“Ayer”, dijo el legendario político, “estábamos al borde del abismo, pero hoy dimos un paso de gigante hacia adelante”. La historia judía a veces da la impresión de precisamente eso: peligro, seguido de desgracia. Así se podría ver hoy.
Setenta y seis años después de su nacimiento, el Estado de Israel se encuentra profundamente aislado. Se enfrenta a misiles del la organización terrorista proiraní Hezbollah al norte y al sur con el grupo terrorista Hamás, dos grupos violentos, criminales, empeñados en destruirlo. Llevó a cabo varias campañas, la del Líbano en 2006 en el norte y varias otras en Gaza desde 2007 cuando el grupo Terrorista Hamas dio un golpe de estado en la Autoridad Nacional Palestina (ANP), con resultados no concluyentes, hasta los días de hoy. Irán, con la amenaza de armas nucleares, el cual entro en escena, cuando ataco a Israel en el mes de Abril pasado. Pocas veces su futuro le ha parecido tan arriesgado.
Al mismo tiempo, Israel se enfrenta a un coro de condenas internacionales por su intento de combatir al “nuevo” viejo terrorismo que, cruelmente, se refugia entre las poblaciones civiles. Si no hace nada, Israel no cumple el primer deber de un Estado, que es proteger a sus ciudadanos. Si haces algo, los inocentes sufren. Es un enigma capaz de dejar perplejo a la mente más creativa y atormentar la conciencia más escrupulosa.
Theodor Herzl pensaba que la existencia del Estado de Israel pondría fin al antisemitismo, a la judeofobia. Cuando el mismo, escucho en las calles de Paris, los gritos: “muerte a los judíos”, aquellos como el, que pensaron que la emancipación le traerían respeto, libertad, dignidad; en esas vociferas expresiones tomo consciencia que el Pueblo Judío, necesitaba un Estado.
Sin embargo, Israel se ha convertido en el foco de un nuevo antisemitismo, el hoy antisionismo. El surgimiento de una nueva forma del odio más antiguo del mundo, cuando el Holocausto es un recuerdo vívido, constituye uno de los fenómenos más impactantes de mi vida.
Sería terrible si estos fueran los únicos problemas que enfrenta el pueblo judío. Sin embargo, hay otros que te debilitan desde dentro. Está la crisis de la continuidad judía. En toda la diáspora, en promedio, uno de cada dos jóvenes judíos elige, mediante matrimonios mixtos, asimilación o desvinculación, no continuar la historia judía; ser la última hoja de un árbol que duró cuatro mil años.
Está el eclipse del sionismo religioso en Israel y de la ortodoxia moderna en la diáspora, los dos tipos de judaísmo que creían en la posibilidad de mantener las condiciones clásicas de la vida judía en el mundo moderno.
Los judíos o se están involucrando en el mundo y perdiendo su identidad judía, o están preservando su identidad y retirándose del mundo. Existen incesantes divisiones dentro del universo judío, hasta el punto de que resulta difícil a veces hablar de los judíos como un pueblo con un destino común y una identidad colectiva, los movimientos centrífugos, causan pavor en todos aquellos que de diferentes formas, caminos, trabajamos en aras de la homogeneidad del Pueblo Judío, en la continuidad, sin perder ese equilibrio, que tanto afirmaba el rabino y filosofo RaMbaM – Maimónides.
Porque está en juego algo más profundo, una cuestión fundamental y no resuelta que concierne al lugar de los judíos, el judaísmo e Israel en el mundo. “Una imagen nos aprisionó”, dijo Wittgenstein (fue un filósofo, matemático, lingüista y lógico austríaco, posteriormente nacionalizado británico. 1889 – 1951), hablando de filosofía. Creo que lo mismo se aplica a los judíos. La imagen de un pueblo solo en el mundo, rodeado de enemigos y privado de amigos, ha dominado la conciencia judía desde el Holocausto. Esto es comprensible. También es peligroso. Conduce a malas decisiones y corre el riesgo de convertirse en una profecía autocumplida.
Los judíos necesitan recuperar la fe; no la simple fe, el optimismo ingenuo, sino la creencia de que no están solos en el mundo.
Los Judíos a menudo perdían su libertad, pero, aunque sentían que “no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo (parafraseando las estrofas del Poema Litúrgico conocido como Adon Olam”), poseían una resiliencia interior que los protegía del miedo y la desesperación. No era una fe ingenua, pero tenía un poder extraordinario. Los judíos mantuvieron viva la fe. La fe mantuvo vivo al pueblo judío. La fe vence al miedo.
El miedo, por otro lado, genera una sensación de victimización. La víctima cree que está sola. Todos están en contra de ella. Nadie la entiende. Ella tiene dos opciones:
Acercándose a sí mismo o actuando agresivamente para defenderse. La víctima culpa al mundo, no a sí misma. De esta manera asume una actitud que se refuerza. La persona quiere que el mundo cambie, olvidando que quizás sean ellos quienes deban cambiar. Sus miedos pueden ser reales, pero victimizarse no es la mejor manera de afrontarlos.
El miedo es una reacción equivocada ante la situación de los judíos en el mundo contemporáneo. Analizando las noticias día a día, es fácil creer que estos son los peores momentos posibles; sin embargo, en cierto modo, son los mejores. Nunca antes, en cuatro mil años de historia, los judíos habían disfrutado simultáneamente de independencia y soberanía en Israel y de libertad e igualdad en la diáspora.
La existencia misma de Israel, en las sobrias páginas de la historia empírica, es un acontecimiento casi milagroso. Israel tiene que enfrentar guerras y terrorismo, pero ha transformado la situación judía, simplemente por existir como el único lugar donde los judíos pueden defenderse sin tener que depender de la buena voluntad, a menudo poco confiable, de otros. Al mismo tiempo, hay un florecimiento cultural, educativo e incluso espiritual de la vida judía en la diáspora que habría sido inimaginable hace un siglo.
De hecho, éste no es el peor de los tiempos, ni el mejor, sino el más desafiante. Hoy en día, los judíos se encuentran en una posición en la que rara vez, o nunca, han estado en cuatro mil años de historia. En Israel y la diáspora ven al mundo como iguales o, al menos, como judíos. ¿Lo que esto significa? Mucho, en una sola palabra: DIGNIDAD.
El argumento que planteo es que corremos el peligro de olvidar quiénes son los judíos, por qué existe el pueblo judío y cuál es su lugar en el proyecto global de la humanidad. En el pasado, los judíos sobrevivieron a catástrofes que habrían significado el fin de la mayoría de las naciones: la destrucción del templo de Salomón, el exilio babilónico, la conquista romana, las persecuciones de la época de Adriano, las masacres de las Cruzadas, la expulsión de España. Escribieron elegías; se lamentaron; ellos oraron. Sin embargo, no se dejaron llevar por el miedo. No se definieron como víctimas. No veían el antisemitismo como algo inherente a la estructura del universo. Sabían que su existencia tenía un propósito, que no vivían sólo para sí mismos.
Los judíos, en Israel y en otros lugares, necesitan recuperar el sentido de propósito. Hasta que no sepas dónde quieres estar, no podrás saber a dónde ir.
Hay un versículo de la Biblia citado más a menudo por los no judíos que por los judíos: “Sin visión profética el pueblo perece” (Proverbios 29:18). Sin embargo, son los judíos quienes deberían escucharlo. Eran un pueblo de visión, cuyos héroes eran visionarios. Esto nunca debería perderse. Con la visión de los primigenios lideres sionistas y su valentía, comparada, salvando las diferencias a muchos de nuestros ancestros Bíblicos, el Estado de Israel no existiría, y la dignidad que corono a los judíos de la diáspora no sería factible.
En el calor del momento, la gente hace lo que hizo la última vez. Vuelven a ser lo que eran antes. Elija el modo predeterminado. En las circunstancias actuales, esta reacción es errónea. Las cosas cambian. El mundo en el siglo XXI no es lo que era en el siglo XX o XIX. Las fronteras que, hace apenas unas décadas, parecían garantizar la seguridad de Israel no ofrecen defensa contra misiles de largo alcance. El nacionalismo secular del tipo que dominó el Medio Oriente después de la Segunda Guerra Mundial no es lo mismo que el terrorismo por motivos religiosos, y no se pueden abordar de la misma manera.
El viejo antisemitismo, producto del nacionalismo romántico europeo del siglo XIX, no es lo mismo que el nuevo, por viejos que sean los mitos reciclados. No se puede combatir el odio transmitido a través de Internet de la misma manera que el odio perteneciente a la cultura pública.
Las reacciones correctas una vez pueden ser incorrectas la siguiente. Esto se aplica a los judíos y al judaísmo hoy. Me preocupa la previsibilidad de las reacciones judías, como si el pasado todavía proyectara su sombra sobre el presente. Hoy en día, los judíos no son víctimas, no están impotentes y no están solos. Pensar de esta manera es contraproducente y disfuncional. El antisemitismo no es inevitable ni siquiera misterioso. Tampoco existe una ley de la naturaleza que dicte que los judíos deban pelear entre ellos, frustrar los esfuerzos de los demás y criticarse unos a otros sin piedad, como si todavía estuvieran en el desierto preguntándose por qué abandonaron Egipto.
El mundo ha cambiado, y los judíos deben cambiar, como siempre lo han hecho, volviendo a los principios fundamentales e indagando en el carácter de la vocación judía, “renovando nuestros días” – según la hermosa paradoja judía – “como fueron en otras épocas, en épocas de antaño”.
Creo que los horizontes temporales en el mundo judío –de hecho, en Occidente en general– son demasiado estrechos. Pensamos en el ayer, el hoy y el mañana, mientras que los enemigos de los judíos y de la libertad piensan en décadas y siglos, como solía afirmar Bernard Lewis (historiador y orientalista británico, 1916 -2018). En una batalla entre quienes piensan en el futuro cercano y quienes piensan en el futuro lejano, estos últimos ganan a largo plazo, casi por definición. Las tácticas no reemplazan a la estrategia; Los titulares de mañana no son el veredicto de la historia.
Los judíos estuvieron presentes durante dos tercios de la historia de la civilización. Es tiempo suficiente para saber que la vida judía necesita algo más profético que la gestión de crisis.
Es una historia de fe, una fe inusual, en la que D-os llama a un pueblo y le asigna la tarea de ser Su socio en la creación de vidas (y, en Israel, una sociedad) que se conviertan en un hogar para la Presencia Divina. Esta fe inspiró no sólo a judíos, sino también a la sociedad occidental, y las respectivas religiones monoteístas o Abrahámicas que surgieron en suelo judío, en la Tierra de Israel, así como a otros, que admiraban y porque no admiran en los judíos el amor a la familia, a la comunidad, a la educación y a la tradición, la búsqueda de la justicia, la pasión por el debate, y el sentido del humor, capaz de reír incluso ante la tragedia.
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Creo que esto no es accidental. El judaísmo nunca fue sólo para judíos. Contiene un mensaje para toda la humanidad, y gran parte del siglo XXI dependerá de la prevalencia de este u otro mensaje. Como escribió el célebre Thomas Cahill, en su libro traducción aproximada: Los regalos de los judíos (nombre en inglés: The Gifts of the Jews), en dicha obra habla de la dadiva del Pueblo Judío a la humanidad, la cual se engrandeció y progreso a partir de los dones del Pueblo Judío.
El mundo está atravesando un torbellino de cambios, a un ritmo rara vez visto antes.
En este momento histórico, quizás más que en cualquier otro del pasado judío, las palabras de D-os a Abraham, llamándolo a una vida mediante la cual “serán benditas todas las familias de la tierra”, resuenan con mayor intensidad. Los judíos son el pueblo global más viejo del mundo; podemos casi afirmar que el único. El pueblo que reconstruyo su existencia, que se rehízo a partir de las cenizas, después del Holocausto, el mayor crimen del ser humano contra el ser humano. Israel, bajo ataque casi constante durante setenta y seis años, mantiene una sociedad libre y democrática en una parte del mundo que nunca ha conocido estructuras sociales de ese tipo. Ha llegado el momento de que los judíos se liberen de sus miedos y recuperen sus fortalezas históricas, que dejemos de lado las rencillas, las políticas de pacotilla, la degradación del prójimo en beneficio de la nada, o peor en beneficio de nuestros enemigos, veamos la historia, observemos y leamos detenidamente lo sucedido cuando el Pueblo Judío entro en esas disputas aborrecibles, las consecuencias fueron nefastas.
Alan Dershowitz dijo que estamos entrando en una era de turbulencias. El antídoto contra el miedo es la fe, una fe que conoce los peligros, pero que nunca pierde la esperanza. Entiendo la fe no como certeza, sino como la valentía de vivir con la incertidumbre, la valentía que muchos judíos descubrieron en momentos difíciles, de angustia, de miedo, que los llevó a reconstruir sus vidas y su patria ancestral después del Holocausto, que hizo que generación tras generación transmitan el estilo de vida judío a sus hijos, conociendo los riesgos inherentes, pero siempre apreciando el privilegio del desafío. El pueblo judío es antiguo, pero todavía joven; un pueblo sufriente pero lleno de energía moral; ha conocido las peores aflicciones del destino y, sin embargo, continúa pudiendo alegrarse, siendo un símbolo vivo de esperanza, una esperanza basada en una fe autentica, milenaria y eterna como el Pueblo de Israel.
Por Rabino M.Ed. Ruben Najmanovich
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