El 7 de octubre cambió mi vida. Nunca volveré como judía a ser la que era.
Hijas de inmigrantes perseguidos por el antisemitismo y esposa de un alemán judío también perseguido, los relatos confesados anidaron en mí.
Lo escuchado fomentó mi activismo comunitario y mi sionismo. La existencia de Israel fue un canto de esperanza y realidad para volver a ser judíos libres, con una tierra, un idioma y una bandera y a pesar de lo burlado sigue siendo el faro del mundo para nosotros. Pero el 7 de octubre la envidiable Israel con su seguridad fue vencida y a rever luego de la guerra, por una horda de criminales preparados para matar, burlar la alegría, mofarse de la paz, ahogar la música con sangre y cadáveres, violar a mujeres libres, asesinar a los hombres, degollar a los niños, terminar con ancianos y dejar montañas de muertos.
A partir del 7 de octubre me volví extremadamente desconfiada de todo y de todos al ver la reacción del mundo, de estar atenta a los comentarios de mi entorno, leer la prensa, analizar sus comentarios, escuchar a periodistas e indignarme con las organizaciones internacionales. Siempre supe de personas a favor de Israel y de anti sionistas, pero la presencia de reporteros de medios importantes en el frente de Hamás para filmar el asesinato fue el colmo o quizá lo normal cuando lo que más vale es la noticia y no la vida.
En mi andar de mujer democrática acepté los desafíos de pensamientos, pero al estallar el crimen organizado por Hamás estalló también el huevo de la serpiente que rompió la cáscara de la aparente corrección de la convivencia o tolerancia, palabra que aborrezco. Fue un segundo en el que todo cambia y cambió. Fue como un terremoto, un tsunami, un incendio, una explosión nuclear, un volcán en erupción ,fue un asalto a una fiesta para convertirlo en un reguero de muerte. La similitud ante lo imprevisto de los fenómenos de la naturaleza fue copiada por Hamás al servicio del horror y el odio. Fueron magistralmente preparados sobre y bajo tierra entremezclados con los palestinos para camuflarse, guardar armas, lanzar cohetes, esconder armas en jardines de infantes e incubadoras, armar cinturones explosivos para niños y mujeres y desprotegerlos. Cavaron túneles a través del territorio de Gaza con la mejor tecnología y montaron comandos bajo tierra al mejor estilo de animales sedientos de sangre.
A partir del 7 de octubre lo que único que me preocupa a cada instante es ver a los rehenes liberados. A tres meses de su cautiverio pienso en ellos, lloró en secreto, espero novedades y me enorgullece pertenecer a un pueblo que tiene un ejército que demuestra al mundo el arsenal que era Gaza. Que avanza a un alto costo de vidas de esos soldados preparados casi científicamente para descubrir lo tramado para matar. En cada redada muestra a una población comprometida y expuesta y terriblemente empobrecida con un mar de niños desprotegidos.
A partir del 7 de octubre la inutilidad de la ONU y demás internacionales organizaciones pusieron sobre la mesa de sus estrados su carnet de antisemitismo y antisionismo. Han demostrado el espanto que les produce que Israel se defienda y que convierta a Gaza en ruinas que los mismos terroristas quisieron y quieren hacer de Israel. Han declarado en los foros la parcialidad de los Derechos Humanos para los que padecen y no los autores de su tragedia. Nada le es perdonado al único país judío del mundo. La actitud de indiferencia es igual a la que asumió la Humanidad ante la Shoá. Así volví a repetir la frase “Nada nuevo bajo el sol”.
El mundo sentado en sus sillones miran por televisión las manifestaciones contra Israel que suman xenófobos, intelectuales de izquierda de salón, los derechistas fascistas y los musulmanes que huyeron de sus países a buscar el progreso europeo.
Desde el 7 de octubre soy otra y luchadora de la palabra como arma para defender mi ser judía. Me abrazo al abrazo colectivo y enciendo una vela en mi corazón por la paz y los rehenes.
Por Martha Wolff
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