Atentado es una palabra quesignifica ataque, destrucción y muerte. Estas tres palabras sintetizan lo perpetrado contra la Embajada de Israel el 17 de marzo de 1992 y contra la AMIA el 18 de julio de 1994. Esos ataques dejaron ruinas, muertos y heridos. Las imágenes que se vieron por televisión y las fotos captadas por los reporteros gráficos fueron testimonios visuales de lo que pasó. Como si hubiera sucedido una guerra. Y lo fue, ya que los ideólogos lo proyectaron desde el otro lado del mundo para demostrar que en este lado también había enemigos que debían pagar con sus vidas y sus edificios pulverizados. Cuando más lejos era mejor para demostrar su poderío a lo que se sumó lo imprevisible y lo posible al convertir personas y edificios en cadáveres y piedras.
El estallido del impacto de una camioneta en el centro neurálgico de estabilidad de lo que fuera el palacete que albergaba la sede diplomática fue tan preciso como el que impactó en la AMIA, dos años después. Ambos atentados estaban cargados no solo de explosivos si no que fueron calculados y detonados con el odio hacia Israel y los judíos. Mientras el aire era una espesa nube tóxica que terminaba de ahogar a los que pudieran sobrevivir en algún lugar, la satisfacción y aplauso por el deber cumplido se percibía en el aire a través de los noticieros y de los enemigos universales siempre vigentes. Los que se prestaron a ser los hacedores también perecieron. Pero felices por haberse entregado al servicio supremo de su Dios.
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Imposible olvidar la conmoción que produjo. De inseguridad ese atentado primero y luego el segundo. El cambio de mirada y sentimientos fue radical. Nadie se sentía seguro en ningún lugar. El deseo de ayudar corrió como reguero de pólvora y la palabra Justicia y condena estaban en boca de todos. Los restos de lo que fuera la Embajada de Israel era similar a los que se conocían de la guerra. Los cadáveres rescatados eran iguales a los que se recogen en las trincheras y los heridos asistidos eran semejantes a la angustia de lo inentendible sucedido. Aquí, en la ciudad, la dimensión del miedo, el dolor, el luto fueron los nuevos habitantes que se mezclaron con la comunidad y la ciudadanía. Ya nada fue igual.
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Ya sea por las medidas tomadas para delimitar el predio atacado, por los damnificados del entorno, por el ejercicio de la sospecha, por la neurosis de los vecinos dañados que fueron parte de la onda expansiva barrial en ambos casos. El humo que se elevó fue, ante el impacto, la señal de ataque y a partir de allí todo fue una catarata de comentarios, lamentos y análisis que solo fueron eso… Algunos condenados por encubrimiento y los autores siguieron viviendo allá a lo lejos y también entre nosotros. Igualmente con el atentado de AMIA los perjudicados estaban atontados por el estruendo y los explosivos entre gritos y llantos, ambulancias y gemidos, salvatajes y cadáveres, entre edificios resquebrajados, policías y enfermeros, voluntarios y familiares en busca de indicios de supervivencia.
Amén por todos y ante la ausencia de autores del espanto y criminalidad la Justicia no pudo ejercer su poder porque el poder lo tiene la trama que auspicia a los terroristas y da seguridad dentro de sus fronteras al ampararlos. Solo dos años fueron necesarios para que el monstruo del antisemitismo y el antisionismo volvieran a estar entre nosotros. Quizá aparezca un Golem para derrotarlos para siempre.
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Martha Wolff
Periodista-Escritora