Vaya paradoja. Nunca antes en la historia se habían construido tantos muros o vallas entre países como en 2015 y tampoco jamás habían llegado tantos refugiados a Europa.
Aunque el horror sensibilizó al mundo ante las repetidas imágenes de familias ahogadas con sus chicos y los relatos desesperados de un millón de refugiados en el Viejo Continente, la cantidad de muros fronterizos levantados para desalentar las migraciones alcanzó este año también una cifra récord.
En 1989, la humanidad había celebrado como el final de una época la caída del Muro de Berlín, conocido como die Schandmauer (el muro de la vergüenza). Entonces sólo quedaban en pie unos pocos resabios de un pasado de divisiones, como la Verja de Gibraltar o la valla entre las dos Coreas. Pero desde aquel momento se construyeron 40 nuevos muros y, sólo en este año, se edificaron 11.
Hasta la Argentina se sumó a esta tendencia elevando este año una antiestética pared de concreto de cinco metros de alto y 1,3 kilómetros de largo sobre la antes apacible ribera del río Paraná en Posadas, para marcar la separación con Paraguay, su socio del Mercosur.
Los políticos ven en esas barreras una medida rápida y de impacto. «Hay que garantizar la seguridad de los refugiados y la nuestra para evitar una catástrofe humanitaria», dijo un mes y medio atrás el primer ministro esloveno, Miro Cerar, cuando la policía comenzó a desplegar peligrosos rollos de alambres de púas en su frontera con Croacia.
Los especialistas en fenómenos migratorios sostienen, en cambio, que las cercas empeoran los problemas que supuestamente buscan evitar. De hecho, las cifras históricas de refugiados en este año confirman esa idea. Y, llamativamente, quienes viven cerca de la frontera son los principales detractores de los muros.
«Yo no quiero esta horrible valla en mi ciudad», dijo a LA NACION el alcalde húngaro Robert Molnar desde la ciudad de Kubekhaza, en el límite con Serbia.
En España, las reacciones de quienes viven cerca de las vallas son similares. «Aquí en Melilla este año vi un chico refugiado que había perdido un ojo por las puntas filosas de la cerca. Continuamente hay heridos y mutilados. Los refugiados no se asustan. Lo que hacen es venir con mucha ropa encima y van dejando prendas a medida que se les enganchan en alguna de las cuatro vallas de cuchillas», explicó Jesús Blasco de Avellaneda, fotoperiodista y activista social en la frontera con Marruecos.
¿Para qué sirven entonces los muros? Según Molnar, «la valla es sólo un ardid electoral efectista del gobierno que no quiere perder votos frente a la derecha del partido nacionalista Jobbik, que reclamaba medidas urgentes».
En efecto, este año Hungría fue una de las principales rutas de más de 100.000 refugiados de Siria, que arribaron al país con el objetivo final de llegar a Alemania.
La estación central de Budapest se vio colapsada por familias enteras que luchaban por subirse a los trenes que los trasladarían a territorio alemán. Luego, con el muro y otras medidas represivas, Hungría dejó de ser una vía alternativa. Pero los refugiados siguieron encontrando caminos para entrar a Europa.
«Lo que a mí más me duele es que el partido Fidesz, en el gobierno, son los mismos anticomunistas que lucharon en los años 90 por derribar la Cortina de Hierro. Y ahora, con esta valla, traicionan los ideales por los que tantos dieron su vida. Esta no era la solución para el problema», dijo Molnar.
Un problema que no existía
El holandés Hein de Haas, un especialista de la Universidad de Amsterdam que estudia cómo funciona el fenómeno de las migraciones, sostiene también que los muros y la militarización de las fronteras sólo profundizan el drama.
«La gente ahora se olvida que el agravamiento de la inmigración ilegal es en realidad un tema de los últimos 25 años, cuando España e Italia empezaron a introducir visas para los norafricanos. Antes de eso, los marroquíes, los argelinos y los tunecinos podían ir y venir libremente por un tiempo. Pero era una migración circular porque tenían sus familias en sus países de origen y la vida allá es más barata que en Europa. Así como entraban, podían volver a salir y eso les convenía más que quedarse», explicó el sociólogo holandés.
Con la introducción de los visados de Schengen en 1991, la libre entrada a España y a Italia quedó bloqueada y los norafricanos que no podían obtener sus visas buscaron ingresar ilegalmente. Cuando España instaló luego sofisticados sistemas de control y militarizó su frontera, los migrantes, lejos de desalentarse, acudieron a traficantes y contrabandistas profesionales para intentar hacer el cruce. Y así, una vez que llegan a Europa, les es muy difícil volver a salir.
Negocio
El francés Nicolas Kayser-Bril, CEO de Journalism++, una red europea de periodistas dedicados al análisis de datos estadísticos, recientemente presentó en Buenos Aires su reporte The Migrant Files, con algunos descubrimientos sorprendentes que explicó a LA NACION.
«Desde 2000 hasta la fecha Europa ha gastado 14.000 millones de dólares para frenar la inmigración, mientras que el negocio del tráfico de refugiados le reportó a las mafias más de 16.000 millones de dólares. O sea, estos 15 años la inmigración fue un negocio de 30.000 millones de dólares. Y todo esto a un costo humano enorme, con más de 30.000 refugiados muertos», afirmó Kayser-Bril.
Ruben Anderson, antropólogo e investigador posdoctoral de la London School of Economics, sostuvo también que «la industria del control fronterizo se transformó en un círculo vicioso que se agranda gracias a sus mismas fallas».
«Por ejemplo, las vallas de Ceuta y Melilla y los sistemas de vigilancia instalados durante los últimos 15 años movieron la migración hacia aquellas rutas que son más peligrosas. Y eso creó a su vez un nuevo mercado para la industria del tráfico de personas», explicó Anderson.
Así las cosas, en un mundo en el que cada vez hay más murallas, cercos electrónicos y fronteras militarizadas, el negocio de tráfico de personas ya mueve casi tanto dinero como el narcotráfico.
La cuestión se complejizó de tal forma que ya no es posible regresar de un día para el otro al libre flujo de personas entre fronteras.
«El planteo ya no es «valla sí» o «valla no»», opinó Blasco de Avellaneda, que en su momento se opuso a la construcción de la cuádruple cerca de seis metros de altura y con cuchillas en su Melilla natal. «Para empezar, la comunidad internacional se tiene que proponer hoy en día un Plan Marshall para la región subsahariana. Es necesario buscar la formar de mejorar la situación de la gente en sus países de origen», afirmó.
Blasco de Avellaneda explicó además de qué manera la cerca afectó las relaciones entre los vecinos de Melilla y los marroquíes de Nador, al otro lado. «Recuerdo que de chico los domingos iba con mi padre a pasar el día a Nador, comprábamos verdura y pescado en el mercado. Nos conocíamos con los comerciantes marroquíes que nos hablaban en español y, al terminar el día, volvíamos a casa. En muchos sectores se podía pasar libremente sin ningún tipo de control. Ahora, el cruce a través del puesto militarizado demora alrededor de una hora y media de ida, y otro tanto de vuelta. Y yo ya no he vuelto a cruzar con mi hijo al otro lado», cuenta.
Pobreza
Danny Atar, un ex teniente coronel del ejército israelí del partido de centroizquierda Campo Sionista, tiene una posición muy particular respecto de la edificación de los muros. En 2002, como alcalde de Gilboa, en la frontera con Jenin, en Cisjordania, fue el principal impulsor de la construcción de la valla que separa las dos ciudades y que, además, está electrificada con 6000 voltios. En aquel momento eran frecuentes los ataques de terroristas palestinos suicidas que cruzaban al lado israelí para cometer atentados.
Sin embargo, a poco de levantar el muro, mirando la situación económica de la población de Jenin, Atar llegó a la siguiente conclusión: «Yo no puedo pretender vivir en paz si mi vecino detrás de la valla es pobre».
«Por eso decidimos ayudar al enriquecimiento palestino abriendo un paso fronterizo» a través del muro, explicó Atar a LA NACION. El alcalde gestionó además la concesión de permisos laborales para los palestinos de Jenin que deseasen cruzar a Israel para buscar trabajo. Al mismo tiempo, se incentivó a los israelíes a realizar sus compras del lado palestino, donde los precios eran notoriamente más bajos.
Así, en dos años, se revitalizó la economía de Jenin y la desocupación en el lado palestino cayó del 42% al 18 %. Las dos ciudades iniciaron además un proceso de integración cultural y turística, y la amenaza terrorista desapareció.
En vista de estas experiencias, para el alcalde húngaro de Kubekhaza la clave de un camino diferente hacia el futuro está en «recuperar el sentido de humanidad».
Molnar enfatiza que los que están del otro lado no pueden ser tratados como criminales. «Cualquier solución real va a surgir de un delicado equilibrio entre inteligencia, clemencia y misericordia», advierte.
Los alambrados y vallas de 2015
Este año se construyeron 11 cercos fronterizos
Hungría-Serbia
Hungría construyó el muro en junio ante la llegada masiva de refugiados de la guerra en Siria
Macedonia-Grecia
Macedonia edificó un muro con Grecia en noviembre para contener el flujo de refugiados de Medio Oriente
Calais (Francia)
Francia puso un alambrado en agosto para impedir el acceso de los refugiados al Eurotúnel que comunica con Gran Bretaña
Túnez-Libia
Tras los ataques de junio, Túnez edificó una valla en su frontera con Libia
Hungría-Croacia
En octubre, Hungría concluyó su valla fronteriza con Croacia para contener a los refugiados
Austria-Eslovenia
Austria construyó en noviembre una valla con Eslovenia para frenar el avance de los refugiados ilegales
Eslovenia-Croacia
En noviembre, Eslovenia levantó una valla en la frontera con Croacia por la crisis de refugiados
Eslovaquia-Hungría
En septiembre, Eslovaquia anunció la construcción de una valla con Hungría
Marruecos-Argelia
En mayo, Marruecos inició una valla en su frontera con Argelia por las tensiones entre los dos países
Somalia-Kenya
En abril, Kenya edificó un cerco de seguridad en la frontera con Somalia tras una ola de ataques
Argentina-Paraguay
En junio, la empresa Yacyretá levantó un muro de cinco metros de alto y 1,3 kilómetros de largo en Posadas para impedir el contrabando entre ambos países.
Fuente: Lanación.com.ar
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