Punto de inflexión. Por Pilar Rahola

Punto de inflexión. Por Pilar Rahola
Punto de inflexión. Por Pilar Rahola

Aunque es desgraciadamente inevitable que en breve se cree un relato público inspirado en concepciones ideológicas de izquierdas, tan simplista como de costumbre, lo cierto es que nadie debería acercarse al conflicto bélico entre Israel e Irán sin las tres previas que fijan la situación. La primera es incontestable y está profusamente demostrada por ingentes datos que explican la conflictividad en la región: esta guerra hace años que dura, aunque casi siempre se ha producido mediante los intermediarios que Irán tenía en la región, a través de Hizbulá, dirigido y financiado por Irán, con un ejército de más de 150.000 activos y cientos de miles de misiles, dirigidos contra Israel; a través del régimen de los Asad en Siria, fundamental en la creación del pasillo iraní hasta el Mediterráneo; a través de los hutus de Yemen, utilizados como piezas menores para agravar la desestabilización, y en las últimas décadas, a través de Hamás y Yihad, los proxis de Irán en Gaza. En todas las ocasiones, Israel ha estado combatiendo con Irán, el auténtico mastermind de los intentos de destrucción del Estado hebreo, objetivo que ha mantenido desde el nacimiento del régimen, en 1979. De hecho, ha sido tan claro el dominio iraní en el conflicto con Israel, que no era imaginable ningún proceso de paz con la cuestión palestina si no se ratificaba desde Teherán. Sin embargo, pese a la beligerancia del régimen de los ayatolás, no ha sido hasta después del 7 de octubre cuando se han producido los ataques directos de Irán y la respuesta israelí, cuando se han medido las fuerzas directamente. Es, pues, una guerra antigua perpetrada de forma lateral —como ocurría a menudo con los satélites soviéticos en la época de la Guerra Fría—, que ahora entra en una fase frontal, no sabemos si definitiva.

La segunda previa está corroborada por la propia agencia de energía atómica (OIEA), que el jueves alertaba de un «rápido desarrollo del arma nuclear iraní», que ya había traspasado el límite del 60% de uranio enriquecido. Rafael Grossi, el director general de la OIEA denunciaba que «Teherán ha almacenado 400 kg de uranio altamente enriquecido», que había creado una nueva planta de enriquecimiento de uranio, y que, más allá de los lugares declarados de Natanz, Fordow e Ishafan, la agencia había detectado presencia de partículas de uranio en sitios no declarados como Varamin, Marivan y Turquzabad. La realidad es altamente preocupante. Por un lado, gracias al virus israelí Stuxnet —creado conjuntamente entre EE. UU. e Israel—, se obtuvieron miles de datos que demostraban que Irán había encubierto su programa nuclear antes de firmar el famoso acuerdo de contención de 2015. Después, con la ayuda de decenas de agentes en el mismo Irán, donde Israel tiene un gran contingente de espías no israelíes, no en vano hay una fuerte oposición a los ayatolás —al igual que tiene en el Líbano, en su guerra contra Hizbulá—, se han obtenido miles de datos que han añadido alarmante precisión a la carrera nuclear de Irán.

Por Pilar Rahola.

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