Generalmente Janucá (como hemos aprendido de cientos de producciones de películas y telefilmes estadounidenses) suele coincidir con la Navidad, y ambas con el solsticio de invierno.
El caso de la última no es casualidad, ya que desde que el Imperio Romano se convirtiera en valedor del cristianismo, se situó esta celebración en torno a los cinco días que en los previos tiempos paganos se rendía culto a Saturno.
En el caso de la fiesta judía, ésta responde a un calendario y un evento histórico que se diferencia en varios sentidos del resto de efemérides anuales.
De hecho, la gesta de los macabeos contra la profanación del Templo de Jerusalén mediante una estatua gigantesca de Zeus no está reflejada en el Tanaj, la biblia judía. Paradójicamente sí lo está en el Antiguo Testamento recopilado por los cristianos. Otro signo que lo aleja de las celebraciones rituales judías es que no coincide con el inicio de mes (luna nueva) o mitad del mismo (luna llena). Como muchas otras citas anuales.
Lo que está claro es que, con el paso de los siglos, la reinauguración (que es lo que Janucá significa en hebreo) del espacio más sagrado del judaísmo fue adquiriendo nuevos elementos y tradiciones. Siendo el más trascendente su vínculo con la luz y su opuesto, la oscuridad.
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Ello se traduce en elementos como el candelabro en el que se pretende reconstruir progresivamente la luz como metáfora de la vuelta a la sacralidad.
La palabra clave de ello en hebreo es OR (luz en hebreo, como en “yehí or”, hágase la luz en Génesis 1-3) que se compone con las letras Alef – Reish, de la que se derivan otras vinculadas como jag URím (Fiesta de las Luces, una de las denominaciones de Janucá). Resulta interesante que el significado de esta palabra (de la raíz acadia urru) se hiciese extensible tanto en hebreo como en español a “arrojar luz”: iluminar, aclarar, explicar o ilustrar. En hebreo todos estos significados se expresan con el verbo lehaIR, mientras que el castellano deriva del latín lumen que también resume muchos de los conceptos expuestos (entre ellos, luz). De allí el juego de palabras del título: “ilúztrame”.
En hebreo, por ejemplo, una aclaración o nota al pie se denomina heARá. A alguien cultivado o ilustrado se le llama naOR; Y a la iluminación de un recinto teURá, palabras que aunque transliteremos usando vocales romances distintas antes de la R (equivalente a la letra Reish) se corresponden con las distintas posibles pronunciaciones de la Alef.
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Y algo más. Aunque un poco traído por los pelos. Si alteramos el orden de las letras que conforman luz en hebreo, tendremos Reish – Alef que, seguidas de la letra auxiliar Hei (que representa a la divinidad) nos habla de la vista.
Porque ¿qué es la luz si no se ve?. Para los físicos, lo que los humanos percibimos con nuestros ojos no es sino un rango limitado de frecuencias, una estrecha ventana por la que percibimos un mundo mucho más limitado de su esplendor total.
Shabat shalom
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad
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