A pesar que el ámbito de un templo es limitado al ser retransmitido Iom Kipur por los medios de comunicación local e internacional ha sido un paso enorme para poder ampliar el conocimiento sobre la religión judía y sus fiestas.
Escribo en el primer día del Año Nuevo Judío porque siempre en la sinagoga, en Nielá, con el toque del shofar las lágrimas afloran y terminan en llanto. No puedo evitar con el sonar del cuerno de carnero temblar de emoción al igual que cuando los presentes cantan el Hatilkva para cerrar esta celebración religiosa. Esos tres momentos son de una belleza sublime. Como judía debo confesar que invitaría al mundo a participar de tanta devoción porque es un momento inolvidable y conmovedor y al mundo no judío para que se sume al respeto de la comunicación del hombre con lo superior.
A medida que subían los niños con sus velitas equiparé mi orgullo como si hubiera sido Janucá ante la liberación del templo de los enemigos y la menorá vuelta a ser encendida. Para los niños que participaron como un juego con el tiempo no olvidarán el haber estado presentes en un acto de amor y libertad.
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Al igual que cada año nuestros corazones latieron más acelerados mientras el espectáculo que se iba armando en la Habimá. Luego vino el sonido del shofar que expandió su mensaje hacia el cielo y su soplido hecho rezo y melodía fue una mezcla de conmoción y transmigración hacia lo desconocido en plegaria y esperanza para el año que comienza.
Desde la nube que rodeaba globo terráqueo tuve la sensación de que por 24 horas el espacio estuvo ocupado por la lectura del Majzor, los cánticos, las lecturas, los rezos. El pueblo judío estaba en conexión con el misterio creador del hombre sobre la Tierra y de su limitada compresión e incesante búsqueda de tratar de entender la vida. Todos congregados o todos separados repitieron esa sabia frase: ”Gmar Jatimá Tová”. Y si somos alrededor de 15.000.000 de judíos en el mundo en mi fantasía, ese día, bloqueamos internet con las ondas de pedidos de perdón y renovación junto a nuestros hermanos de la diáspora y desde Jerusalem, el lugar más cerca del cielo, el Ser Supremo rubricó nuestro destino abriendo y cerrando las puertas del cielo.
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Quiero cerrar esta reflexión también con lo que pensé custodiada por mi familia, protegida por los abrazos, besos y mirando a la continuidad cubriendo hombres e hijos y nietos a sus padres y abuelos con sus talitim como un cordón umbilical milenario que alimentó y protegió nuestra supervivencia, hoy de vivencia plena.
Por Martha Wolff
Intenso y esperanzador texto. Gracias Martha, D’s danos este año nuevo la bondad de elegir la vida y actuar con los valores del bien al próximo. La violencia domarla con el diálogo, la justicia y la escucha.