Martín Lutero (1483-1546) era antisemita, depresivo y poseía una personalidad atormentada; amigo de pantagruélicas comidas que terminaban en borracheras, se odiaba a sí mismo y odiaba a todo el mundo, especialmente «a la chusma», y terminó sus días, según su criado, suicidándose en su cama. Son algunos de los sorprendentes datos que aporta Javier Barraycoa (Barcelona, 1963) en su último libro Protestantismo. Historia oculta e impacto en el mundo contemporáneo (Almuzara). Este doctor en Filosofía y escritor ahonda en la controvertida figura del fraile alemán, envuelta muchas veces en una «leyenda rosa» repleta de invenciones.
–De entrada, afirma usted que nunca llegó a colgar sus célebres 95 tesis en la iglesia de Wittenberg, una imagen que todos tenemos en la retina…
–En torno a la figura de Lutero hay muchísimos mitos. Efectivamente, el gran mito de Lutero clavando sus 95 tesis que aparece en muchos grabados y está en nuestra psique colectiva aparece una vez que ha muerto. Fue referida por primera vez en una reedición de sus obras completas que hace su teólogo de confianza, Felipe Melanchton. Lutero, durante toda su vida, siempre fue un bravucón. Contaba todas sus peleas con Roma, con la Iglesia católica, y tenía discípulos que eran estupendos litógrafos y pintores. Si hubiera ocurrido ese episodio, se hubiera reproducido desde el primer momento como aparato propagandístico. Es verdad que sí quema la bula papal que le condena. Y esto sí que se hace en una quema pública. Esta imagen también está reproducida.
–Bueno, es que el Papa León X afirmó de él que «un cerdo salvaje ha entrado en la viña del Señor»…
–Sí, efectivamente. Lutero no clava las tesis, sino que escribe una carta a su obispo muy humildemente, muy servicialmente, que además era un procedimiento muy habitual cuando un eclesiástico quería proponer un tema teológico a debatir, en este caso, las indulgencias. Se escribía al obispo y se proponía una discusión pública entre teólogos sobre este tema. Esa carta se conserva, y el tono es absolutamente obediente y humilde. Será años más tarde cuando Lutero se crezca porque se siente protegido por el poder político de unos cuantos príncipes alemanes. Y en ese momento él se siente, digamos, un ariete contra el emperador y contra la Iglesia católica. Entonces es cuando ahí aparece el Lutero que conocemos: bravucón, con exabruptos y demás.
–Parece que los príncipes alemanes se interesan por Lutero no por un deseo de reformar, sino por ambiciones políticas…
–Es evidente. En principio hay un interés político por parte de los príncipes que tienen que pagar impuestos al emperador y al pontífice, y buscan una libertad económica y asentar su poder frente al emperador. De hecho, Lutero va a servir para desgajar todo el Sacro Imperio Romano Germánico. Pero luego, el fraile agustino escribe una carta a Erasmo de Róterdam en la que reconoce que el tema de las indulgencias le da igual, que nunca le ha importado. Siempre se nos ha dicho que este tema era fundamental, pero él confiesa que lo que le ha interesado siempre es demostrar el servo arbitrio, esto es, que el hombre no tiene libertad, y esto le va muy bien para justificar sus propias pasiones. Porque de Lutero al final, como Calvino, sospechas que toda la teología que les envuelve, toda la teología que elaboran, en el fondo es para justificar sus propias pasiones.
–Una de ellas era la comida y la bebida…
–Esto lo sabía todo el mundo. Él mismo lo reconoce en sus propios escritos: «Yo soy un lujurioso, yo soy un guloso». Pero además, como él ha asentado el principio que para salvarse no hacen falta las obras, y que solo la fe es suficiente, le escribe a sus amigos para decirles que si tienen dudas sobre esto, «pequen más fuerte», pecca fortiter. Si tienes dudas de que por la fe te vas a salvar, pues peca. Y lo dice así, literalmente. «Incluso si fornico mil veces al día y mil veces asesino, eso no puede apartarme de Cristo. La sola fe me salva», llega a afirmar.
–¿Otro de los mitos es que procedía de extracción humilde?
–Efectivamente, Lutero se crea una leyenda en torno a él, su familia, su madre –que decía que recogía leña–, que su padre era un humilde campesino… Pero esto no es así, porque tenemos documentación suficiente para saber que su padre era un comerciante potente. Conocemos todas las ciudades que va recorriendo haciendo negocios y además costea los estudios de Derecho de su hijo antes de hacerse fraile agustino. No se podía acceder a ellos si la familia no era pudiente.