
Gabriel Ben-Tasgal, experto en antisemitismo, radicalismo islámico y geopolítica del Medio Oriente, es autor de una decena de obras que desmontan prejuicios y desinformación sobre Israel y el pueblo judío. Desde hace años advierte sobre cómo el antisemitismo del siglo XXI adopta formas “progresistas”, enfocadas principalmente en demonizar a Israel. En esta entrevista, habla sobre su reciente campaña para que España sea suspendida o sancionada dentro de la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA), a raíz de las declaraciones del presidente Pedro Sánchez.
Gabriel, ¿qué te motivó a lanzar una campaña internacional para suspender a España de la IHRA?
La razón es sencilla pero grave: cuando el presidente de un país miembro de la IHRA acusa públicamente a Israel de cometer un genocidio —sin pruebas, y en un contexto propagandístico— está cruzando los límites establecidos por la propia definición de antisemitismo de la organización. No es posible participar en un organismo contra el antisemitismo y, al mismo tiempo, alimentar sus nuevas formas.
¿A qué se refiere exactamente esa definición que España estaría incumpliendo?
La definición de la IHRA es clara y ampliamente aceptada: considera antisemita comparar la política israelí con la de los nazis, negar el derecho del pueblo judío a la autodeterminación y aplicar dobles estándares que no se aplican a ningún otro país. Pedro Sánchez ha hecho las tres cosas en una sola frase. Eso no es diplomacia: es una irresponsabilidad que socava los valores democráticos que dice representar.
¿Por qué crees que el presidente español ha adoptado este enfoque tan hostil hacia Israel?
No se trata de una ocurrencia aislada. Sánchez se apoya políticamente en formaciones de extrema izquierda donde el antisionismo visceral es moneda corriente. Pero también hay un trasfondo histórico: España lleva siglos arrastrando una cultura de rechazo hacia el judío. Desde las conversiones forzadas bajo los visigodos, la Inquisición, la expulsión de los judíos, pasando por autores clásicos con un discurso judeófobo como Quevedo o Lope de Vega, hasta el franquismo, que sostenía la teoría del contubernio “judeo-masónico”. Hoy ese viejo antisemitismo se viste de denuncia política. Y ojo: hay una España que quiere romper con eso y que es profundamente amiga de Israel. Pero no es la que gobierna.
¿Qué papel juegan los medios de comunicación en esta narrativa?
Son cómplices activos. Titulares alarmistas, información sin contrastar, datos proporcionados directamente por Hamás, imágenes descontextualizadas… Todo eso forma parte de una estrategia de desinformación. Lo preocupante es que muchos periodistas ya no reportan los hechos: militan. Y al hacerlo, reproducen viejos mitos antisemitas en formato moderno. Hoy el libelo de sangre no habla de niños cristianos sacrificados, sino de niños palestinos. Pero el objetivo sigue siendo el mismo: deshumanizar al judío.
¿Cómo se distingue una crítica legítima de una forma encubierta de antisemitismo?
La crítica es necesaria y bienvenida, sobre todo en una democracia como Israel. Pero cuando esa crítica se vuelve selectiva, obsesiva y desproporcionada, ya no es crítica: es odio. Si Israel, que combate a un grupo terrorista como Hamás, es retratado como peor que el agresor, algo no cuadra. El único Estado judío del mundo no puede ser permanentemente demonizado mientras se excusa a dictaduras sanguinarias solo porque se declaran “antisionistas”.
¿Qué impacto esperas que tenga esta campaña?
Queremos que la IHRA actúe con coherencia. Si permite que sus miembros violen su definición de forma impune, pierde legitimidad. España debe ser advertida y, si no rectifica, suspendida. Al mismo tiempo, esto sirve para generar debate y educar. Muchos no saben que el antisemitismo moderno se esconde tras discursos humanitarios o de derechos humanos. Pero cuando esos discursos solo apuntan contra Israel y jamás contra los verdaderos criminales, estamos ante una forma refinada de odio milenario.
¿Ves posibilidades de que otros gobiernos se sumen a esta exigencia?
Sí. Hay países que entienden el peligro de normalizar este discurso. El antisemitismo nunca empieza con cámaras de gas: comienza con palabras. Si la comunidad internacional no traza límites ahora, mañana será tarde. Este no es un tema “judío”: es un tema de ética universal.
Y al ciudadano común, ¿qué mensaje le darías?
Que cuestione, que lea, que no se conforme con slogans emocionales. Que investigue qué pasa realmente en Gaza, qué papel juega Hamás, y cómo opera Israel en condiciones que ningún otro ejército occidental podría tolerar. Y que entienda que el antisemitismo no siempre grita con esvásticas: muchas veces habla con tono progresista, pero con el mismo veneno de siempre.
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