientes elecciones parlamentarias nacionales
En el escenario económico hay, pese a todo, una buena noticia para Turquía, país que es importador neto de combustibles. Me refiero a la fuerte caída de los precios internacionales de los hidrocarburos. El resto es, más bien, intranquilidad.
En ese complejo universo doméstico, el gobierno de Turquía acaba de tomar algunas resoluciones realmente muy fuertes en materia de política exterior. De aquellas que, por su particular naturaleza, siempre tienen repercusiones en el marco doméstico.
La primera de ellas es la que tiene que ver con el Estado Islámico, cuya presencia en la frontera de Turquía con Siria es ya muy significativa. Hasta ahora, la actitud turca respecto de esa peligrosa realidad era una de relativa -y más bien pasiva- abstención del uso de la violencia. Salvo algunas acciones, más bien menores y defensivas, de carácter esporádico. Sumada a una de cierta sensación de sorda condescendencia con el fundamentalismo. De aquellas que de pronto las circunstancias exigen cambiar, inevitablemente.
Cuando la inhumana violencia del Estado Islámico la semana pasada cruzó la frontera y apuntó, en la propia Turquía contra sus tropas y ciudadanos, Turquía reaccionó saliendo de la pasividad. Decidió usar su aviación militar para bombardear las bases del Estado Islámico que están más cerca de su frontera, en torno a la ciudad de Kilis. Por primera vez incursionó en el territorio sirio ocupado por los fundamentalistas «sunnis» aunque -presuntamente- con misiles que se dispararon desde aviones de caza que pretendidamente volaban dentro del espacio aéreo turco.
Cuando la inhumana violencia del Estado Islámico la semana pasada cruzó la frontera y apuntó contra las tropas y ciudadanos turcos, el país salió de la pasividad y decidió bombardear las bases del Estado Islámico que están más cerca de su frontera
Los ataques turcos conformaron dos oleadas, casi inmediatas. Los F-16 emplearon sus misiles contra dos centros de comando y algunas barracas y depósitos militares del Estado Islámico emplazados en lugares cercanos a la frontera turca con Siria. Estas acciones fueron aparentemente una consecuencia directa del atentado perpetrado pocas horas antes por milicianos del Estado Islámico en la ciudad de Suruc, que dejó un saldo de horror: 32 muertos y más de un centenar de heridos, todos ellos civiles inocentes.
A esa medida drástica Turquía sumó una segunda: la simultánea autorización a los aviones militares norteamericanos para usar las bases aéreas turcas para sus vuelos de ataque y bombardeo, tripulados o no, contra las fuerzas del Estado Islámico. Esto obviamente habilita a los norteamericanos a utilizar la base aérea de Incirlik, en la costa mediterránea, desde donde ellos aparentemente prefieren operar. Autorización pedida con anterioridad con alguna reiteración, pero que una dubitativa Turquía había preferido demorar.
Todo lo que fue acompañado de una tercera medida: una inesperada y amplia redada policial que se extendió a lo largo de 13 provincias turcas y que, de pronto, envió a la cárcel a más de cinco centenares de militantes turcos del Estado Islámico. Incluyendo entre ellos a 37 militantes extranjeros, así como al controvertido clérigo salafista Ebu Hanzala, considerado como uno de los más importantes líderes religiosos del Estado Islámico en Turquía.
Las tres dramáticas decisiones turcas comentadas pueden bien ser el comienzo de una nueva etapa en la lucha regional contra el Estado Islámico. Con otra dinámica y con una coalición militar mucho más sólida y eficiente que hasta ahora. Por contar con un poder de fuego aéreo más cercano a los escenarios mismos de las batallas. Con inmediatez, entonces. Habrá que ver qué sucede ahora con una frontera que, de una buena vez, debería dejar de ser porosa para el tránsito de los milicianos del Estado Islámico.
Simultáneamente, en otra decisión que también es bien grave, Turquía bombardeó con sus aviones militares a varias bases de las eficientes fuerzas kurdas del llamado PKK. Aquellas emplazadas en las montañas de Qandil, en Irak del norte. Con esto, Turquía destrozó, de un solo plumazo, el trabajoso cese el fuego que se había negociado entre ambas partes en el 2013. Y, naturalmente, abrió un nuevo frente de violencia que, con tres décadas de confrontaciones en sus espaldas, puede encender nuevamente los conflictos armados de la administración de Erdogan con la numerosa población kurda que vive dentro de la propia Turquía.
Turquía bombardeó varias bases de las eficientes fuerzas kurdas del llamado PKK, aquellas emplazadas en las montañas de Qandil, en Irak del Norte; con esto, destrozó de un solo plumazo el cese el fuego que se había negociado entre ambas partes en 2013
Recordemos que, por primera vez en la historia, los kurdos que viven en Turquía -más unificados que nunca- tienen ahora nada menos que 80 bancas en el parlamento turco; hecho que fue uno de los grandes responsables de la pérdida de la mayoría legislativa por parte del partido oficialista.
Enfrentarse con los kurdos puede enfriar la participación de sus fuerzas en las acciones contra el Estado Islámico. Lo que está lejos de ser un tema menor, atento a que hablamos de una de las columnas, la kurda, más eficientes en la lucha armada contra ese azote. Sus unidades han combatido tanto contra insurgentes como contra ejércitos regulares en Siria, Irak, Turquía e Irán. No es poco. Pero sucede que allí viven, diseminados, unos 30 millones de kurdos que aspiran a ser, por lo menos, autónomos.
Por todo esto no sorprende demasiado que Turquía, además, haya convocado a una reunión de consulta de la propia OTAN, a la que pertenece. Se trata de las llamadas reuniones del Artículo 4; esto es de aquellas que un miembro de esa alianza militar puede convocar, a nivel de embajadores, cuándo cree que su propia seguridad nacional está, por alguna circunstancia excepcional, directamente amenazada.
Hace poco, el editor de política exterior de la revista Time, Ian Bremmer, señalaba, con razón, que los militantes del Estado Islámico en Irak y Siria son ya una amenaza capaz de desestabilizar a todo Medio Oriente. Agregando que ellos, además, pueden perpetrar atentados terroristas tanto en Estados Unidos, como en Europa. Razón por la cual, sostuvo, Estados Unidos no pueden continuar de algún modo ignorando lo que todavía luce como un tema quizás menor pero que, desatendido, es capaz de transformarse en una crisis de grandes dimensiones. En el esfuerzo actual de la comunidad internacional por tratar de mantener más o menos contenido el peligro que el Estado Islámico supone, la presencia y la actitud de Turquía son importantes, pese a que lo cierto sea que todavía no se ha tomado la decisión crucial de desmantelarlo.
Si Turquía mantiene la nueva línea dura, que supone actuar con el vigor que sea necesario, la expansión del Estado Islámico no será fácil. Si no lo hace, el enorme peligro que esa fanática y radicalizada realidad supone puede continuar en aumento.
Pese al notorio cambio de actitud turco al que nos referimos más arriba, lo cierto es que todavía nada asegura que -ante la fragilidad que se ha apoderado de su escenario interior- el nuevo rumbo turco respecto del Estado Islámico sea mantenido con la firmeza que, dependiendo de las circunstancias, termine siendo imperiosa.
Fuente: Lanación.com