Tenía solo 4 años. Amaba a Messi. Lucía orgulloso la camiseta argentina en homenaje a sus abuelos que nacieron allí. Jugaba, se divertía. No debía morir, Daniel no debía morir.
Desde ese 22 de agosto de 2014, cuando las sirenas comenzaron a sonar en el Consejo Regional Shaar Hanegev, a Doron y Gila Tregerman la vida les dio un vuelco que los marcará para siempre: aunque hayan corrido a buscar a sus hijos (Daniel, Yuval – 3 años – y Ori – 6 meses -) y hayan logrado llegar con los más pequeños al refugio de su departamento, en el Kibutz Nahal Oz, una de las zonas más cercanas al enclave costero, a Daniel no lo pudieron alcanzar. Fue tan vertiginoso todo desde el primer sonido hasta el impacto que nada pudieron hacer, las esquirlas del proyectil de mortero que fue disparado por Hamás cerca de una escuela dieron de lleno contra su cuerpo.
El proyectil de mortero que mató a Daniel había sido lanzado desde una escuela dirigida por la UNRWA (centro de ayuda a palestinos de la ONU) en el barrio Shejajiah, en la ciudad de Gaza.
«Las valijas ya estaban empacadas. Nos íbamos del Kibutz a otro lugar mas seguro. No hicimos a tiempo”, decía Gila, la mamá, con la tristeza dibujada en su rostro bañado en lágrimas. «Los niños estaban jugando en una carpa dentro de la casa y, desde que sonó la sirena hasta que sucedió la explosión, pasaron solamente tres segundos. No tuvimos tiempo de llevar a los niños a la habitación blindada».
Paulina, la abuela, que hace 48 años vivía en Israel cuando ocurrió el asesinato, le dijo a Vis á Vis que fue «una pérdida terrible…no tiene explicación. No podemos acostumbrarnos a la idea de que el chiquito no esté en nuestra casa. Los padres de Danielito ahora tienen una niña, que nació en el 2015 en el mes de octubre, poco después del primer aniversario de Daniel, y es un símbolo que los padres eligieron para poder seguir viviendo, a pesar de que tienen otros chicos en la casa».
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Daniel Tregerman es una pequeña víctima del terrorismo palestino que los medios internacionales no tuvieron ni tienen en cuenta. Sus padres no atravesaron una multitud con el cuerpo en una camilla mostrando lo que le habían hecho. La ONU no se hizo cargo de que desde una dependencia propia se disparó el mortero que lo mató. No tuvieron en cuenta que una familia quedó deshecha.
Nadie puede poner en valor el costo de una vida, es inenarrable el dolor de una mamá que pierde a su hijo, más cuando se lo arrancan de sus brazos. Cuando dice «queríamos verlo crecer», no hay palabras que uno pueda decir ante tanto dolor.
Daniel Tregerman, el niño que amaba a Messi y que no debía morir. No debía morir.
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