La escena nos es bastante conocida, y de algún modo resuena en nuestros oídos como un acto vinculado con el enojo.
Es cierto, así lo plantea el texto de la Torá. Y, sin embargo, más allá de la literalidad, podríamos descubrir en ese acto intempestivo de Moisés un dejo de crecimiento, un intento por descubrir que, más allá de las broncas, entre aquello que se quiebra puede encontrarse el material ideal para afianzar una sólida construcción.
Me explico un poco. Nos hallamos en el capítulo 32 del libro del Éxodo y la historia es harto conocida: a ojos del pueblo, Moisés se retrasa en el monte Sinaí. Lo pierden de vista, no baja, y en semejante insípida ansiedad deciden reemplazarlo con un becerro de oro fundido en el momento.
Mientras tanto, en la cima del monte, Moisés recibe las dos tablas de la ley con los 10 mandamientos y al descender encuentra a su pueblo rendido ante un ídolo dorado, danzando a su alrededor, y entonces sólo atina a romper las tablas.
Este acto inconsulto por parte del profeta nos pone frente a un misterio ineludible. ¿Quién sabe? Tal vez ese acto incluía de manera oculta un objetivo didáctico. ¿Cuál? El enseñarnos que aquello que coquetea con lo perfecto no debiera ser fuente de trascendencia en lo humano.
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De hecho, las primeras tablas que Moisés portaba en sus manos eran “escritura de Dios” y las segundas tablas que el mismo Dios le va a pedir que él talle van a ser un producto mixto: el resultado de una sociedad entre Dios y el ser humano. Esta mixtura sagrada podría tornarse así en el resultado más maravilloso, no necesariamente buscado, de quien se animó a quebrar un regalo divino.
Esas tablas bien rotas por Moisés evidencian que lo perfecto no es patrimonio de lo humano. Denotan que lo quebrado, que lo frágil, que lo roto, tiene una humanidad mucho más poderosa. Insisten en que nuestro rol tiene más de buscadores de piezas de un rompecabezas que de herederos de lo completo, que de depositarios de lo total.
Las segundas tablas con las que aún seguimos tallando son el fiel testimonio de que la tarea pasa por el apego a la ley, por el forjado de la fraternidad y por el cumplimiento de un pacto que en cierta forma nos incluye a todos.
Autor: Rabino Marcelo Polakoff
Fuente: La Voz
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