Al dicho en Idish “Es difícil ser judío”, la mujer, de manera jocosa responde: “Más difícil aún, es ser judía”. Esta expresión se podría aplicar a cualquier aspecto de la vida pública en el que la mujer intentó participar. Uno de ellos es el campo de la Ciencia, en donde tuvieron que batallar para conseguir ser respetadas y reconocidas con sus aportes y descubrimientos.
En el siglo III d.C., en la ciudad de Alejandría, Egipto, vivió una mujer conocida como Miriam, la alquimista o María, la judía. Se le atribuye el descubrimiento del ácido clorhídrico, el aislamiento del ácido acético y la invención de instrumentos y procedimientos que son usados hasta nuestros días. Creó la primera cámara de destilación, un extractor para recoger vapores y un baño de agua especialmente diseñado que permitía que las sustancias se calentaran lentamente: el famoso “baño María” utilizado en laboratorios y habitualmente en nuestras cocinas.
En tiempos más modernos, hacia fines del siglo XIX, en Austria, encontramos a Lise Meitner (1878-1968), una de las pocas científicas de su momento que se dedicaron al tema nuclear. Llevaba varios años experimentando en Berlín con las trasmutaciones radioactivas del uranio cuando, tras el ascenso del nazismo, tuvo que escapar. Desde Suecia descubrió la “fisión nuclear”. Fue nominada en varias oportunidades para el Premio Nobel.
En 1947, cuando Otto Hahn recibió el Nobel por la fisión nuclear, proyecto que la tuvo como coprotagonista, ni siquiera recibió una mención de agradecimiento en el discurso de su colega. Rechazó una oferta para participar del Proyecto Manhattan para generar la bomba atómica declarando: “¡No tendré nada que ver con una bomba!”. El elemento 109 de la tabla periódica se denominó meitnerio, un cráter lunar y otro de Venus, así como el asteroide Meitner (6999) llevan su nombre.
Otras dos científicas destacadas fueron las primas Rita Levi-Montalcini (1909-2012) y Eugenia Sacerdote de Lustig (1910-2011). Ambas de familias judías de Turín, Italia.
Ingresaron a la carrera de Medicina enfrentándose a la indiferencia, la discriminación, y las burlas de sus congéneres. En 1943, Rita se trasladó con su familia a Florencia para refugiarse del nazismo y Eugenia emigró a Argentina.
Rita descubrió el primer factor de crecimiento conocido en el sistema nervioso, por lo que recibió en 1986 el Premio Nobel de Medicina. Eugenia, afincada en Buenos Aires, tuvo una prolífica carrera como investigadora: difundió la vacuna Salk, investigó sobre la enfermedad de Alzheimer, la demencia vascular y el Parkinson. Publicó más de 180 trabajos al respecto. Fue honrada con premios y menciones.
A todas ellas las distinguimos con este recuerdo.
Columna de Norma Kraselnik para Valores Religiosos.