“Estos son los tiempos”, escribió Thomas Paine (escritor, filósofo, intelectual radical y revolucionario de origen inglés. 1737 – 1809), “que prueban las almas de los hombres”. Ciertamente, nuestra época está poniendo a prueba las almas judías. Hace dos décadas y media, a medida que se acercaba el milenio, el mundo occidental, muchos – incluido yo mismo – creían que los judíos estábamos ingresando en una fase nueva y más tranquila de nuestra historia. Israel participó plenamente en la búsqueda de la paz. El antisemitismo estaba en su punto más bajo. Los judíos habían alcanzado una prominencia sin precedentes en la mayoría de los países en los que vivían. La voz judía era escuchada con respeto.
Entonces el mundo se puso patas arriba. Los diferentes procesos de paz fracasaron, siendo reemplazado primero por una intifada, luego por una ola casi incesante de atentados suicidas y, a pesar de haber salido del sur del Líbano donde mantenía una franja de seguridad, y haber salido unilateralmente de la Franja de Gaza, poco tiempo después, se vio atacada con misiles procedentes del Líbano, al norte, y de Gaza, al sur.
Israel se encontró rodeado no sólo de enemigos – esto siempre lo supo – sino también de grupos terroristas. Financiados por los estados y actuando como sus representantes, estos grupos se comprometieron a destruirlo como una cuestión de convicción religiosa no negociable.
Pasaron 20 años desde la salida de Israel de la Franja de Gaza, 15 años desde el primer conflicto con el grupo Hamas, y la historia como un proceso cíclico, se observa prácticamente los mismos escenarios, pero ahora el enemigo cuenta con un mayor y sofisticado armamento.
Y el ataque no fue sólo físico, sino también político. Israel se convirtió en el blanco de una campaña de deslegitimación internacional muy ramificada, instigada por organizaciones no gubernamentales, académicos y sectores de los medios de comunicación, convirtiéndose en la única nación, de las 193 que componen la ONU, ver cuestionado su propio derecho a existir y defender a sus ciudadanos.
Simultáneamente, en estrecha correlación con los fenómenos antes mencionados, se produjo el regreso del antisemitismo: el odio más antiguo del mundo en su forma más nueva. Los judíos comenzaron a ser atacados en los suburbios de París y en las calles de Manchester. Se profanaron y se profanan sinagogas, se destrozaron cementerios judíos, se arrojaron bombas incendiarias contra escuelas judías y se intimidó y continua coaccionando a estudiantes judíos en las universidades. Todo esto ocurrió después de décadas de acción decidida, en forma de leyes y educación antirracistas, para garantizar que el odio que condujo al Holocausto nunca volviera a existir, no se repitiese.
Quizás nada de esto fuera sorprendente. Una de las ventajas de tener cuatro mil años de historia es que ninguna experiencia es completamente nueva para el pueblo judío. “Hola, oscuridad, mi vieja amiga”, cantaron Simón y Garfunkel, en su clásico los Sonidos del Silencio, en los años 60, en un auténtico reflejo de la memoria judía.
Sin embargo, soy de una generación nacida después del Holocausto, pero con edad suficiente para recordar acontecimientos como la Guerra de los Seis Días y la Guerra de Yom Kipur. Esperábamos, creíamos, que los judíos finalmente hubieran salido de la oscuridad a la luz. Pero estábamos equivocados, mejor dicho, nos encontramos totalmente desconcertados.
Estos problemas son graves y preocupantes. Quizás el más grave de todos sea la desaparición de los judíos en la diáspora a través de la asimilación, los matrimonios mixtos y la atenuación gradual de los vínculos judíos, junto con la pérdida de un sentido de propósito, incluso de identidad, en Israel. En el pasado, cuando los judíos tenían un sentido de propósito, nada podía derrotarlos. Cuando no lo tenían, encontraron formas ingeniosas de casi derrotarse a sí mismos. En algunos casos parece ser que repiten está ultima formula.
Creo que muchos judíos, quizás la mayoría, en Israel y fuera del Estado de Israel, han olvidado la historia judía: el viaje de la esclavitud a la libertad, de la oscuridad a la luz, del exilio a la Tierra Prometida, un viaje de fe, sostenido por la fe. Fue reemplazada por otra historia, recitada con tanta frecuencia, aparentemente confirmada tantas veces por los acontecimientos, que hoy parece ser la historia judía.
Ella cuenta lo siguiente: Los judíos han sido perseguidos en todo momento: en la Europa cristiana del siglo XI al XX, así como hoy en día en el Medio Oriente predominantemente islámico. Ser judío es ser odiado y desafiar ese odio. En la formulación de Emil Fackenheim, un teólogo judío del siglo XX, los judíos tienen la obligación de seguir siendo judíos para negarle a Hitler una victoria póstuma. O, en una frase bíblica, los judíos son: “…..el pueblo que vive solo. Y entre las naciones no es considerado” (Números 23:9). Como explican los comentaristas: Un pueblo que no es valorado, no es tomado en cuenta, en la medida de la grandiosidad de la historia y de los desafíos que este pequeño pueblo a superado.
No está de más recordar que lo que el Pueblo Judío ha entregado a la civilización en los últimos, sin ir mas lejos, 500 años, considero que ninguna otra nación lo ha hecho. Un mundo que tiene su vara de medición invertida.
La narrativa de la humanidad priva a los judíos y al mundo del elemento fundamental del mensaje judío a la humanidad: la historia judía, contada y vivida, cuyo tema es la audacia de la esperanza.
Aquellos que son esclavos de esta narrativa en la cual define al Pueblo Judío como un pueblo destinado a vivir solo, los judíos intentan luchar solos contra el antisemitismo. Los israelíes tienden a creer que, con excepción de Estados Unidos (y considero que por lo que estamos viendo, este paradigma quedo lejos de aquello que se vivió en la década del ’70 y ’80), el Estado de Israel está solo. El rabino Yosef Soloveitchik, el más grande pensador judío del siglo XX, escribió un famoso ensayo titulado La soledad del hombre de fe (El mismo analiza la situación del ser humano, en la cual se ve envuelto el hombre de fe como ser individual concreto, con sus afectos y esperanzas, preocupaciones y necesidades, sus alegrías y sus momentos tristes.), seguramente este libro nos permitirá al extrapolar sus ideas y verlas en un todo al Pueblo Judío.
No estoy de acuerdo con gran parte de estas propuestas. Los judíos no pueden derrotar al antisemitismo por sí solos. Israel no puede sobrevivir solo. En el judaísmo, el hombre y la mujer de fe no están solos. Al contrario: la emuná, fe en hebreo, constituye la redención y la antítesis de la soledad. Todas estas actitudes son comprensibles, dada la terrible historia del siglo XX, pero son inapropiadas en las circunstancias del siglo XXI. Quienes se retiran a la soledad aumentan sus problemas en lugar de resolverlos. El principal desafío que enfrenta el pueblo judío, en Israel y en la diáspora, es recuperar la historia judía. Ella inspiró a George Eliot y Martin Luther King. Es simplemente traer a los lectores el pensamiento de estas figuras, destacadas y de importancia para el desarrollo de la sociedad.
Reflexiones en estos momentos en las palabras de Martin Luther King en 1968: “Elegir la autodeterminación de los judíos en particular es en sí misma una forma de racismo. Al ser abordado por un estudiante de Harvard que atacó el sionismo, Martin Luther King respondió: «Cuando la gente critica a los sionistas, quieren decir judíos. Usted está hablando de antisemitismo».
George Eliot, su verdadero nombre Mary Ann Evans, más conocida por su seudónimo mencionado, fue una novelista, poetisa, periodista y traductora británica, y una de las principales escritoras de la época victoriana. Fue la última novela que completó y la única ambientada en la sociedad victoriana de su época, denominada Daniel Deronda publicada en 1876. La novela critica a la aristocracia británica, al tiempo que ensalza la rectitud del pueblo judío junto con su interpretación integral de las ideas protosionistas.
Fue una decisión extraordinaria de George Eliot dedicar su última gran obra al sueño judío. No tenía ninguna conexión con los judíos. Pasó años estudiando, inmersa en la literatura producida por judíos y sobre judíos. Incluso aprendió hebreo como parte de su preparación. Sabía que el tema no sería recibido con simpatía y que su defensa de la causa judía le traería críticas negativas. “El elemento judío”, escribió en su diario, “probablemente no agradaría a nadie”. Ningún acontecimiento reciente había llamado la atención pública sobre el destino de los judíos. El libelo de sangre de Damasco fue un acontecimiento del pasado y ocurrió treinta y seis años antes; Los pogromos rusos no se producirían hasta cinco años después. La palabra «antisemitismo» aún no se había acuñado.
Por alguna razón, al final de su vida, George Eliot se identificó con la historia judía, sus dolores, persecuciones y, sobre todo, su capítulo no escrito, profetizado hace veinticinco siglos: el regreso a Tsión. Todavía era sólo un sueño, una visión, una esperanza, pero, como sabía Eliot, los judíos son un pueblo lleno de esperanza.
Ha llegado el momento de inspirar a los judíos.
Ningún judío que conozca la historia judía puede ser optimista. Es realismo puro y duro. Como dijo el fallecido primer ministro de Israel y uno de los fundadores del Estado de Israel, David Ben-Gurion: “En Israel, para ser realista, hay que creer en los milagros”. Para los judíos, la fe es tan necesaria como la vida misma. Sin ella, el pueblo judío simplemente no habría sobrevivido.
Rabino M.Ed. Ruben Najmanovich
El ser humano está llegando al borde de la estupidez , lo bueno es malo y viceversa.
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