La directora del Centro de Estudios Sociales de la DAIA y editora de los informes anuales de antisemitismo en Argentina, Marisa Braylan, dialogó en exclusiva con la CADENA JUDÍA DE INFORMACIÓN VIS A VIS en el marco del Día Nacional del Inmigrante, que se decretó en 1812 en el primer Gobierno Patrio. Además, se refirió al momento en que comenzaron a discriminar a los inmigrantes que llegaban a la Argentina y por qué sucedió eso, y cuáles son los grupos más vulnerables en la actualidad.
– ¿Qué significado tiene el Día del Inmigrante, tanto para la sociedad argentina como para la comunidad judía?
– Para la sociedad argentina es la resignificación de gran parte de su origen y configuración demográfica. Es recordar de dónde venimos para revisar hasta dónde llegamos y cuáles serán los próximos pasos. Es recuperar la idea del sacrificio y del aporte de las distintas experiencias que se ofrecen desde otras culturas.
En cuanto a la comunidad judía, siempre remite a dos aspectos en simultáneo: la historia de las persecuciones y las situaciones límites que obligaron al pueblo judío a trasladarse continuamente por el mundo para salvar la vida, las tradiciones y los valores que se volvieron universales. Y, a la vez, implica reconocer la posibilidad de que se hayan abierto las puertas de este país para seguir proyectando y viviendo en comunidad y en contacto con la sociedad toda.
– ¿De dónde provino la discriminación a los inmigrantes? ¿Por qué surgió?
– La discriminación surgió y, lamentablemente, sigue vigente por una anacrónica idea racista de lo «puro», heredada de la cosmovisión en el siglo pasado y fines del anterior, de lo que se conoció como el Darwinismo Social. Básicamente, consiste en la noción de que existirían grupos de personas más aptas que otras para adaptarse a la vida y que se explicaría por sus genes, dando por resultado una distribución jerárquica de especies. La famosa concepción del «crisol de razas», con la que fuimos educados varias generaciones de argentinos, reforzó esa línea de pensamiento, obligando a «derretir» las identidades para homogeneizar una, desvalorizando todo lo que se aleje de ese ideal. Para que haya prejuicios, tiene que haber una narración del «nosotros» que suele ser despectiva de lo foráneo.
– ¿Cree que, en la actualidad, la discriminación hacia el inmigrante de cualquier colectivo ha ido mutando o se mantiene de la misma forma que en los comienzos?
– Muta en sus trampas discursivas porque son otros los grupos que migran y otros los «fantasmas», ridículos, que levantan en quienes los desprecian. Cambian también las tecnologías y los modos de transmitir mensajes paranoicos. Las redes sociales, en ese sentido, cumplen un rol central con su capacidad multiplicadora de diseminación de estigmatizaciones. Pero el problema sigue siendo el mismo: la baja capacidad de empatía con el que sufre y el miedo que despierta revisarse a uno mismo, o que el «otro», me saque mi lugar.
– ¿Quiénes son los más discriminados en nuestro país?
– Como resultado de los trabajos de investigación que realizamos en el marco del Centro de Estudios Sociales de la DAIA y en la publicación Exclusión-Inclusión 3, podemos afirmar que quienes peor trato reciben en la Argentina son los inmigrantes de países limítrofes, especialmente Bolivia y Paraguay, y también Perú aunque no sea limítrofe. En el imaginario social está instalado un fuerte prejuicio hacia ese grupo, al que se lo califica de inferior, peligroso y por su aspecto físico. Sería la actualización y la reproducción de la conquista de América.
Además, la directora de CES quiso hacer una breve reflexión sobre la foto del niño sirio-kurdo, Aylan Kurdi, quien fue encontrado sin vida en las costas de la ciudad turca de Bodrum cuando estaba a bordo de un bote junto a su mamá y su hermano, mientras escapaban del régimen yihadista del ISIS que tiene sitiada la ciudad de Kobani: «Las tragedias descomunales y masivas son posibles, no sólo por quienes las planifican y las llevan a cabo, sino también gracias a la enorme cantidad de indiferentes que miran hacia otro lado, no pudiendo imaginarse en ese destartalado barquito que cruza las aguas con bebés a bordo asustados, friolentos y muertos de miedo».