Estoy cansada. Triste. Preocupada. Y un poco rota.
Cansada de explicar lo que debería ser evidente.
Triste por lo que hemos perdido.
Preocupada por lo que se vislumbra.
El 7 de octubre de 2023 marcó un quiebre. Un pogromo en pleno siglo XXI.
Lo vimos todo: cuerpos mutilados, gritos de terror, más de 250 secuestrados.
Y 24 horas después, como si el horror no hubiese sido suficiente, nos vimos obligados a justificar nuestro derecho a existir y a defendernos.
Desde entonces, el mundo se ha desmoronado. La Matrix falló y, de repente, estamos en 1939.
Los antisemitas ya no se esconden. Marchan por las calles con pancartas y gritos de muerte, con el odio a flor de piel.
A diferencia de 1939, los judíos tenemos a Israel, el país de los judíos.
Nuestro refugio. Nuestra casa.
Un lugar donde no necesitamos mendigar protección ni rogar por un escondite.
El 2023 cerró con una esperanza frágil: en noviembre negociamos con el terrorismo.
Sí, ya sé, no se debería negociar con terroristas.
Pero, ¿qué harías tú si ellos tuvieran a tus hijos, a tus padres, a tus amigos secuestrados en los túneles de Gaza?
Cambiamos vidas inocentes por asesinos con las manos manchadas de sangre.
Porque no había otra opción.
Ese noviembre nos dio una ilusión. Pensamos que habría más intercambios. Que el 2024 traería respuestas.
Y nos equivocamos.
Este año, quizá, ha sido el más duro de mi vida.
No liberamos a nuestros secuestrados, salvo a unos pocos, rescatados por el Ejército de Defensa, pero aún quedan cien de los nuestros en Gaza.
Y nuestros corazones están cautivos en Gaza, porque cien almas siguen atrapadas en la oscuridad del infierno.
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Cien rostros nos interpelan, preguntándonos por qué fallamos.
Por qué no fuimos lo suficientemente fuertes, lo suficientemente rápidos.
Enterramos soldados. Cientos. Jóvenes que dieron su vida para que Israel respire.
El 2024 fue un año de demasiados entierros.
El 2024 fue un año de demasiadas corridas a los refugios.
El 2024 tuvo demasiados niños aprendiendo que los monstruos no están en los cuentos, sino al otro lado de la cerca.
Cansada, triste y agotada, pero sigo aquí. Viva, que ya es decir mucho.
La resiliencia está en mi sangre.
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Algún día miraré a mis nietos a los ojos. Les diré que no me quedé callada. Que luché contra las mentiras. Que desarmé relatos.
Que grité por los muertos y exigí justicia para los secuestrados.
Uno no sabe cuán fuerte es hasta que ser fuerte es la única opción.
Termino este año cansada, pero rendirse no es una opción.
Gracias a los que acompañan, y a los que sostienen.
Ya vendrán tiempos mejores.
Por Gaby Keselman Lob.
Gaby desde el exterior y sin necesidad de correr continuamente a un refugio, siento lo mismo que vos con dolor en el alma.
AM ISRAEL JAI