UNA PEQUEÑA LUZ: protegiendo a Anna Frank es una serie de National Geographic lanzada por Dysney, en ocho capítulos, que debería ser materia obligatoria en las escuelas. Cada capítulo es una clase de historia de lo que pasaba en Europa con el advenimiento de Hitler al poder, su avance y su antisemitismo.
A partir de 1939 la ambientación de época es perfecta. Es estar en Amsterdam y sus canales y arquitectura y revivir la presión cada vez mayor para quitarle a los judíos el derecho a todo que se fue acentuando. El papel de Mietz es el eje de esta recopilación, llamada así por sus hermanos de convivencia en el hogar que la aceptó cuando sus padres en Viena buscaron para que la proteja. Una joven que terminada la escuela secundaria buscó trabajo en una empresa de fabricación de dulces cuyo director era el Sr. Frank, quien con su ayuda escondió a su familia y otros en la buhardilla.
Más allá del juego visual entre lo que pasaba dentro del escondite y afuera con el acecho nazi, esta serie es un canto de esperanza a la resistencia de los que se jugaron la vida para salvar a otros. Y como repitió ella luego que se salvara “cualquiera puede encender una pequeña luz en una habitación oscura para ayudar ante tanta ceguera de odio”. Mietz es un canto a la vida al igual que su pareja. Y hay en toda la secuencia el riesgoso salvataje de niños judíos condenados a morir en los campos de concentración. Las imágenes muestran a las instituciones judías que se ocuparon de cuidarlos hasta que llegaba la orden de exterminarlos.
Los jóvenes del mundo deben saber que salvar una vida es salvar a la humanidad. El escondite de niños fue un riesgo al que se jugó mucha gente. Los niños judíos siempre expuestos a la matanza para terminar con la raza hebrea, que no existe, pero para los nazis sí, fue terminar con sus descendientes. Tanto con los experimentos nefastos del Dr. Mengele que los usaba como también a sus madres. El resultado fue el millón y medio de niños judíos asesinados que sobrevivientes en las voces que repiten sus nombres, lugar de nacimiento y exterminio y una vela que se refleja en los espejos infinitos en el Museo del Holocausto de Jerusalem. Y si nos arrodillamos avergonzados para llorar por todo lo que padecen y sufrieron los niños en las guerras, disputas intestinas, persecuciones, xenofobia, lavado de pertenencia como sucedió en el Proceso en nuestro país, regalando hijos de los guerrilleros, o las violaciones masivas de niñas y mujeres en África para denigrarlas o embarazarlas de su sangre y sumarlas a sus filas de combate entre etnias, o los 20.000 niños ucranianos que se llevaron las tropas rusas para reeducarlos, o el hambre para matarlos o usarlos de escudo y también para que coloquen minas antipersonales, debemos avergonzarnos que todavía todo esto suceda. El hacer conocer a los jóvenes lo que significó la resistencia es invitarlos a que se sumen al pensamiento de estar siempre dispuestos a ayudar al prójimo. La soberbia nazi y su antisemitismo están perfectamente encarnizados en esta serie y el destino cruel que pasó a tener la familia Frank y los que se sumaron al escondite. Esa mezcla de luz que daba el avance de las tropas aliadas se vio apagada por una miserable denuncia tan opuesta a la resistencia.
El capítulo final tiene un broche de oro y es saber que Mietz vivió 100 años para contar todo. El padre de Ana, único sobreviviente de su familia, vivió en su casa y con su marido y un hijo que el destino le regaló para premiarla. Fue ella que salvó su diario y su padre se encargó de hacerlo conocer.
Un museo perpetúa la memoria de Ana Frank y la de otras tragedias que afectaron a niños. El drama de los niños indefensos sigue siendo un tema que no se debe ignorar y todavía tiene dementes como el cantante Roger Waters que en Berlín se presentó con un traje nazi e imágenes para degradar a Ana Frank.
Resistencia, activismo comunitario, protestas para reafirmar el derecho a ser judío libre y combatiente de los antisemitas de turno.
Martha Wolff
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