El 7 de octubre amanecimos horrorizados con el cruento ataque terrorista que Hamás y la Jihad Islámica perpetraron en el sur de Israel contra civiles y soldados, masacrando, violando, mutilando y asesinandoa más de mil víctimas. A la fecha 129 secuestrados aun no volvieron a sus casas sanos y salvos.
Mientras se intentaba e intenta todavía comprender, a más de dos meses de lo sucedido, y reaccionar, varios fueron los impactos en el mundo y en nuestro país del hecho más grave cometido contra judíos después de la Shoá.
En un escenario de tanta complejidad voy a señalar especialmente dos de esos efectos que dan cuenta de la falta de empatía cuando de Israel y de la comunidad judía en la diáspora se trata. Algo así como un “por algo será” en el que las víctimas tienen que dar las explicaciones sobre los actos que sufrieron en sus cuerpos y en sus almas. Casi como si los hubieran provocado.
El primero y escalofriante, fue el aumento de expresiones antisemitas en la virtualidad y en la presencialidad. La DAIA registra sistemáticamente esta problemática hace ya más de 25 años. Según ese cotidiano seguimiento, si tan sólo comparamos el mes de septiembre con el de octubre de este año, hubo un incremento del 230 por ciento de los hechos denunciados.
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El segundo, y tan desesperanzador como el anterior, lo constituyó la ausencia o tibieza al momento de denunciar las atrocidades deliberadamente expuestas en las redes por Hamas y la Jihad Islámica, de sectores comprometidos con los derechos humanos y la protección de colectivos vulnerables, especialmente los de género y niños.
La indiferencia, las justificaciones, las supuestas “excepciones” por los “contextos”, frente a hechos de tamaña aberración, nos insta a continuar educando, informando y denunciando lo que el prejuicio y el antisemitismo generan en los vínculos sociales.
Reiteramos nuestro reclamo para que los secuestrados vuelvan a sus casas ya.