“En Israel nadie deja de estudiar por dinero”
El Technion – Instituto Tecnológico de Israel, está ubicado en Haifa (Israel) y es el principal y más antiguo instituto científico y tecnológico israelí.
Fundado en 1924, el Technion ha sido desde sus comienzos un importante y activo líder en el desarrollo y establecimiento de Israel. Fue instituido con un foco en ciencias físicas, ingeniería y arquitectura, pero se ha convertido también en una de las mejores facultades de Medicina a nivel mundial, presumiendo de más premios Nobel en medicina que cualquier otra escuela médica del mundo.
La facultad de Ingeniería Eléctrica, la escuela más grande del Technion, fue clasificada entre los 10 mejores departamentos de Ingeniería Eléctrica del mundo, y sus facultades de Ingeniería/Tecnología y Ciencias de la Computación fueron catalogadas entre las 40 mejores del mundo.
Con becas y programas de estímulo buscan reclutar a los mejores estudiantes. “En Israel nadie deja de estudiar por dinero”,
Alon Hoffman, académico de origen argentino y decano de la facultad de Química del Technion, el Instituto Tecnológico de Israel, ofrece dos conceptos fuertes. Por un lado, admite que los interminables conflictos y hostilidades en la región dificultan el desarrollo académico. “Es la realidad en la cual vivimos y debemos aceptarla. Los chicos ingresan a la universidad con más de 21 años, por la exigencia del servicio militar obligatorio. Nuestra existencia depende del ejército y la industria para Defensa es una fuente de ingresos”, dice con resignación. Pero por otro lado, sostiene que “la ciencia nos permite superar diferencias y es un puente que nos puede unir”.
Porteño de nacimiento, Hoffman emigró a Israel en 1972 junto a su familia. Habla muy bien el castellano a pesar del tiempo, con algunas lagunas. Pide disculpas cuando no encuentra la palabra adecuada, pero se le entiende perfecto. Explica que el Technion es un orgullo para Israel, con logros reconocidos en todo el mundo, entre ellos dos premios Nobel. Situado en la ciudad de Haifa, principal puerto del país, el Technion agrupa 19 facultades, tiene actualmente 12.849 alumnos, 1.280 profesores y alrededor de 2.000 graduados anuales que abastecen a la poderosa industria tecnológica de ese país.
La matrícula anual ronda los US$4.000 y el ingreso es muy estricto. Paradójicamente, dice Hoffman, es un gran incentivo para atraer a los más calificados. “Es muy difícil entrar, y esa dificultad nos permite reclutar a los mejores estudiantes”. La matriz educativa en Israel (la terciaria) es básicamente privada, aunque existen diversos programas y sistemas de becas que promueven el ingreso de los jóvenes aspirantes provenientes de los secundarios. “En Israel –aclara– nadie deja de estudiar por falta de dinero”.
La actividad académica es una de las claves de la industria tecnológica del país, cuyo foco abarca a rubros tan diversos como la electrónica de consumo, la informática y el software, la robótica, la tecnología aeroespacial, la biomedicina, la cibernética y la tecnología para usos de defensa, entre muchas otras variantes. Las carreras de ingeniería y las ciencias duras proporcionan y abastecen de personal altamente calificado y las ideas para generar nuevos proyectos, igual que en el Silicon Valley, con las universidades de Stanford y Berkeley.
El problema, que es global, es que las nuevas generaciones les escapan a esas carreras por su alta exigencia. “Los jóvenes se inclinan por las humanidades”, explica Hoffman. La investigadora Karina Yaniv, una cordobesa radicada hace 25 años en Israel, coincide en esa apreciación, pero explica que amortiguan la tendencia en los más chicos, incentivando su curiosidad con clases y museos abiertos. Yaniv es bióloga y dirige uno de los 250 grupos de investigación en el Instituto Weizman de Ciencias, cuya modalidad apunta exclusivamente a los posgrados. El instituto está ubicado en Rahovot, una localidad mediterránea cerca de Tel Aviv, y cuenta con 95 edificios, 2.500 empleados, de los cuales 850 son científicos, y alrededor de 1.000 son estudiantes.
Con un presupuesto anual de US$173 millones, el Weizman obtiene ingresos por las patentes generadas de las investigaciones, cuya dirección no tiene un uso concreto determinado. Pero sus logros le permitieron licenciar y explotar hallazgos, que hoy se usan en farmacología y remedios como el Copaxane, recetado para pacientes con esclerosis múltiple. “Por esa patente, el instituto obtuvo más de US$450 millones”, dice Yaniv.
Ernesto Joselevich, investigador orientado a la nanotecnología y las Ciencias Químicas, también integra la plantilla del Weizman. El rol de la institución, explica, es abordar las investigaciones como parte de la formación de profesionales. “Algunos consiguieron logros notables”, aseguró.
Technion/Israelconsulting.com/Clarín
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