Mientras sufrimos los efectos de una crisis económica, pensemos un momento en los que menos tienen. Al acercarnos al comienzo del año judío, Rosh Hashaná, con sus oraciones por toda la humanidad, pienso, y medito, reflexiono, y me cuestiono, un interrogante introspectivo, que me conduce en pensar en los 72 millones de niños de todo el mundo que todavía no tienen una escuela a la que ir y en los 600 millones de personas que carecen de servicios sanitarios básicos.
Treinta y tres millones de personas viven con el VIH y más de un millón mueren de malaria cada año. Casi mil millones de personas siguen viviendo con menos de un dólar al día. Diez millones de niños mueren antes de cumplir los cinco años, la mayoría de ellos por enfermedades evitables.
Pero principalmente pienso en los bebés, niños asesinados ha casi un año atrás por los criminales satánicos, sádicos de los terroristas de Hamas, y pienso en los niños Bibas, en manos de quien estarán estos pequeños Tsadikim, en manos de qué criaturas estarán estos seres de alma pura.
Pienso en los niños que van a crecer sin padres, en los que no van a poder disfrutar de sus abuelos, tíos, tías, primos, amigos.
Pienso en los niños que se preguntarán qué sucedió con su profesor, moré, médico, enfermera o enfermero, en fin, que les fueron arrancados sus afectos.
Rosh Hashaná siempre trajo un poderoso mensaje sobre los niños. Según la tradición, la festividad conmemora el nacimiento del hombre, el aniversario de la Humanidad. Lógicamente, lo que sería más sensato es que los rabinos hubieran ordenado que leyéramos el primer capítulo del Génesis – Bereshit, con sus palabras iniciales: “En el principio, D-os creó…”
Pero no fue así, se lee el nacimiento de Itsjak, el deseo de Sará de ser madre, de tener un hijo, y al leer lo respectivo a la sección de los profetas observamos el paralelismo de Jana y su hijo el Profeta Samuel – Shmuel.
¿Cuál es la enseñanza que se obtiene en esta lectura? Es saber que cada vida es un mundo, como está escrito en el Talmud el que salva una vida salva la humanidad, porque, así como Caín asesinó a su hermano Abel, y al ser cuestionado por D-os, respondió: “¿Por acaso soy el guardián de mi hermano?
La vida de un niño, desde la concepción del Pueblo Judío, es una maravilla, que nos perpleja, y es por eso que en el Judaísmo, cuidamos de cada niño, como un rey cuida de su tesoro. A diferencia de otros pueblos o sociedades que colocan a los niños, como escudos, como objetivos, para después martirizarlos y por lo tanto justificar su odio enfermizo.
El judaísmo es una fe centrada en los hijos, basada en el pacto del matrimonio y en la santidad de la familia. Muchos de nuestros rituales más sagrados tienen lugar en casa. En el único lugar del TaNaJ en el cual se explica por qué Abraham fue elegido para ser el iniciador de un nuevo pacto, D-os dice que lo eligió “para que dirigiera a sus hijos y a su casa después de él, para que guardaran el camino el Señor haciendo lo que es correcto y justo”. Abraham fue elegido no porque fuera un profeta, un hacedor de milagros o un héroe, sino simplemente para ser padre. Los judíos y los cristianos rezan a D-os como “Nuestro Padre”. La paternidad es sagrada porque los hijos son sagrados y porque las únicas civilizaciones dignas de ese nombre son aquellas que ponen a los hijos en primer lugar, no para morir sino para vivir.
Es por eso que, en estos momentos ya cercanos al inicio del año judío, Rosh Hashaná, el tiempo del cambio, pienso, centro esos raciocinios y los enfoco, en nuestros niños, en la educación, en los valores, en el núcleo de nuestras familias, en el porvenir del pueblo judío.
Y así como padre que soy y escucho a cada uno de mis hijos, a cada uno de mis alumnos como si fueran mis hijos, a cada uno de mis feligreses como si fuera uno de mis hijos, elevo en este instante una oración a nuestro Padre Celestial, al Bore Olam, al Creador del Mundo, para que descienda toda su misericordia, y cuide de sus hijos, el pueblo escogido, que proteja para que nada nos suceda, que traiga de vuelta a cada uno de los secuestrados, que retornen sus soldados a sus hogares,
Y podamos cantar: “Aun ha de oírse en las ciudades de Yehudá, y en las calles de Jerusalém, Voz de gozo y voz de alegría, voz del novio y voz de la novia, ¡Oh! Jerusalém.” (Jeremías 33:10-11 y Isaías 27:13)
Esos novios y esas novios, son nuestros niños, que formarán las familias que darán continuidad a la existencia y eternidad del Pueblo Judío.
Los rabinos decían que el universo sólo sobrevive gracias a la conversación inocente de los niños. Hay algo inocente en la mente de un niño, una vívida sensación de asombro y de posibilidad, que deberíamos hacer todo lo posible por proteger durante el mayor tiempo posible y de la forma más equitativa posible. Este año, 5785, que no escuchemos el llanto de un niño, y sí las risas, el sonido de sus travesuras, porque como dijo un general Romano en la época de Rabi Akiva, en cuanto se escuche el sonido de felicidad de los niños en las casa de estudio, el Pueblo Judío, nunca será destruido.
Shaná Tová
Rabino M.Ed. Ruben Najmanovich
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