¿Antisemitismo en la administración Trump? Por Julián Schvindlerman

Por extraño que parezca, el interrogante fue elevado recientemente en torno al presidente Donald Trump. Y más extraño aún es el hecho de que la pregunta tenga fundamento. Aunque nada en su vida personal abonaría la noción de que él sea un antisemita, algunas acciones, declaraciones y omisiones suyas, como candidato y presidente, fueron problemáticas. Como con casi todo lo que rodea su desempeño político, el desconcierto y la ambigüedad predominan.

Comencemos por su récord filojudío. Donald Trump es el primer presidente estadounidense en funciones en contar con hijos y nietos judíos. Su hija Ivanka se convirtió al judaísmo al casarse con Jared Kushner en 2009 y llevan adelante una vida de observantes, es decir, que cumplen con los mandatos religiosos de la tradición hebrea. Trump designó a su yerno como uno de sus principales asesores en la Casa Blanca, una movida que le valió protestas de nepotismo. El que sea quizás el filántropo judío más importante de Estados Unidos, Sheldon Adelson, es simpatizante suyo, y el CEO de larga data para asuntos financieros de la Fundación Trump es un judío, Allen Weisselberg. Uno de sus principales asesores de campaña fue Jason Greenblatt, un judío ortodoxo. ¿Su abogado personal? Michael Cohen, judío. ¿Su elección para secretario del Tesoro? Steven Mnuchin, también judío. Como un prominente desarrollador inmobiliario en Nueva York, de haber albergado sentimientos antijudíos con seguridad eso se hubiera conocido en ese ambiente. Trump mantiene una relación personal muy cálida con el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu (a quien llamó por su apodo «Bibi» durante una conferencia de prensa conjunta días atrás), y tiene una cosmovisión política sumamente simpática hacia el Estado judío. Su embajador designado en Israel, David Friedman, es a su vez judío, e ideológicamente se identifica con los israelíes nacionalistas. Ni Bill Clinton, posiblemente el más adorado de los presidentes por la comunidad judía norteamericana, podría presentar un Jewish Currículum Vitae como el de Donald Trump.

En oposición a este trasfondo, deben recordarse situaciones preocupantes, si no alarmantes. Su eslogan electoral, «America First», tiene un origen antisemita: fue inicialmente promovido por un grupo de estadounidenses liderado por el filonazi Charles Lindbergh que no quería ver a los Estados Unidos involucrado en la Segunda Guerra Mundial. Aun cuando el término está, cuando menos, manchado por su historia, Trump lo resucitó y publicitó a diestra y siniestra. Cuando el ex líder del Ku Klux Klan David Duke dio su apoyo público al candidato Trump, este vaciló en repudiarlo. Nunca condenó a sus partidarios que habían enviado amenazas de muerte antisemitas a la periodista Julia Ioffe después de publicar un perfil de su esposa Melania en GQ. Ha retuiteado a supremacistas blancos. En campaña, promovió una imagen de su entonces contrincante Hillary Clinton rodeada de dólares con la frase: «La candidata más corrupta que jamás existió» incrustada en una estrella de David roja. Cuestionado, Trump dobló la apuesta: «Saben que bajaron la estrella», dijo a una aglomeración de campaña. «Yo dije: ‘Lástima, debieron haberla dejado’, yo hubiera preferido defenderla». A continuación Trump llamó a quienes se habían ofendido por su tuit: «Gente enferma». Tras ganar la elección, designó a Steve Bannon, referente de la Alt-Right, como su consejero principal. Durante una reciente conferencia de prensa, interrumpió al reportero de Ami Magazine, un semanario judío ortodoxo que había comenzado a preguntar sobre el antisemitismo en Estados Unidos. «Siéntese», le espetó. «No es una pregunta justa».

Sólo que lo era. Desde enero fueron realizadas sesenta y nueve amenazas telefónicas a cincuenta y cuatro centros comunitarios judíos en veintisiete estados. Simbología nazi ha emergido en varios espacios públicos. Hace poco un hombre fue arrestado en Carolina del Sur mientras planeaba bombardear una sinagoga. El lunes pasado, cientos de lápidas fueron profanadas en el cementerio judío de Missouri. El presidente Trump, que había permanecido en silencio durante estas semanas atiborradas de incidentes antisemitas, finalmente reaccionó. «Las amenazas antisemitas que atañen a nuestra comunidad judía en los centros comunitarios son horribles y dolorosas, y un triste recordatorio del trabajo que aún debe hacerse para erradicar el odio y los prejuicios y el mal», declaró.

Ahora bien, para alguien que se vanagloria de ser «la persona menos antisemita que hayas visto en tu vida», Trump deberá de aquí en más erradicar su récord de ambigüedades y polémicas, y reforzar los elementos positivamente projudíos de su repertorio. Es evidente que él no es un judeófobo, ni a nivel personal ni presidencial. Es probable que su coqueteo con la derecha dura de su país y sus ansias de complacer a un sector extremista de sus electores explique los traspiés políticos arriba citados. Aun así, será bueno que se encamine éticamente.

Para finalizar, un humilde consejo presidencial. En ocasión del próximo aniversario del Día Internacional de Recordación del Holocausto, sería bueno que sea más específico. Junto a las vagas alusiones a las «víctimas», «sobrevivientes», «personas inocentes» y «los que murieron» que mencionó elípticamente en su comunicado oficial del pasado 27 de enero, debería nombrar explícitamente a los judíos. No estará de más. Después de todo, seis millones de ellos fueron exterminados durante la Shoá.
El autor es analista político internacional, escritor y conferencista. Su último libro es «Triángulo de infamia: Richard Wagner, los nazis e Israel».

Fuente: Infobae.com

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