Desde los ataques terroristas de principios de enero en la redacción del semanario satírico Charlie Hebdo y en el supermercado kosher del este de París, los amigos de John Rozenblum debaten sobre la idea de mudarse a Israel cada vez que se reúnen en las comidas de Sabbat de los viernes. A veces son cuatro alrededor de la mesa, otras veces son diez, y suelen salir a bailar después, pero les gusta mantener la tradición y van rotando de casa en casa según la disponibilidad de cada uno. Entre estos jóvenes franceses judíos, la frase que se repite es Il faut se barrer. Le plus vite, le mieux (Hay que irse. Cuanto antes, mejor).
Para John, arquitecto de 31 años, no es algo nuevo. Su hermana menor decidió mudarse a Israel hace seis años. Una agresión en un tren de camino a Créteil, en la periferia de la ciudad, fue la gota que colmó el vaso. Llevaba una estrella de David alrededor del cuello. Sus padres la siguieron hace dos años. Ambos franceses, el padre tiene orígenes polacos y, la madre, egipcios. Dejaron París después de toda una vida porque estaban cansados de escuchar agresiones como judíos sucios durante las manifestaciones en contra de la intervención israelí en la Franja de Gaza.
Los diálogos de este grupo de amigos se reproducen hoy alrededor de varias mesas de franceses judíos y son sintomáticas de una sensación de malestar en el seno de la comunidad. La toma de rehenes que dejó cuatro muertos el 9 de enero en el Hyper Cácher se suma de la peor manera posible a una serie de incidentes que incluye el atentado de Toulouse en 2012 contra una escuela judía (cuatro muertos, entre ellos, tres chicos), las manifestaciones pro Palestina que terminan en agresiones contra instituciones judías -convirtiendo el antisionismo en antisemitismo-, el descontrol verbal por Internet impulsado por los chistes de un humorista que acaba de ser condenado por incitación al odio racial, y la profanación de un cementerio judío en Alsacia, en el este del país. Entre enero y septiembre últimos se registraron 527 ataques antisemitas en Francia, contra 432 en todo 2013, según cifras del Consejo Representativo de las Instituciones judías de Francia (CRIF), que se apoya en los datos del trabajo conjunto entre el servicio de protección de la comunidad judía y el gobierno francés. El promedio anual de entre 300 y 400 agresiones antisemitas en Francia triplica los números de los años noventa.
«El antisemitismo se refleja en esos pequeños incidentes cotidianos y las amenazas verbales contra quienes llevan algún signo exterior distintivo de su pertenencia al judaísmo, como una kipá o un talit. Y depende del barrio. El 11° (entre el Marais y el cementerio del Père Lachaise) está muy mezclado y es tranquilo, pero un kilómetro más lejos puede cambiar todo. Lo mismo si se va al norte de París o para quienes viven en zonas de la periferia, o en ciudades como Lyon y en menor medida Toulouse y Marsella. Pero para el turista judío no hay absolutamente ningún riesgo», analiza en diálogo con La Nación revista el director del Observatorio de Radicalismos Políticos, Jean Yves Camus. Judío religioso según su propia definición, Camus considera que la situación es paradójica: «El aumento del antisemitismo en Francia es incontestable, prueba de ello son las cifras que demuestran una cierta inseguridad, y la impresión es que el grado de violencia aumenta, pero al mismo tiempo la comunidad judía muestra una florescencia nunca vista. Aquí tenemos todo lo que necesitamos en términos de negocios, restaurantes y sinagogas. A diferencia de Londres, Berlín o Amsterdam, aquí es como en Estados Unidos: un paraíso en términos de facilidades para la vida judía. Hay todo tipo de productos y muy variados, diarios y radios judías, más de 300 sinagogas en todo el país, semanas de cine y de literatura israelí, y asociaciones de todo tipo. La vida es perfectamente normal, pero el antisemitismo está en aumento, la violencia da miedo, el contexto es más difícil para quienes viven en zonas más expuestas y la situación es ambivalente».
Desde los atentados terroristas son varios los medios franceses que analizan el tema del antisemitismo. El respetado semanario francés publicó un especial que tituló Judíos de Francia, y ello provocó el enojo de algunos representantes de la comunidad para quienes esa frase reenvía a una dimensión geográfica que olvida la pertenencia nacional y aleja a los judíos de la comunidad nacional. Sobre todo teniendo en cuenta el contexto, explican los críticos, hubiera sido más oportuno titular Judíos franceses o Franceses judíos. La revista Le Point también puso en portada a una pareja de jóvenes judíos con el titulo Ser francés en Francia y con una crónica en la que se lee: «Superemos el miedo, un instante, el tiempo de este dossier. El miedo o esa bola en el estómago que resienten muchos franceses de confesión o cultura judía al momento de ejecutar un acto tan anodino como ir a la escuela o ir a comprar pan». En ella se pueden leer las declaraciones de Haïm Korsia, designado desde mediados del año pasado gran rabino de Francia, un puesto de funcionario y por decreto, elegido por la institución oficial que administra el culto israelita en este país. Korsia recuerda que Francia fue el primer país en dar la ciudadanía plena a los judíos, en 1791, y que los ejércitos napoleónicos abrían las puertas de los guetos en cada nuevo lugar al que llegaban para liberar a los judíos. «La cuna de los derechos humanos es también la de los judíos.»
Isaac R. es un sobreviviente del Holocausto. Nació en Grecia en 1934, fue deportado en 1943, liberado en 1944 y llegó a Francia en 1948, a los 14 años, después de pasar por España y por Palestina. En diálogo con La Nación revista cuenta que le debe todo a este país: sus estudios, su vida profesional, la educación de sus hijos. Pero confiesa que a veces no se siente bien, que cuando sale a la calle mira con mayor atención lo que pasa a su alrededor. «Viví en barrios en los que había pocos inmigrantes, luego en la periferia y desde que estoy jubilado vivo cerca del Trocadero. Cuando era joven, y miembro del movimiento de jóvenes sionistas, llevaba una vida normal, sin miedo al antisemitismo. Nunca tuve problemas en mi escuela, al norte de París, ni cuando caminaba en la calle o cuando entraba en una sinagoga. Sabía que existía un antisemitismo clásico, pero no me afectaba. Pero desde 2012, los judíos se volvieron más cautelosos. El ambiente en Francia hace que algunos a veces dudemos de ir a un restaurante kósher. En mi barrio no pasa nada, pero en otros lugares como Sarcelles (el año pasado una manifestación pro Palestina derrapó en ataques antisemitas en esta localidad del norte de París, a veces llamada la Pequeña Jerusalén) los judíos empiezan a mudarse para reagruparse en zonas más seguras», relata Isaac.
Todos los entrevistados coinciden en que al antisemitismo clásico, que en Francia provenía sobre todo de los partidos de extrema derecha y de los viejos vichistas, se le suma ahora un nuevo tipo de antisemitismo ligado a la extrema izquierda y a los islamistas. «A diferencia de la Argentina, en donde el antisemitismo más expandido es el de los católicos integristas, en Francia existe una complicidad entre la extrema izquierda y los islamistas. Está ligado con la historia de este país colonial que dejó marcas: la extrema izquierda piensa que los musulmanes son víctimas de Francia. Juntos organizan manifestaciones en favor de Palestina, lo que es totalmente correcto y aceptable, pero el problema es que derrapan. Yo estoy a favor de la creación de un Estado palestino viable. No soy israelí, soy judío y francés. No me pueden responsabilizar por lo que el ejército israelí hace en Gaza. Y esa es la confusión que existe también en la población francesa de origen magrebí», lanza Camus.
Como parte de una larga investigación realizada en 2003, el sociólogo y presidente de la fundación Maison des Sciences de l’Homme, Michel Wiervorka, autor del libro La tentación antisemita (2005), visitó numerosos barrios y escuelas francesas frecuentados por la población descendiente de la inmigración arabe-musulmán y ello le permitió confirmar su presentimiento: el aumento de eslogans antisemitas estaba ligado con lo que pasaba en Medio Oriente. «Observé que incluso entre los más jóvenes había una lógica de identificación con la causa palestina. Se sienten excluidos, maltratados y empujados a los guetos de la misma manera que los palestinos en Israel. La idea es que los judíos de la diáspora francesa están ligados a Israel. Y también se identifican con el choque de civilizaciones: islam está en guerra contra el occidente, y los judíos son lo peor del occidente», explica a La Nación revista el especialista.
Autor de cuatro libros sobre el antisemitismo, y con abuelos que murieron en Auschwitz, Wiervorka precisa que a ello se le suma un nuevo clima que aparece en Francia y que se relaciona con el caso del humorista francés Dieudonné, de origen camerunés, especialista en bromas que tienen origen en el revisionismo del Holocausto y las cámaras de gas. Inventor de la quenelle, entendido como un saludo nazi invertido, logró que sus seguidores se saquen fotos delante de las sinagogas y espacios para la memoria judía haciendo ese gesto. «Las formas clásicas de antisemitismo, ligadas a la extrema derecha e izquierda, no desaparecieron, pero hay dos novedades: el antisemitismo en el seno de las poblaciones negras, con la idea de que los judíos son los responsables de la trata negrera y de que quieren monopolizar el sufrimiento histórico, e Internet en donde existe la creencia que todo puede ser dicho y expresado sin limites, y que en ese contexto los judíos son un límite a la libertad de expresión», analiza el experto. Como bien explica, Francia es un caso extremo: es el país con la mayor cantidad de judíos (550.000) después de Estados Unidos, tiene una población árabe y musulmana muy numerosa (6 millones de musulmanes), y está muy presente en los conflictos de Medio Oriente y Próximo. «En ese sentido, Francia es un laboratorio. Este es un país con un modelo republicano y lo que se espera de los judíos es que se integren. A partir de los años 60 los judíos se hicieron muy visibles, pero siempre manteniendo el perfil republicano. Esta visibilidad no genera problemas cuando no hay antisemitismo. Pero cuando se despierta, como ahora, todo se vuelve imposible», concluye.
Al igual que muchos de los entrevistados, el sobreviviente Isaac recuerda el caso del gang de los bárbaros, una veintena de personas que en 2006 secuestraron a Ilan Hamili en las afueras de París porque pensaron que, como era judío, seguramente era rico y alguien pagaría una recompensa para salvarlo. Lo torturaron hasta la muerte, a los 23 años. También está muy fresco el recuerdo del francés de origen argelino Mohamed Merah. Radicalizado luego de su paso por la cárcel, en marzo de 2012 estacionó su moto delante de una escuela judía en un barrio residencial no lejos del centro de Toulouse y empezó a disparar. Mató a un rabino de 30 años y a sus dos hijos, de 3 y de 6. Mientras seguía disparando, tomó por los pelos a una niña de 8, Myriam Monsonego. La pistola falló. Agarró otra, se la puso en la sien y disparó. El director de la escuela, que había salido por los ruidos de los disparos, pudo ver cómo ejecutaban a su hija.
Tradicionalmente, hasta el año 2002, entre el 5 y el 6 por ciento de los judíos que votan (menos de 200.000) se inclinaba por el Frente Nacional, el partido de extrema derecha francesa. Con la llegada de Marine Le Pen, la hija y sucesora del fundador, las cosas cambiaron, y ahora alcanza el 13%. Es menos que el promedio nacional, pero la progresión es significativa. «Seguramente olvidaron leer el programa de Le Pen que, si bien en público se muestra menos antisemita, planea prohibir el uso de la kipá en las calles y la matanza de los animales conforme a los ritos religiosos, lo que nos obligaría a comprar carne kosher importada de la Argentina, que es objetivamente excelente, pero más de 4 euros más cara por kilo que la francesa», opina Camus.
Las cajas de matzá, el pan tradicional de la comida judía, están apiladas por todos lados en la carnicería Chez Julien & Fils, sobre el boulevard Voltaire, cerca de la plaza Nation. Con la Pascua judía que se acerca, además de los cortes de carne kosher, los clientes eligen entre las decenas de variedades que se ofrecen de este pan sin levadura presente en todas las mesas de Pésaj. Misma situación a metros de allí, en la boulangerie o en el supermercado Franprix de al lado, que sólo vende comida kosher o autorizada por la religión y en donde también se encuentran los diarios de la comunidad. En esta calle que centraliza varios comercios judíos, con cajeros que llevan kipá y algunas clientas que usan polleras largas y peluca, la actividad parece haber vuelto a la normalidad después del miedo provocado por la mortal toma de rehenes en el Hyper Cacher de Vincennes, en el este de París. «Al principio fue difícil, pero hay que seguir viviendo», suspira uno de los responsables del Franprix, Salomón Nezri. Varios de sus clientes estuvieron presentes durante la reapertura del Hyper Cacher, a mediados de marzo. «Hay que quedarse. ¿Cómo voy a hacer para volver a empezar en otro lugar? Quizá me vaya un día, cuando me jubile», agrega Ilan Benchetrit, otro de los responsables.
Frente al malestar y a las cifras de las agresiones en aumento, todos los entrevistados confirman que la pregunta sobre quedarse o partir se instala en las charlas de todos los días. Se estima que este año más de 10.000 judíos se mudarán a Israel. Fueron 7231 el año pasado. «Aquí se preguntan si hay que irse y qué hay que hacer para volver a la normalidad. Sobre irse, dos respuestas son válidas: si es una aliyá (retornar voluntariamente a la tierra de Israel), es maravilloso. Si es por miedo, es una catástrofe para Francia, para los judíos y para Israel. La respuesta es vivir juntos, sancionar las actitudes inadecuadas, detener los sitios de Internet nauseabundos, reconstituir el lazo social, ir a las escuelas y reunirnos con imames y representantes de otras religiones. Tenemos la fuerza humana, nos falta la expertise», reflexiona el presidente del Movimiento Judío Liberal de Francia, Marc Konczaty.
A diferencia de su familia y de algunos de sus amigos, John Rozemblum no quiere irse de París. Aquí instaló hace seis años un estudio de arquitectura que funciona bien y está pensando en abrir un bar. No tiene ganas de abandonar todo lo que construyó. Eso sí: al igual que todos en la comunidad, borró de Facebook y de todas las redes sociales a esos amigos que posteaban o likeaban declaraciones antisemitas.
Fuente: Diario La Nación (publicado el domingo en la Revista)- Fotos: AFP y Corbis