Las ideas también matan. Por Débora Wolosky

Era chica cuando empecé a estudiar sobre la Shoá. Como muchos, no podía entenderlo: ¿Cómo pudo ocurrir algo así? ¿Cómo pudo un mundo entero —en muchos casos, siendo testigo y cómplice— permitir semejante horror? Me parecía lejano, pero mi familia había estado ahí. Esa historia también era la mía.

A los 16 años tuve la oportunidad de visitar Yad Vashem, el museo del Holocausto en Israel. Las imágenes de los campos, los pijamas a rayas, la estrella amarilla… me impactaron, claro. Pero no me eran del todo desconocidas. Ya estaban en mi radar. Lo que más me marcó, sin embargo, fue otra cosa: la propaganda.

Recuerdo los afiches con caricaturas antisemitas: judíos con narices exageradas, rostros malévolos, figuras ridiculizadas. Estereotipos gráficos que construían monstruos. Fue la primera vez que entendí el poder real de la comunicación. Escuché hablar de Goebbels por primera vez. Y ahí, sin saberlo, empezó mi camino en este mundo que me apasiona y me interpela hasta hoy: la comunicación, su poder, su ética, y su capacidad de construir —o destruir— humanidad.

Estudié, leí, vi películas como La Ola (recomiendo su nueva versión). Intenté entender cómo esa máxima tan brutal —“Miente, miente, que algo quedará”— se vuelve práctica cotidiana. Cómo se puede instalar una idea tan repetida, tan emocionalmente cargada, que termina convirtiéndose en verdad, aun siendo mentira. Cómo una sociedad entera puede ser convencida de que un colectivo es culpable de todos los males.

Ayer fue Iom Hashoá, el Día del Holocausto. Miré al pasado, pero no pude evitar pensar en el presente. Porque si bien cambiaron los formatos y los tiempos, el modelo comunicacional sigue siendo el mismo. Solo que ahora está amplificado hasta el infinito. Redes sociales, algoritmos, inmediatez, medios tendenciosos, datos manipulados, jingles virales de TikTok… y nuevamente, un terreno fértil para el odio.

Hoy también se ridiculiza, se exagera, se inventa. Hoy también se elige un enemigo. Hoy también se culpa —al pueblo judío— de los males del mundo. Hoy también se llama al exterminio. Solo que ahora se hace con un posteo o un hashtag.

Porque sí, por si todavía no lo escucharon: el antisionismo es antisemitismo. No hablo del gobierno de Israel —con el que uno puede estar o no de acuerdo—, sino de la demonización absoluta, del pedido explícito de desaparición de una nación entera. Eso, otra vez, se está escribiendo.

Y también me pregunto: ¿en qué fallamos nosotros?

¿Fallamos cuando, por miedo, evitamos mostrarles a nuestros hijos ciertas verdades?

¿Fallamos cuando, por respeto, decidimos no viralizar imágenes reales del 7 de octubre?

¿Fallamos? ¿O simplemente elegimos respetar la vida?

¿Dónde está el límite entre cuidar y callar? ¿Entre exponer y manipular?

La comunicación, la ética, la manipulación… cuántos interrogantes.

Lo que sí sé es que no podemos olvidar lo que pasó. Y que debemos ser conscientes de lo que está pasando.

• El comunicado de Hamás tras el discurso de Netanyahu por Iom Hashoa

• Los dones del pueblo judío, 80 años después del Holocausto: Enseñanzas para un mundo más justo. Por Rab. Ruben Najmanovich

Iom Hashoá nos conecta con el pasado, con la memoria viva del horror más extremo. Pero también nos interpela desde el presente: el 7 de octubre de 2023 fuimos testigos de la mayor masacre de judíos desde la Shoá. Pasó hace apenas un año y medio. Y sí, volvió a pasar.

Hoy, además del dolor, se libra otra batalla: una guerra comunicacional que se juega en redes, en medios, en algoritmos. Una guerra de relatos, de negaciones, de manipulaciones. Una guerra donde el odio encuentra nuevas formas de vestirse, pero nunca deja de ser odio.

Las palabras construyen mundos. Cuidemos lo que decimos, lo que compartimos, lo que elegimos creer.Porque, como aprendí aquel día en Yad Vashem, las ideas también matan.

Por Débora Wolosky 

(especialista en Recursos Humanos y Comunicación. Miembro de JAE3).