Irak, Siria, Líbano, Bahrein, Yemen y la Franja de Gaza. Todos comparten un mismo padrinazgo: Irán. Es que el régimen ha logrado en los últimos años una total hegemonía sobre esos gobiernos, lo que provoca el alerta en las demás naciones de la región por el peligro que podría acarrear.
En Irak, la influencia del régimen chiíta ha llegado a extremos impensados hasta hace pocos años. Según publicara The New York Times en su edición del martes 17 de marzo, Teherán envió en los últimos meses armamento pesado para combatir al grupo terrorista Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés), una banda sunnita que emergió en Siria e Irak y cuya barbarie contra «infieles» sorprende al mundo por igual.
La ayuda del régimen al gobierno de Bagdad incluyó cohetes y misiles y el entrenamiento de 20 mil milicianos chiítas. El temor es que el uso de estas armas –cuya precisión no es la más sofisticada- pueda afectar poblados enteros de civiles que nada tienen que ver con ISIS y eso retroalimentar las diferencias sectarias, según explicó el diario neoyorquino. Ese distanciamiento se profundizó durante los años de Nuri Al-Maliki al frente del poder irakí. De extracción chiíta, Al-Maliki habría servido a los intereses iraníes contra los sunnitas.
En Siria la influencia de Teherán es explícita. En la guerra interna que desangra a ese país desde 2011, cuando grupos rebeldes comenzaron a enfrentarse a Bashar Al-Assad, Irán ofreció toda su ayuda para impedir la caída de Damasco. Miembros del Ejército Libre de Siria confirmaron a Infobae la presencia de militares iraníes en ciudades como Alepo, uno de los escenarios de combate más cruentos desde el inicio del conflicto. La diferencia entre los grupos irregulares y el ejército de Al-Assad es total. Mientras unos no poseen armamento suficiente y dependen de la «rapiña» de los enemigos caídos, las Fuerzas Armadas sirias cuentan con el apoyo de Teherán y de Hezbollah, el representanto iraní en el Líbano y el mundo.
Tanto en Irak como en Siria, Irán tiene a un delegado. Un «comandante en las sombras». Se trata de Qasem Soleimani, general y jefe del servicio de inteligencia y de las Fuerzas Quds. Es señalado como el hombre que consiguió que Al-Assad no cayera y también de que el Estado Islámico no siguiera conquistando territorio en Irak. Incluso, algunos vieron a este militar iraní al frente de las milicias. Y también como un instigador de los atentados terroristas del islam chiíta que sufrieran las tropas de los Estados Unidos durante la ocupación en Irak.
Es con el grupo terrorista Hezbollah que Irán consiguió controlar la mitad del Líbano y parte de Siria. Este grupo armado chiíta, nacido a comienzos de los 80, expandió sus crímenes por todo el planeta. Su red en América Latina está fuertemente presente en Venezuela, México, Brasil y en la Argentina, países que sirven además como fuente de financiamiento para sus actos. Irán expande así su «revolución» por el globo.
«Irán no sólo quiere la hegemonía en el Golfo y el Medio Oriente, sino en realidad quiere ser considerado una potencia global», advierte Ely Karmon, investigador y académico del Instituto Internacional de Contra-Terrorismo. Karmon explica además que en su programa oficial Hezbollah reconoce que Irán «juega un rol central en el mundo». El imperialismo del régimen es explicado por el académico: «Como dije, el objetivo de Irán es ser hegemónico en la región y ser un fuerte ‘eje de la resistencia'», y agrega que otro de las metas de Teherán es «divulgar la doctrina del Ayatollah Khomeini y en lo posible la fe chiíta».
El factor Estado Islámico
Las decapitaciones, los linchamientos de homosexuales en plazas públicas, las cinematográficas ejecuciones y la destrucción de monumentos, mausoleos y tesoros arqueológicos de más de 3 mil años de antigüedad por parte de ISIS representan una amenaza no sólo para el mundo civilizado, sino también para otros países musulmanes que ven con preocupación el avance de estos fanáticos terroristas. Arabia Saudita -también de extracción sunnita como ISIS- ve con alarma la expansión de este grupo extremista, pero también advierte sobre la influencia del régimen iraní que cobra mayor peso en Medio Oriente y el Golfo Pérsico.
Analistas sauditas creen que esta influencia de Irán en el mundo árabe podría provocar un severo desequilibrio y cambiar el mapa de la región con miras a las próximas décadas. «Arabia Saudita y los países del golfo están ante un desafío mayor», comentó en off the record un funcionario del reino arábigo luego del golpe en Yemen dado por los hutíes. Hoy, ese país no logra establecer el orden interno y la tensión en las calles se acrecienta. Y las persecuciones y cacerías políticas son diarias.
El plan iraní es claro: su expansión regional le permite no sólo ser interlocutor «necesario» en la lucha contra el Estado Islámico, sino también fortaleza a la hora de negociar sobre su proyecto nuclear. De prosperar esta peligrosa iniciativa, el equilibrio en la región podría inclinarse definitivamente hacia Teherán. Pero no sólo eso: la capacidad atómica le otorgaría a este régimen las herramientas para aplastar definitivamente cualquier intento por confrontar las reglas de los Ayatollahs. Y también despertará los deseos nucleares de Turquía, Arabia Saudita y Egipto.
Turki Al-Faisal, príncipe saudita, ya advirtió en una entrevista concedida a la BBC que su país no tolerará que se llegue a un acuerdo con Irán y que ello provocará una «carrera nuclear». «Si Irán tiene la capacidad de enriquecer uranio a cualquier nivel, no es sólo que Arabia Saudita vaya a pedirlo, es que todo el mundo será una puerta abierta para seguir ese camino sin inhibiciones», dijo. Y añadió: «Irán es un actor de alteración en varios contextos en el mundo árabe, ya sea Yemen, Siria, Irak, Palestina o Bahrein».
En América Latina
En guerra contra el «imperialismo» occidental, varios gobiernos de América Latina han encontrado en Irán un «imperialismo» más simpático. Sobre todo en materia de negocios. El «Eje de la Unidad» lo bautizaron el venezolano Hugo Chávez y el ex presidente iraní Mahmud Ahmadinejad en 2007, en una de las tantas visitas del latinoamericano a tierra persa.
Gran parte de esos «negocios» estuvieron reñidos con la transparencia, como los que salieron a la luz en los últimos meses en la Argentina y Venezuela y que publicara en su última edición la revista brasileña Veja. Esa publicación explicó en detalle la influencia iraní en la región cuyo epicentro funcionó en Caracas, durante el gobierno de Chávez y encontró refugio en Buenos Aires.
Fue bajo la influencia del militar caribeño que el gobierno de Cristina Kirchner habría llegado a un pacto secreto con Irán, por medio del cual se intentaría encubrir la responsabilidad de esa nación en el más sangriento ataque terrorista que sufriera la Argentina en su historia: el atentado a la AMIA, en 1994. Fue el fiscal Alberto Nisman quien acusó a parte del gobierno argentino por encubrir a varios popes del régimen de Teherán. El investigador fue hallado muerto días después en su vivienda. Como consecuencia de esa investigación, escuchas telefónicas que figuran en la causa confirman los negocios, la financiación y las actividades de Irán en la Argentina y en Venezuela.
Fuente: Análisis Página Web Infobae
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