Bejar. Por Jorge Rozemblum

Bejar. Por Jorge Rozemblum
Bejar. Por Jorge Rozemblum

Uno de los gentilicios que con una destacada frecuencia se ha transformado en apellido de judíos sefardíes hasta el día de hoy es Bejarano, refiriéndose al municipio (hoy una pequeña ciudad con unos 12 mil habitantes) de Béjar, en el límite sur de la provincia castellano-leonesa de Salamanca, lindando ya con las comarcas cacereñas más al norte de la zona de Extremadura, y a no más (en línea recta) de un centenar de kilómetros de la frontera portuguesa. Allí podemos encontrar indicios de presencia judía a partir del siglo XII, como una gran lápida sepulcral de granito con caracteres en hebreo, considerada la primera prueba física de la existencia de tal comunidad, pero sin duda la mayor huella judía en la historia de la ciudad se produce a partir de 1391, cuando el odio antijudío se extiende como la pólvora por la Península Ibérica y provoca terribles matanzas en prácticamente toda su geografía, vaciando los barrios judíos (o juderías) de las principales urbes, como Toledo o Barcelona. Los sobrevivientes huyen despavoridos y se asientan, de la manera más discreta posible, lejos de grandes aglomeraciones y cerca de las fronteras de reinos vecinos que puedan proporcionarles una vía de escape en caso de nuevos pogromos. 

Aquellos primeros indicios hebreos que apuntamos coinciden con la campaña de reconquista de los reyes cristianos de aquellos territorios largamente ocupados por musulmanes. Ya entonces las fuentes historiográficas apuntan a que hubo familias judías entre los repobladores de la urbe bejarana y que quizás se unieron a otras que ya vivían allí durante el dominio islámico. La relevancia de esta presencia temprana queda plasmada en los fueros, las leyes especiales que se dictan, y que incluyen para Béjar casi medio centenar de capítulos que hacen referencia a los judíos. Entre las normas que se recogen están que se les permitía jurar ante la Torá en los juicios o disputas que tuviesen, incluso aunque la otra parte fuese un cristiano, y también se señalaban los días en los que podían acceder y usar los baños públicos, que eran los viernes y los domingos. Ello es una señal de la presencia continua de estos pobladores en la zona al menos durante tres siglos. Según un censo de 1290-1291, la aportación de los mismos en impuestos a la corona era notable. Además, la de Béjar no era una simple comunidad, era una aljama, es decir, que contaba con todas las instituciones propias de una comunidad judía como sinagoga, tribunal y juez, funcionando incluso con un cierto nivel de autonomía sobre muchas decisiones de la vida social, económica y religiosa de sus miembros.

Por ejemplo, Yitzhak Baer documentó en su Historia de los judíos en la España cristiana un proceso judicial llevado a cabo en la ciudad en el siglo XIV a un malsín (en español, derivado de la palabra hebrea malshín): un delator o colaboracionista de la judería, que llegó a demandar la intervención real. Sin embargo, como en el resto de aljamas judías vecinas, el proceso de abandono comunitario era imparable hasta los sucesos de 1391 que relatamos antes. A partir de entonces la población hebrea volvió a crecer, pero manteniendo un perfil cada vez más discreto, aunque hay documentos que atestiguan cómo los judíos de Béjar y la cercana Hervás “donaron” 400 maravedíes al conde de Plasencia para comprar el ajuar de su hija. Los impuestos son de nuevo los que llevan a la aljama de Béjar a otra relación, en este caso el Repartimiento hecho a los judíos del Rabí Jacob Aben Núñez, que consigna como en 1474 la aljama bejarana, que incluía a la mencionada Hervás, recaudó 7.000 maravedíes para el tesoro real. En los últimos años antes de la expulsión en 1492 se estima que la población judía de Béjar era la quinta parte de lo que llegó a ser en su momento de mayor esplendor. Por esas fechas tras la publicación del Edicto de Expulsión se conservan escrituras de venta de casas y terrenos hechas apresuradamente. También se sabe de algunos que se convirtieron e incluso de otros que volvieron a Béjar tras partir primero y haberse convertido después, mezclándose desde entonces con la población, de forma que, casi dos siglos después, el arcipreste de la iglesia de San Juan aseguraba que “los cristianos viejos en Béjar no son fáciles de hallar”. Aún en esa época se tiene noticia de causas inquisitoriales contra los llamados «criptojudíos», conversos que presuntamente mantenían costumbres y prácticas hebreas en secreto.

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La aljama de Béjar fue la cuna de algunos sefardíes ilustres como Hayyim ibn Musa (1390-1460), un importante médico, que atendió a miembros de la nobleza y la realeza, y que fue también un reputado comentarista bíblico que participó en numerosas disputas religiosas. Algunos de sus comentarios religiosos se reunieron en un libro, La lanza y el escudo. También nació en Béjar, si bien muy poco antes de la expulsión, Francés de Zúñiga, también conocido como Francesillo, cuya familia se cree que se bautizó a raíz del Decreto de Expulsión. Fue bufón al servicio del Duque de Bejar y llegó a estar durante seis años al servicio de Carlos I, periodo en el que escribió una crónica violentamente satírica sobre la corte del emperador que estuvo a punto de costarle la vida y que tuvo un tremendo éxito, pese a circular sólo como manuscrito (de hecho, no se imprimiría hasta el siglo XIX).

Hoy día, la “joya” de la judería de Béjar es el Museo Judío David Melul, un gran regalo que el propio David Melul hizo a una ciudad en la que estudió en su juventud y de la que se enamoró. El Museo está en una casa solariega del siglo XV, en el centro de una de las zonas monumentales de la ciudad. Está en la trasera del antiguo palacio de los Duques de Béjar y en sus tres plantas se puede encontrar una interesantísima colección sobre la vida de la España sefardí, antes y después de la expulsión de 1492, ya que hay salas dedicadas tanto a los conversos que se quedaron en nuestro país como a los que decidieron mantener su fe y emigraron. La colección incluye piezas excepcionales como una lápida sepulcral del siglo XII, elementos originales de las ceremonias religiosas judías, antiguas llaves de casas sefardíes, documentos relacionados con las comunidad judía, así como otras piezas que nos hablan de la vida cotidiana en la Edad Media, como monedas, piezas de joyería o alfarería.

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Aunque tradicionalmente se atribuía otra ubicación, los expertos sitúan actualmente el barrio judío de Béjar en la zona conocida como Barrio Nuevo, extramuros de la villa antigua, una zona a la que se accedería a través de lo que aún se conoce como Cuesta de los Perros y que se prolongaría hasta el convento de San Francisco. En cualquier caso, también se dice que lo más probable es que familias judías viviesen en otras partes de la villa, mezcladas con las cristianas. De hecho, hay restos de un buen número de casas de las familias judías y especialmente de las de las familias conversas, en las que las que, por ejemplo, los huecos para la mezuzá de las jambas de granito fueron reconvertidos en cruces de curiosas formas.

Jorge Rozemblum

Director de Radio Sefarad

www.radiosefarad.com

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