A principios de este año, el mundo se sorprendió de la brutalidad con que el nazi Heinrich Himmler escribía a su esposa detalles de sus actividades en los campos de exterminio. Ahora ha salido a la luz la intimidad de otro jeraca, esta vez en forma de diario personal: Alfred Rosenberg.
Los historiadores Jürgen Matthäus y Frank Bajohr han tenido acceso al documento, perdido desde los juicio de Núremberg, donde Rosenberg fue condenado a morir en la horca.
En Alfreg Rosenberg, diarios 1934-1944 (Crítica) es un viaje a la mente del creador de «la Iglesia de Hitler», como él mismo se consideraba tras el reconocimiento que recibía del dictador por su labor ideológica en el Tercer Reich.
El material incluye cuatrocientas páginas manuscritas que había atesorado, hasta su muerte en 1993, el representante de la acusación Robert M. W. Kempner. En 2013, el gobierno de Barack Obama confiscó el material y lo entregó al Museo Memorial del Holocausto.
Roseberg tuvo a su cargo el control de los «Territorios del Este», una extensa región que llegaba hasta el mar Caspio.
Hitler consideraba a Rosenberg uno de sus ideólogos más brillantes, característica que premió con el control de los territorios del Este, una región que se extendía hasta el mar Caspio (casi toda la ex URSS europea) y albergaba a 180 millones de personas.
En el diario no se encuentran todas las referencias esperables referidas al Holocausto, pese a que Rosemberg fue uno de sus perpetradores. Pero si, por ejemplo, un discurso dado el 18 de noviembre de 1941 en el que afirma que la «cuestión judía solo puede resolverse mediante la eliminación biológica». En otro texto, el nazi celebra que en Lituania «se ha liquidado a unos diez mil judíos».
Rosenberg se muestra en sus textos como un hombre seguro de si mismo, convencido de que ha llegado al mundo para cumplir con una misión. Frases como «mi nombre lo dice todo» o «esta época no está preparada para oírme» lo definen como un megalómano.
Pero al mismo tiempo, el jerarca condimentaba sus delirios de grandeza con un servilismo casi grotesco hacia Hitler. Rosemberg tomaba nota de cada muestra de favor del Führer, desde las palmadas al pasar en un hombro y un apretón de manos hasta palabras directas de adulación («Rosenberg es una mente privilegiada», dijo alguna vez Hitler sobre su camarada).
En otro pasaje, Rosemberg se felicita del éxito de su libro El mito del siglo XX, la segunda Biblia del nazismo después del Mein Kampf.
Muchas de las páginas de los diarios las dedicó a explicar su pugna con Himmler por controlar a policía y las SS. Es recién en 1944 cuando su influencia parece eclipsarse, luego de que Hitler dejara de recibirlo.
En uno de los pasajes se refirió a la eliminación de Ernst Röhm, cofundador de la SA, en 1934, Rosmeberg cuenta que Hitler, tras fingir la voz para que el viejo camarada de lucha le abriera la puerta, se le abalanzó al grito de «¡Está usted detenido, cerdo!».
También reveló como después de al hallar a otro líder SA en «actitud homosexual» agarró al «joven prostituto» que besaba a su amante en la espalda y lo lanzó con asco contra la pared, antes de hacerlos fusilar.
Rosemberg también exhibió en sus textos un particular odio hacia el cristianismo, al que consideraba rival de la nueva religión nazi.