El 18 de julio de 1994, a las 9.53 de la mañana, Diego De Pirro hablaba por teléfono con su amigo Gustavo. Pasaron casi 29 años, y el recuerdo de ese momento sigue en carne viva. Gustavo (que no quiere hacer público su apellido) es uno de los protagonistas del video que publicó la AMIA para honrar a Diego y comenzar el “mes de la memoria”, que terminará en un acto sobre la calle Pasteur 633 para conmemorar a las 85 víctimas del atentado terrorista. Precisamente en un octavo piso del 632 de esa calle, justo frente a la mutual judía, Diego charlaba con Gustavo.
“Con Diego, más que amigos, éramos hermanos”, le cuenta Gustavo a Infobae. “Mirá hasta dónde llegó la unión entre nosotros que yo fui el último que lo escuchó hablar, literalmente. Habíamos quedado en hablar el lunes por la mañana porque el domingo había sido la final del Mundial de los Estados Unidos y cada uno vio el partido por separado. Los dos estudiamos Ciencias Económicas y él me tenía que hacer una consulta sobre el trabajo de unas declaraciones juradas que llevaba y quedamos en llamarnos el lunes. Yo me había recibido el año anterior y a él le faltaban pocas materias, se recibía en el ‘94″.
Diego hablaba junto al ventanal de su departamento. En la cocina estaba Marta, su madre. “Cuando explotó la bomba yo escuché como una interferencia. Él usaba un teléfono inalámbrico, así que la comunicación no se cortó. A él ya no lo oí, pero sí escuché unos vidrios que caían. Pensé que habría explotado una caldera, algo así, pero me asusté cuando escuché la voz de la mamá que lo llamaba a los gritos y él no contestaba. Ahí tomé un taxi y me fui para su casa…”
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Cuando llegó a la zona de la AMIA, la calle ya estaba cortada. Sin celulares y en medio del caos, Gustavo decidió regresar a su oficina. Allí estaba cuando, a las tres de la tarde, su madre lo llamó diciéndole que había escuchado el nombre de Diego Di Pirro entre las víctimas del atentado. “Como estaba hablando sobre la línea de calle, aunque era un octavo piso, lo agarró la onda expansiva. Era un ventanal, no lo protegió ni siquiera una pared…”
A pesar del paso del tiempo, a Gustavo le brota el dolor mientras habla. “Se mezclan un montón de cosas, porque yo me sentí culpable durante mucho tiempo. Decía ‘uy, pucha, si hubiésemos hablado el día anterior esa llamada no hubiese pasado’. Se fueron dando una serie de cosas, porque Diego a esa hora tenía que estar en su trabajo, pero por la llamada que teníamos iba a entrar un poco más tarde. A su mamá le pasó algo parecido, porque le dijo ‘si tenés que hablar con Gustavo andá al comedor’, si hubiese estado en otra habitación no pasaba nada… Son cosas que se van concatenando”. Pero Gustavo sabe que la culpa no es de él, ni de la madre, y mucho menos del propio Diego. Es de quienes planearon y ejecutaron el atentado terrorista, el peor de la historia argentina. “Y si, te das cuenta que el culpable es el que reventó todo”, concluye.
Vidas compartidas
“Nos criamos juntos, nos conocíamos desde los 6 años. Y como los dos somos hijos únicos, nos pegamos más”, cuenta Gustavo. “El barrio nos unió. Vivíamos los dos en Balvanera, en Pasteur y Perón, que todavía se llamaba Cangallo. Fuimos a la misma primaria, la escuela Quintana de la calle Lavalle, aunque no al mismo grado. Después también al Pellegrini y más tarde a la facultad de Ciencias Económicas. Yo siempre un año adelante porque era mayor. Ahora tengo 53, él los cumpliría el próximo 17 de noviembre”, añade.
Ambos profesaban la religión judía, aunque, dice Gustavo, “él era más practicante que yo, que siempre estuve un poco alejado. Pero jugábamos al fútbol juntos en Hebraica. A Diego le gustaba mucho el fútbol, era muy hincha de River”. Para Gustavo, todos los recuerdos de su amigo son lindos, “porque Diego era el que unía a nuestro grupo, a nuestro equipo, el que casi hasta decidía adónde salíamos, era como el organizador. Siempre nos decía que primero venían los amigos y después todo el resto. Parece que siempre se habla bien de los muertos, pero en este caso era así. Diego nos unía”. Hoy, cuenta, lo sigue haciendo: “Nosotros mantenemos su memoria en forma permanente. Cada vez que nos juntamos, cada vez que hablamos, Diego está siempre presente. Pasaron más años de los que teníamos en ese momento, y aunque ya cicatrizó, el dolor sigue ahí”.
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Además de su grupo de amigos, Diego tenía una novia, Andrea, que años después pudo dejar el dolor atrás y rehízo su vida. Sus padres eran grandes cuando murió Diego, pero aún devastados tuvieron un consuelo. “Encontraron en otro amigo del grupo, Javier, y en sus hijos, una familia. Los hijos de Javier, por parte de padre, no tenían abuelos. Así que se convirtieron en abuelos postizos”, cuenta Gustavo.
Para él, que haya justicia dependerá de “no bajar los brazos”. “Cuando pasa tanto tiempo las cosas se enfrían. Además creo que es un poco complicado, porque la justicia es que te devuelvan lo que se fue y eso no va a pasar. Pero más allá de esto, lo interesante es que todos pongamos el empeño en que las cosas se resuelvan, que los culpables queden presos y que no dejemos morir la memoria de aquellas personas que estuvieron a nuestro lado”.
Esta semana, en coincidencia con los seis meses de la obtención del Mundial de Fútbol en Catar, la AMIA publicó un nuevo video para pedir Memoria y Justicia que tituló “Diego”. Pero no por Maradona, aunque en su comunicado hicieron explícita la relación con el fútbol, sino para conmemorar la vida de Diego de Pirro. “La decisión de evocar la figura de Maradona y rememorar la histórica final del Mundial 2022 permite, en este spot, acercar a las nuevas generaciones, que no tienen memoria vivencial del atentado, a un doloroso hecho que aún está impune, y que representa una herida abierta para toda la sociedad argentina”, señalaron. El 18 de julio, como todos los años, habrá un acto en Pasteur 633 para pedir memoria y justicia. Por Diego de Pirro. Por los 85 muertos de la AMIA.