Han pasado 25 años desde que Francis Fukuyama publicó el artículo ¿El fin de la Historia?» en la revista National Interest, meses antes de las protestas en la plaza Tiananmen y de que cayera el Muro de Berlín. Hoy, Fukuyama revisita el significado del libro del mismo nombre a la luz de los hechos ocurridos desde la fecha y de su última obra, Political Order and Political Decay, en la que redobla su apuesta por la democracia liberal de tipo occidental.
– ¿Qué sistemas políticos compiten hoy con la democracia liberal? ¿El capitalismo chino, las democracias populistas o incluso el califato del Estado Islámico?
– Para empezar con el último, es el que me tomo menos en serio, ya que no es más que un puñado de jóvenes sin novias y sin trabajo. Todavía tienen que probar que pueden establecer un Estado, ya que el solo hecho de llamarse Estado no significa que tengan uno. Es tan extremo y violento que no creo que mucha gente aspire a eso y que vaya a durar mucho. El caso de Rusia es diferente: es un Estado muy poderoso en términos militares, pero que en cierto sentido es premoderno. Se basa en una élite dirigida por Vladimir Putin, cuyo principal objetivo es el enriquecimiento a expensas del país. En ningún sentido hay un Estado moderno que trata a los ciudadanos sobre bases impersonales y equitativas. Además, ha resucitado una forma de nacionalismo agresivo, que ya ha causado muchos problemas a los vecinos de Rusia. Y tampoco ha podido gestionar una economía moderna. Es completamente dependiente de la energía y ahora está en una severa crisis por la caída de los precios del petróleo, lo que muestra la vulnerabilidad de una economía que no se diversificó. Eso deja a China, que por lejos es la más impresionante. Actualmente, tiene una administración ampliamente competente, que supervisa niveles impresionantes de crecimiento económico y que ha sido capaz de ponerse al frente de muchas industrias tecnológicas en una forma en que otras sociedades no lo han hecho. Pero creo que, incluso en este caso, hay un problema con la sostenibilidad del modelo, que se ve en esta creciente purga que está ocurriendo en China, donde el liderazgo ha estado restringiendo las libertades individuales en una forma dramática en los últimos dos años. Aunque es un sistema que a la larga no va a durar, al menos en su forma actual.
– Usted es bastante crítico de los Estados Unidos, en particular de la influencia en la política de lobbistas que representan a empresas. ¿Cómo evitar que pequeños grupos de interés terminen guiando las grandes decisiones?
– No es posible controlar completamente dinero y política. Pero creo que en los Estados Unidos, debido a que la Corte Suprema declaró que el dinero es una forma de libertad de expresión y, por lo tanto, está protegida por la Constitución, hemos hecho que sea imposible para el Congreso regular realmente dinero y política. En otros países pudieron aminorar el impacto del dinero con medidas que en los Estados Unidos podrían tomarse si tuviéramos un fallo de la Corte diferente. Nuestra forma particular de constitucionalismo, en la que el Congreso es más poderoso que la legislación, expone al sistema a un mayor nivel de impacto del lobby que en otros sistemas políticos.
– ¿Por eso cree que una burocracia independiente y profesional puede ayudar a evitar el declive de un sistema político?
– En muchas partes los gobiernos más modernos están conducidos por jóvenes burócratas relativamente hábiles. Por ejemplo, una de las grandes innovaciones que está teniendo lugar en América latina es el desarrollo de bancos centrales independientes que conducen políticas monetarias en una forma más competente que durante la crisis de la deuda en los 80. Eso es una reforma institucional mayor, que ha tenido efectos positivos. Se vio en la última crisis financiera global.
– Mencionó América latina. Pese a las diferencias entre los países, ¿le parece que la región va para arriba, para abajo o que se estancó?
– Si compara Latinoamérica hoy con como era la región treinta años atrás, no hay duda de que está mucho mejor. La democracia, excepto en los países del ALBA, está formalmente arraigada. Esta es la única región del mundo en la cual la desigualdad económica ha disminuido en los últimos diez o quince años, mientras en otras partes del mundo creció. Esto se debe a que muchos gobiernos latinoamericanos han implementado reformas económicas liberalizadoras y al resultado de planes sociales innovadores para redistribuir los ingresos hacia los sectores pobres. Si mira aspectos como la educación y la salud, el acceso a todos estos servicios ha crecido enormemente en los últimos treinta años. Ahora la región enfrentará un desafío mayor durante las próximas décadas, debido a que mucho del crecimiento económico reciente fue promovido por el boom de las materias primas. Pero las mejoras han sido notables.
– Así como el superciclo de las materias primas permitió desarrollar planes sociales, también se prestó para prácticas clientelistas. ¿Qué puede pasar cuando las clientelas políticas dejan de recibir beneficios?
– Por esa razón, la provisión selectiva de beneficios es peligrosa, ya que se politiza el proceso de reducción de la pobreza. Es duro para cualquier sociedad reducir los beneficios a los cuales está acostumbrada. Si la gente ha logrado acceder a la clase media y empieza a volver a la pobreza, eso es potencialmente muy desestabilizador. De hecho, es incluso más desestabilizador que si una persona pobre se vuelve más pobre. La gente de clase media, o que cree que pertenece a la clase media, que pierde ese estatus es, en cierta forma, la políticamente más comprometida y activa.
– ¿En qué países de la región piensa cuando hablamos de clientelismo?
– En los países más pobres; un número importante de ellos, en Centroamérica, probablemente sean los peores casos, como Nicaragua. Argentina, a pesar de que en muchas formas es un país en desarrollo de ingreso medio alto con una gran clase media, es completamente clientelista en la forma en que el gobierno distribuye beneficios, lo que ha empeorado bajo los Kirchner.
– Uno de los temas en boga en la región es la desigualdad. ¿Cree que es un desafío para la democracia? Y si es así, ¿cómo enfrentarla?
– La desigualdad ha sido uno de los defectos de nacimiento de muchos países latinoamericanos. Tradicionalmente, lAmérica latina ha tenido uno de los niveles más altos de desigualdad. La ausencia de una clase media amplia y la división entre una pequeña élite acomodada y las grandes masas empobrecidas ha servido para instalar políticas populistas que se ven en Argentina, Venezuela y Bolivia. El desarrollo de una gran clase media es una meta importante y hay distintos métodos para alcanzarlo. Durante la generación pasada, la mayoría de los países latinoamericanos mejoraron el acceso a la educación, pero la calidad sigue siendo terrible. Hay muchas rigideces en los sistemas educativos que están frenando a mucha gente. Además, pienso que se necesita alguna forma de redistribución, como los programas de transferencia de dinero pioneros en México y Brasil. Si están bien diseñados para ser impersonales -de modo que no se vuelvan instrumentos de clientelismo-, y se hacen sobre la base de mediciones objetivas de pobreza, son de gran ayuda para reducir la desigualdad. Pero es complicado, usted no quiere hacer tanta redistribución y empezar a matar los incentivos para trabajar y crear un riesgo moral. Tiene que haber un equilibrio entre proveer oportunidades y la simple y llana redistribución.
– El economista Thomas Piketty sostiene que la desigualdad puede causar inestabilidad política. ¿Está de acuerdo?
– Depende de las circunstancias. En algunos países la creciente desigualdad representa el hecho de que el país está finalmente empezando a lograr el crecimiento económico. Entonces, algunas personas se vuelven ricas y otras quedan atrás. Pero creo que si hay una desigualdad profundamente arraigada es malo para la democracia, porque eso tiende a crear políticas polarizantes y lleva a la dominación de la elite o a algún tipo de populismo que, al final, mata el crecimiento económico. Por eso tener una clase media relativamente amplia es bueno para la democracia.
– ¿Qué le parece la afirmación que dice que las sociedades políticas estables del siglo XXI no saben qué apariencia tiene el fracaso o que se olvidaron de los caminos que conducen a su declive?
– No sólo en este siglo. Creo que todos los órdenes políticos que experimentan largos períodos de estabilidad, empiezan a olvidar las condiciones que produjeron esa estabilidad y ponen las semillas para la inestabilidad futura, porque asumen que las cosas siempre seguirán igual. Por eso, no se puede tener instituciones democráticas modernas, a menos que sean periódicamente renovadas por nuevas generaciones que entiendan que pueden declinar y combatan eso.
– ¿Y cuál es su mayor preocupación hoy en el plano político global?
– Existen grandes fuentes de inestabilidad en Eurasia y Medio Oriente. Una de las cosas perturbadoras que ocurrieron el año pasado es que Rusia y China, ambos países fundamentalmente autoritarios, hicieron demandas territoriales y se movieron hacia políticas exteriores más agresivas, que no veíamos desde el colapso de la ex Unión Soviética. Obviamente, hay algo que está pasando en el mundo árabe, que ha llevado al quiebre simultáneo de cuatro países en casi estados fallidos. Eso es muy problemático.
Fuente: La Nación