El asilo de Burzaco se convirtió en un cementerio de patrulleros

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En 1946, la AMIA abrió el asilo de Burzaco, un hogar para niños y ancianos. En un predio parquizado de 18 hectáreas, donado por un filántropo español a la comunidad judía, cabía todo: había pabellones, cocina, lavandería, dos templos, pileta y caminos.

Fue el lugar que rescató a muchos del horror del Holocausto, el sitio en el que dejaban el espanto atrás y les permitía soñar con una segunda vida. Para otros fue el refugio del hambre y el abandono. Para todos, una marca imborrable.

Fue un desarrollo ejemplar, al que llegaban los sobrevivientes de los campos de exterminio nazis. Además, allí empezaban a dejar el pasado atrás. Pero con los años sufrió lo que sufre casi todo en la Argentina: la crisis, la decadencia, el abandono.

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En el año 2008 se fue el último residente, y desde ese momento todo lo que podía ser vandalizado quedó a merced de los que entraban sin control. En algún momento se transformó en cementerio de autos de la policía bonaerense, que usó el lugar para desmantelar los patrulleros transformando el piso de uno de los templos en una fosa improvisada.

A un lado y al otro de donde estuvieron los antiguos caminos ahora emergen terraplenes informa TN. Debajo de ellos enterraron los vehículos policiales en desuso. Del antiguo esplendor del asilo para niños y ancianos israelitas solo queda el pórtico de entrada, y el recuerdo de los que pasaron por ahí.

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