Desde el comienzo de la crisis de Siria, tres años atrás, las potencias occidentales con interés en su desenlace y resultados siempre han marchado un paso detrás de los acontecimientos. Hoy, mientras se prepara una nueva conferencia a celebrarse el 22 de enero en Ginebra, la comunidad internacional se encuentra tan fuera de sintonía de la trágica realidad que transita el pueblo sirio exactamente igual que por los últimos tres años.
Si la información que se dio a conocer desde varias capitales occidentales es real, la reunión de Ginebra se centrara en discutir la conformación de ‘una autoridad de transición’. Este plan podría haber tenido sentido y hasta éxito cuando Siria se enfrentó a las primeras revueltas populares contra el régimen, tres años atrás. En aquel momento, el esbozo de un posible compromiso comenzaba a tomar forma. Pero aquel plan fracasó porque las grandes potencias, sobre todo EE.UU. y Rusia, se negaron a respaldarlo. Los americanos creyeron cándidamente que el gobierno sirio caería de la misma forma que cayeron los regímenes de Túnez y Egipto, por tanto, EE.UU. considero que no había necesidad de un mayor compromiso estadounidense con la crisis en aquel momento. Rusia percibió esta falta de interés norteamericano y se movió aplicando eficazmente el poder oportunista que caracteriza a Putin, Moscú cubrió su espalda diplomáticamente y aguardo firme sobre el terreno para colocarse al lado ganador con riesgos mínimos.
Así, mientras los poderes centrales jugaban ficha, la crisis siria mutó en insurrección a nivel nacional, luego a una guerra civil que después trasunto en lucha sectaria, y por último, se ha convertido en una verdadera tragedia humanitaria.
El problema al que nos enfrentamos hoy ya no es el mismo de hace tres años, ello es claro y se desprende de las últimas evaluaciones de la situación realizada por Naciones Unidas y distintas organizaciones humanitarias. Hoy, alrededor del 70 por ciento de la población siria (algo superior a 20 millones de habitantes) son refugiados en países vecinos o desplazados en el interior de su propio país que han conformado ‘comunidades cautivas’ viviendo en estado de sitio permanente.
Para todos los análisis, intentos o propósitos, Siria ha experimentado lo que los politólogos llaman un colapso sistémico. La maquinaria del gobierno se ha hecho añicos, la mayoría de los ministerios y servicios controlados por el Estado operan al 30 por ciento de su capacidad. La red educativa nacional se transformo en un gran archipiélago de escuelas aisladas y universidades que atienden a una fracción mínima de los que lo necesitan. Los servicios de salud sirios han sufrido aún más y ya no existen. Según la Organización Mundial de la Salud, menos de 20 hospitales siguen funcionando en condiciones más o menos aceptables, mientras que una serie de epidemias extinguidas hace años en el país, están haciendo su reaparición.
El ejército y la policía, quienes han sido la columna vertebral del régimen, han dejado de existir como instituciones que se ocupan de la seguridad nacional. Miles de oficiales, suboficiales y soldados desertaron a los grupos armados de la oposición. Otros miles han abandonado el país convirtiéndose en refugiados en el extranjero. Lo que queda del ejército y la policía consiste en escuadrones armados y controlados por el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán y el Hezbollah libanés. Y nada mejor se ve en la oposición, que se transformo en una nebulosa de grupos con ideologías rivales y poca o ninguna visión clara de lo que quieren. Todos ellos dicen saber lo que no quieren: ‘la continuidad del régimen de Assad’, pero hasta aquí, no han sabido como vencerlo.
En este contexto, hablar de «transición» puede ser un ejercicio pueril. Una transición sólo tendría sentido si hubiera una autoridad establecida desde la cual se podría transitar hacia una autoridad moral y política alternativa. Hoy en día, la cuestión ya no es si Siria tiene un mal gobierno o no. Las cosas marcan que Siria ya no tiene un gobierno en el sentido normal de la palabra. Bashar Al-Assad sigue haciendo apariciones en televisión de vez en cuando intentando mostrarse como la cabeza de un gobierno que en realidad es inexistente. Bachar es, como mucho, el líder de una facción entre otras tantas en una siria fracturada y en guerra civil. El período presidencial de Assad está previsto que finalice entre marzo y abril próximo. Por supuesto que Bachar buscará un nuevo mandato de siete años, a sabiendas incluso, que la celebración de elecciones dudosas y fraudulentas como las que Siria ha tenido en el pasado no será físicamente y territorialmente posible.
El verdadero problema, por tanto, es ver a Siria transformada en una entidad sin gobierno y en campo de batalla de varias guerras paralelas que podrían continuar durante el tiempo que los poderes extranjeros acepten apoyar y armar a los grupos rivales.
Este escenario no serviría a los intereses de ninguna de las potencias involucradas en esta tragedia. Frente al problema de liquidez que se avecina, Irán no podrá mantener al régimen de Assad como una amante derrochadora que cada día demanda más gasto. En cuanto a Rusia, se enfrentaría al riesgo de ser absorbida por un conflicto sin final a la vista, sin perspectivas creíbles para obtener beneficios y ante la posibilidad concreta de perder posiciones en la política internacional si continuara uno o dos años más en su posición actual.
Por primera vez en tres años, los participantes de Ginebra II pueden tener unos intereses comunes, entre los que destacan la prevención de que Siria se convierta en una herida sangrante en el Mediterráneo. Ginebra II podría ser útil si se centra en la realidad de la situación. La tarea más urgente es la de movilizar los recursos necesarios para hacer frente a la catástrofe humanitaria. Un número indeterminado de sirios –que seguramente supera los 150 mil han muerto ya en este conflicto, y muchos otros mueren por hambre, epidemias y falta de medicamentos día a día.
Ginebra II será la oportunidad para que Rusia e Irán contribuyan en este nuevo llamamiento de la ONU y muestren realmente su apoyo al pueblo sirio. La imagen de ambos, transcurridos tres años de destrucción se está opacando más de la cuenta en la comunidad internacional. No parece una buena idea que ambos estén dispuestos a dar más dinero y armas a Assad para que más sirios sigan muriendo. Tal lo que viene haciendo Saudí Arabia y los países del Golfo.
Con una agenda que podría haber sido importante hace tres años, Ginebra II no conseguirá nada en los términos en que se está planteando la reunión del mes próximo y los demócratas sirios no tendran ninguna razón para asistir a la misma. Si Irán y Rusia no cambian sus posiciones, el pueblo sirio no tiene chance alguna de sobrevivir al mar de sangre que se ha desatado allí.
Por Prof. George Chaya, es BA in History. Es consultor experto en Relaciones Internacionales para el Oriente Medio, Europa y América Latina. Es autor de ¨La Yihad Global, el terrorismo del Siglo XXI¨ y varios libros de pensamiento.
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