Jerónimo, ¿un marrano más? Por Marcelo Polakoff

Jerónimo, ¿un marrano más? Por Marcelo Polakoff
Jerónimo, ¿un marrano más? Por Marcelo Polakoff

Los problemas de alcoba no son nada nuevo. Y parece ser que don Miguel Jerónimo de Cabrera, el padre del fundador de nuestra ciudad, estaba enamorado. Más que de su esposa, doña Elena de Figueroa, de su amante, doña María de Toledo, quien terminó siendo quien parió a Jeronimito. Aun cuando ya viudo se casó con doña María, el rey Carlos V lo mantuvo unos años desterrado en Portugal, hasta que pudo volver a su Sevilla natal.

Varios historiadores serios, esos que van más allá de las historias de trampas (entre ellos, el recordado Efraín U. Bischoff), sostienen que la razón verdadera del exilio se hallaba en las sospechas de “judaizante” que se posaban sobre la tan mentada María. Y de hecho, es bastante probable que esa identidad oculta la haya heredado su hijo ilegítimo –el conquistador–, quien curiosamente le dio el nombre de “Córdoba de la Nueva Andalucía” a la ciudad que fundó hace 450 años, sin adosarle ningún santo o santa a cuestas, tal como era la costumbre típica de la época.

La Inquisición aparece sin dudas merodeando toda la escena, y el verdugo de nuestro querido Jerónimo, su sucesor en la gobernación de Tucumán –don Gonzalo Abreu de Figueroa–, le sumaba a eso una inquina particular, ya que era el sobrino dilecto de la cornúpeta Elena…

El fundador le había escrito a Felipe II, el 4 de noviembre de 1571, que por orden del virrey Toledo iba a “… llevar doscientos hombres o más, con los cuales, y mi persona, espero en Nuestro Señor haré a Vuestra Majestad gran servicio en poblar aquellas provincias, y reformarlas…”.

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