En 2003, para la comunidad internacional el enemigo a derrocar era el tirano iraquí Saddam Hussein que había gaseado a su propio pueblo en acciones claramente definidas como «crímenes de guerra». Ahora es el sirio Bashar al-Assad. Ambos han liderado dos regímenes que han reprimido criminalmente a sus pueblos y cuyos últimos días presentan diferencias y semejanzas.
Tanto la guerra de Irak como la guerra civil siria se enmarcan en un contexto internacional convulso. Tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 contra Estados Unidos, el gobierno de George Bush puso en marcha una guerra contra el terror que, un año y medio después, desembocó en la guerra de Irak y la caída de Saddam Hussein, uno de los dictadores mas criminales que registra la historia del mundo árabe.
En el presente, Siria vive uno de los episodios más dramáticos de lo que se conoce como la guerra civil más cruenta en país árabe alguno en la era moderna. Bashar al Assad ha superado las atrocidades cometidas por Saddam Hussein en Irak y demostrado inusitada crueldad que ya no deja lugar a duda sobre sus crímenes de guerra contra su propio pueblo al utilizar -por segunda vez- armas neurotóxicas en la ciudad de Jan Shijún, provincia del Idlib.
El bombardeo del pasado martes, que según las cancillerías de la comunidad internacional fue ejecutado por aviones del régimen sirio que utilizaron bombas químicas con gas nervioso sarín, dejó como saldo provisional 83 civiles muertos, entre ellos 20 niños y 240 heridos, «la mayoría de gravedad y con escasas probabilidades de rehabilitación completa», según informes médicos que publicó el Observatorio de Derechos Humanos Sirio.
Tanto Bashar al Assad como Saddam Hussein, reprimieron, masacraron e incluso gasearon a sus pueblos desde la doctrina del panarabista y socialista partido Baath, lo que es el equivalente al partido nacional socialista alemán. Al igual que los nazis, sus crímenes masivos son políticos, raciales y religiosos.
Ambos pertenecen a familias de sectas minoritarias que han reprimido salvajemente a la mayoría étnica de sus respectivos países. La de Saddam, sunita, persiguió y elimino desde el gobierno a kurdos y chiítas. La de Assad, alawita, que cuenta con el apoyo de chiítas y drusos, se encuentra enfrentada con la oposición, formada por la mayoritaria comunidad sunita siria que ha sido históricamente discriminada y ahora perseguida y asesinada por el régimen del mismo modo que Haffez al-Assad (padre) y Bashar asesinaron a miles de cristianos y sunitas en Líbano desde que invadieron al país de los cedros en 1978. Incluso asesinaron dos presidentes libaneses cristianos por oponerse a la invasión y los crímenes sirios y de sus aliados, los terroristas palestinos de Yasser Arafat en el país (Bachir Gemayel, asesinado el 14 de septiembre de 1982 y René Mouawad, muerto el 22 de noviembre de 1989).
El anterior presidente de EEUU, Barack Obama, mostró siempre un rechazo a seguir con la política bélica de su antecesor, George Bush, circunstancia que determino su gestión del conflicto sirio en un profundo fracaso estadounidense. De hecho, en todo momento Obama fue reticente a una intervención armada en Siria, aunque estableció en su tiempo, como «líneas rojas», el uso de armas químicas. Sin embargo, cuando estas fueron utilizadas por primera vez por el dictador sirio, Obama no hizo nada al respecto. Hoy la reacción de la administración del presidente Trump ha sido muy distinta, el ataque y bombardeo sobre objetivos militares sirios no se hizo esperar, 59 misiles Tomahawk cayeron ayer sobre almacenes militares y cuarteles de tropas sirias como un mensaje muy claro de la administración estadounidense al dictador Assad.
El diario libanes An Nahar publicó que «el ataque con armas neurotóxicas lanzado el martes sobre la población civil en Idlib y en el que murieron casi 20 niños y unos 60 adultos, muestra gran cantidad de evidencias de haber sido perpetrado por el régimen sirio». Y al mismo tiempo publica un comunicado de la oposición siria mencionando la obligación de EEUU de ayudar al pueblo sirio ante «el genocidio que Bashar al Assad ha lanzado sobre civiles inocentes».
Para el Daily Star de Beirut: «En contra de cualquier decisión que tome la actual administración del presidente Donald Trump juegan los fantasmas de Irak y Afganistán y una población estadounidense a la que el conflicto sirio prácticamente ya no le interesa, puesto que según una encuesta del Washington Post, sólo el 16% de los estadounidenses cree que su país debería entrar en Siria. Pero la comunidad internacional no puede mirar para otro lado ante los crímenes de guerra que comete el presidente sirio». «No hay diferencia entre Saddam y Bashar», sostiene Daily Star, «ambos son criminales de guerra».
En Irak las cosas fueron diferentes, al menos en lo que a estrategia bélica se trata, la opinión pública mundial también era reacia a una intervención armada. Sin embargo, Bush hizo todo lo posible por invadir el país y la retórica de su lenguaje utilizaba en 2003 palabras claves como «democracia» y «libertad». Así, acusó al régimen de Hussein de financiar el terrorismo internacional y ser un régimen brutal que asesinó dos poblaciones kurdas completas con armas químicas.
Como entonces, en lo que se refiere a la búsqueda de una posición común contra Bashar al Assad, la evolución ha sido parecida, aunque en este caso ha sido la constante negativa de China y Rusia, la que la ha impedido una decisión en el seno del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
En plena investigación de la ONU sobre el uso de armas químicas y crímenes de guerra por parte del régimen de Assad, pareciera que Moscú no dispone de mucho margen de defensa de su protegido Bashar.
En las cancillerías occidentales circulan rumores de que no es descabellado que el Reino Unido y Estados Unidos vuelvan a liderar una opción bélica contra la tiranía y el genocidio en curso por parte del dictador de Damasco.
Fuente: Infobae.com