Una historia sobre la libertad de prensa. Por Martha Wolff

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Para entender lo que significa el discurso del odio y la escritura del odio, recuerdo cuando mi tía fue a ver a su hermana a Kiev, después de cincuenta años. Sí, después de medio siglo que fueron separadas por el comunismo. Separadas, porque al haber sido ella estudiante de medicina, costeada por el bolcheviquismo, era patrimonio del estado. Y al haber sido patrimonio del estado lo que importaba era que lo invertido por el gobierno en sus estudios, era del pueblo para el pueblo. Pero para ese pueblo los judíos no eran pueblo, eran judíos y debían renunciar a su religión, debían ser ateos y adorar a Lenin y al partido, morir o emigrar.

La idolatría que se impuso fue y sigue siendo en otros países una obligación que se impone por la fuerza, por la metodología de la educación sistemática en  niños y en adultos, por  los líderes que tienen a su cargo movilización y entrenamiento para que obedezcan las masas y para homogeneizar los mensajes de los medios de comunicación. Repetir, repetir y repetir fue y sigue siendo la consigna para penetración psicológica ganando las mentes de los ciudadanos.

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En esa época no había televisión, ni computadora, ni celular. La prensa escrita, la radio y el telégrafo y el teléfono eran armas de difusión. Y los escritos en ruso e idiomas satelitales de lo que fue la URSS debían permanecer en sus fronteras. El mundo libre no debía saber lo que allí pasaba.

En la visita que mi tía hizo a Kiev a su hermana médica oftalmóloga jubilada, Premio Lenín por su destacada profesión, fue una visita autorizada por el partido. Al final de la visita  ella compró en el mercado negro regalos para todos nosotros, su familia en la Argentina. Compartieron ambas un mes que no alcanzó para abarcar la distancia de medio siglo. Se despidieron con un hasta nunca más entre abrazos y sollozos. En la aduana a mí tía le revisaron  lo que llevaba y controlaron que los regalos estuvieran envueltos en papeles blancos y no de diario, para que no se deslizara información.

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Este relato  me quedó como lección de lo que es el totalitarismo de siempre, en contra de la libertad de prensa y pensamiento. Sigue vigente en varios  partes del mundo. Pero, cuidado con esa terminología del discurso del odio desde el poder, a diferencia de ayer a hoy, en décima de segundos se dispersa, se infiltra como verdad absoluta. Pero, cuidado también, que los contrapoderes de la democracia tienen los mismos medios para informar y formar audiencia. Eligiendo la misma respuestas independientes.

¡Bendita misión!

Martha Wolff

Periodista-Escritora

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