Llega otra celebración de Janucá que una vez más nos recuerda la gesta libertadora del pueblo judío en su Tierra Santa, siempre agredida, invadida y profanados sus símbolos sagrados.
La historia de la Fiesta de las Luminarias es sinónimo de luz y en su metáfora encuentro que ese candelabro de ocho velas con la centralidad del shamash para encenderlas, es como el vientre de una gestante, cuyo tiempo cumplido, es el anhelado momento en que se produce el parto y lo deseado e imaginado durante meses, ve el la luz del túnel de la vida.
En esa gestación, con un poco de aceite y mucha devoción, se fue alimentando el fruto del amor a la pertenencia judía, y día a día los brazos del candelabro fueron acariciando la esperanza de poder rescatar su templo, el de un único Dios, piedra fundamental del monoteísmo, mancillado por un conquistador politeísta.
Janucá siempre se acerca a la natividad de los cristianos. En ambos casos se alude a los conceptos de renacimiento y de nacimiento. En el caso judío la celebración de Janucá fue y es el renacer de su existencia, sin adoración de imágenes. Para la cristiandad, esta época del año recrea el nacimiento milagroso del «hijo de Dios», una veneración visible.
En ambas comunidades el objetivo es la búsqueda.
En el caso judío la de defender sus creencias espirituales y lugar de rezo -piedra fundamental de su existencia- en Jerusalem. Ante la oscuridad sembrada por hombres que se empoderaron como dioses.
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Frente a ellos, confrontándolos, unos pocos macabeos con uns chispa dieron luz a otro capítulo de la historia del pueblo judío. En el caso de los católicos diciembre celebra el encuentro con otro mesías de cuerpo y alma. En contraposición con el culto de «lo inasible y solo espiritual» de los judíos.
Desde el año 165 a.e.c. hasta nuestros días los judíos del mundo sentimos en Janucá la purificación de nuestro templo. Día a día creemos que es Janucá y encendemos la mecha de nuestro templo espiritual para seguir siendo judíos y tener a Israel como nuestro Shamash. Pero es en Janucá que la potencia de las janukiot encendidas en el mundo, a lo largo y ancho de la diáspora, se suman para decir como en un rezo laico “anajunu po”, aquí estamos, disipando la bruma del odio y trayendo la claridad de seguir siendo lo que somos: JUDÍOS, y defendiendo el derecho a serlo ante el montaje creciente del eterno antisemitismo.
Cada día una vela, cada día una gota de lucha, cada chispa un intento de verdad, cada día más energía, cada día más cerca del amanecer, cada día avanzando a través del túnel, cada día más claridad, hasta el día en que llegó la luz de la Libertad. Misión cumplida shamash.
Martha Wolff
Periodista-Escritora