Nos estamos escondiendo otra vez. Por Gaby Keselman Lob.

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Anne me escribió por WhatsApp:

“Hola, Ga. Tenías razón. No lo había pensado. Te pido disculpas por cómo te lo dije. Espero que no estés enojada ni ofendida. Te quiero mucho. Sé que me cuesta ponerme en tu lugar, pero ahora entiendo lo que sentís. Un beso grande. Ojalá esto pase pronto. Te quiero.”

Anne vive en Londres. Hace meses, durante un Zoom, me preguntó cuándo iba a visitarla. “Nunca”, le respondí.

“¿Por qué nunca?”, replicó.

“¿Y por qué no venís vos?”, le dije.

“Porque estás en guerra, Gaby”, me contestó.

“Ustedes también están en guerra”, respondí.

Anne se enojó. Cortó el Zoom con la excusa de que tenía que ir al supermercado. Pasamos días sin hablar.

Poco a poco, entendió a qué me refería. No le mandé imágenes de violencia en Europa, las habrá visto en las redes sociales. No le mostré el video de un judío en Ámsterdam gritando “¡No soy judío!” para salvarse, se la habrá mandado otro amigo. Tampoco le hablé de las pintadas con eslóganes antisemitas en Australia ni de las marchas pro terrorismo en Canadá.

Anne abrió los ojos y pudo ver.

Volvimos a hablar por Zoom ayer.

Anne es cristiana, y no se siente en peligro por serlo.

Desde la masacre del 7 de octubre, intenté explicarle, a ella, y a otras amigas no judías, que los extremistas musulmanes van primero por nosotros y después por todos los demás. Que somos el canario en la mina, y que lo que empieza con los judíos nunca termina con ellos.

No me creyó. Hasta que los escándalos de abusos en el Reino Unido tapados para evitar que parezca que hay racismo, la hicieron dudar. Le mostré la relación directa en el aumento de las estadísticas de violencia en Europa relación al aumento de la inmigración. Entendió que el problema no es que todos los musulmanes sean extremistas, sino que hay tantos extremistas musulmanes que se vuelve peligroso, y que yo, como judía, estaba en peligro en Londres.

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Le conté mi conversación con Anne a, Dalia, mi amiga israelí. ¿Viajar? ¿Salir de Israel? Me miró como si yo hubiese formulado mal la frase, usado el verbo incorrecto. “Ni loca salgo de Israel”, me dijo. Se me llenaron los ojos de lágrimas, no soporto la impotencia: nos estamos escondiendo otra vez.
Sus hijos pequeños solo hablan hebreo. Su marido usa kipá y tendría que esconderla bajo una gorra de béisbol.

No le demos más vueltas al asunto, en este momento viajar siendo judío es peligroso. En Brasil una organización liderada por un ex terrorista de Hamas intentó que un soldado de las FDI sea detenido. Hablar en hebreo, usar una Magen David, mostrar un pin amarillo que llevamos hace más de 460 días por los 98 secuestrados en Gaza, es un riesgo. Te expone. Nos estamos escondiendo otra vez. La diferencia es que esta vez tenemos a Israel, el país de los judíos para sentirnos protegidos.

En Israel, bajo ataque constante, estamos seguro. Irónico, pero cierto. Aquí no nos escondemos. En la diáspora, los judíos sacan las mezuzot de sus puertas y esconden su identidad para no ser atacados. En el progromo de Ámsterdam, gritar que no sos judío te podía salvar la vida.

Anne entendió. Me pidió perdón. Me dijo que no lo había visto así. La entiendo. Son pocos los occidentales que pueden verla, y el extremismo musulmán se aprovecha de eso.

Anne tiene miedo de venir a Israel por nuestra guerra. Yo tengo miedo de ir a Londres por la suya.

Vivimos un 1939 en 2025.
Esto también pasará. Pero todavía no pasó.

Autor: Gaby Keselman Lob

X: SissiEmperatriz

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