Hay expresiones tan contundentes, que suelen tener más de un padre. Hace mucho oí decir que en las paredes de algún campo de concentración, los judíos liberados de la suerte que corrieron seis millones de sus símiles escribieron “Nunca más”. Años después, ese era el nombre del informe sobre la “guerra sucia” y los desaparecidos durante la dictadura militar en Argentina a mediados de los 70. En alguna parte leí que la frase original apareció escrita en el gueto de Varsovia durante su levantamiento en 1943, y en otras, que era el grito de los franceses al final de la Segunda Guerra Mundial. Sea cual sea el origen, algo tengo claro: cuando se afirma tal es porque hay un peligro muy real de que vuelva a suceder.
En realidad, en 1945, cuando los aliados fueron abriendo una a una durante casi todo el año las puertas de las distintas fábricas de muerte y dolor (campos de exterminio y concentración), la posibilidad del retorno del horror nazi parecía totalmente desterrada. El “Nunca más” quedó confinado a las víctimas directas de la pesadilla de los campos, especialmente los judíos. Sin embargo, con el paso del tiempo, no sólo que el lema fue adoptado para otras causas, sino instrumentalizado en sentido inverso y perverso, poniendo a las antiguas víctimas en el papel de verdugos. El éxito estaba asegurado en un mundo al que le pesaba el pecado de la inacción frente a la barbarie nazi y que ahora pretendía relativizarlo. Y con ello, el compromiso absoluto del adverbio quedaba reducido a un tímido recuerdo, ahora sí asumible por las naciones, unidas habitualmente en consignas de condena huecas hacia el pasado y parciales hacia el presente.
El retorno de los nazis (neo-nazis es un eufemismo, síntoma de nuestra cobardía para reconocer la insoportable gravedad del ser) ya no es una pesadilla teórica. La amenaza de un genocidio israelí (judío) se negocia estos días con negacionistas a punto de poner en marcha sus crematorios nucleares. Nunca antes estuvimos tan lejos del “nunca más” de los campos. ¿Cuánto dura “nunca”? ¿Se puede aprender algo de la shoá? ¿Y del antisemitismo?
Frecuentemente se cita la educación y el conocimiento como las armas más poderosas para combatir estas lacras. Paradójicamente, el holocausto judío tuvo lugar en una de las naciones más civilizadas, educadas e informadas de entonces. Del mismo modo que uno no supera el pánico, por ejemplo, a las serpientes o el vértigo a las alturas simplemente leyendo y cultivándose, el odio al judío en Occidente está también enquistado en el cerebro reptil de los actos reflejos e intuitivos. Eso no se cura leyendo sobre los judíos, sino viéndolos, escuchándolos, tocándolos, reconociéndolos (a pesar de la ausencia de características genéticas propias), ganando su confianza y erradicando las conductas de odio implantadas durante siglos de convivencias o de ausencias (como es el caso español). El “nunca más” debería empezar por reconocer que el “nunca” se construye momento a momento, siempre por acción, no por inercia.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad
www.radiosefarad.com