Este mes de septiembre, el mundo recordó el 85 aniversario de la invasión de Polonia por la Alemania nazi, que en 1939 dio comienzo a la Segunda Guerra Mundial. Con ella se inició la masacre más violenta y cruel de un solo grupo en la historia mundial.
Si la humanidad puede extraer una sola lección del Holocausto, debería ser que el antisemitismo es casi siempre la vanguardia de un ataque general contra los derechos humanos de todas las personas. Aunque los judíos son las primeras víctimas, los verdaderos objetivos de este antisemitismo son el conjunto de la sociedad, la democracia y los derechos humanos como valores universales.
Por eso la sociedad debe trabajar en conjunto para combatir el antisemitismo y ampliar la visión general para cooperar en la construcción de puentes contra el odio global.
Actualmente asistimos a un impresionante aumento del antisemitismo en las Américas, un fenómeno que ha sido alimentado durante décadas por grupos de derecha y neonazis, principalmente en Europa y Norteamérica. Sin embargo, desde la masacre de más de 1.200 personas en el sur de Israel el 7 de octubre de 2023, cometida por Hamás y otros grupos terroristas, hemos sido testigos de una nueva oleada de antisemitismo.
Esta vez procede de la extrema izquierda y se basa en dos pilares. El primero es una identificación forzada de las comunidades judías de la diáspora con las políticas del gobierno israelí. El segundo, una identificación de los judíos como un pueblo rico, blanco y privilegiado, fomentada por grupos identitarios extremistas en Europa, Norteamérica y Latinoamérica. Como dijo el filósofo austriaco August Bebel, que no era judío, “el antisemitismo es el socialismo de los tontos”.
Un nuevo antisemitismo disfrazado de antisionismo o, como algunos prefieren llamarlo, antisemitismo relacionado con el Estado de Israel, se ha apoderado de las universidades de toda Norteamérica, estimulado por un profesorado radicalizado, sin que las autoridades académicas demuestren la capacidad adecuada para combatirlo.
Eslóganes como “Judíos vuelvan a Polonia”, “Globalicen la Intifada” y “No queremos a ningún sionista aquí” se han gritado en protestas y se han impreso en periódicos universitarios, mientras que los estudiantes judíos han sufrido acoso y ostracismo en muchos campus, especialmente en Estados Unidos y Canadá.
Frente a la lentitud con que las agencias de la ONU condenan tantas acciones racistas, comparada con la precipitación con que condenan las supuestas acciones israelíes, incluso las que no se confirman, es más que necesario hablar del tema y buscar trabajar juntos para combatirlo.
Cabe señalar que aquí en América Latina también tenemos mucho que enfrentar. Líderes políticos gritan y publican eslóganes como “Palestina libre” o “Del río al mar, Palestina será libre”, a veces exhibiendo banderas de Hamás, pidiendo la expulsión o el asesinato de más de ocho millones de judíos israelíes, y comparando erróneamente las políticas de Israel con las políticas nazis, al tiempo que justifican los ataques a judíos por parte de Hamás.
Esta retórica antisemita pone en peligro la seguridad y la estabilidad de las comunidades judías de la región al legitimar los ataques antisemitas contra ellas. El antisemitismo relacionado con el Estado de Israel sostiene que, como pueblo supuestamente privilegiado, los judíos no tienen derecho al mismo grado de protección de los derechos humanos que se concede a otros grupos. “Todo el mundo es igual, pero algunos son más iguales que otros”, como escribió George Orwell en su clásico libro Rebelión en la granja.
Esta línea de pensamiento ignora la realidad de que los judíos no son un grupo homogéneo. Hay judíos blancos, morenos y negros, judíos conservadores y progresistas, judíos ricos y pobres.
La respuesta al creciente antisemitismo en las Américas debe basarse y construirse a través del diálogo, reforzando los esfuerzos globales para identificarlo y combatirlo, ya sea en su forma tradicional o en sus formas modernas, con la proliferación del discurso de odio a través de las redes sociales. Es a partir de esta construcción, después de todo, que lograremos un mundo más inclusivo y respetuoso.
La ilustración, la democracia, la educación contra la intolerancia y las fake news, así como la aplicación de la ley allí donde exista, son los instrumentos del trabajo que está llevando a cabo la Organización de los Estados Americanos (OEA), con sus Comisiones de Seguimiento y Combate al Antisemitismo.
Con respecto a este trabajo, incluso en estos tiempos difíciles, podemos estar orgullosos de algunos logros importantes. Hasta el momento, más de 40 Estados nacionales han adoptado la definición de antisemitismo de la IHRA, siete de ellos en las Américas, lo que proporciona una base concreta para la acción contra el antisemitismo, y más de 30 países reiteraron su compromiso respaldando las directrices mundiales para combatirlo a principios de este año.
Mediante el diálogo y el compromiso, conseguimos persuadir a la empresa Meta, que controla algunas redes sociales, para que incluyera en sus normas de moderación de contenidos el uso de las palabras «sionista» o «Zio» cuando significan antisemitismo, lo que nos ayuda a enfrentarlo y castigarlo incluso cuando está disfrazado. Tenemos que ampliar esto a otras plataformas de medios sociales para derrotar a las noticias falsas y al racismo en el mundo digital.
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