Desde que fue incluido a la programación de la Noche de los Museos concurro al Museo del Holocausto de Buenos Aires y así lo hice nuevamente la noche del sábado próximo pasado. Es un compromiso personal asumido en una noche que no es una más de las tantas en la Ciudad de Buenos Aires. Me hace sentir bien ser uno entre miles en ese momento de consternación, silencio, asombro, tristeza y por sobre todo reconocimiento que se da espontaneo frente al dolor sufrido y a la fortaleza de la reconstrucción. Al ejemplo dado en la búsqueda de la justicia por sobre la venganza, de la defensa de la dignidad humana y de nuestro pueblo.
Una vez más el Museo fue desbordado por una muchedumbre que emocionó. Para quien quiera y pueda verlo esa presencia plural, diversa y respetuosa se convierte en un mensaje alentador que dice que no todo está perdido ni tan malo como lo vemos o percibimos muchas veces.
La concurrencia masiva representa también una respuesta de aprobación, de agradecimiento a su existencia y un reconocimiento a la necesidad que de él tiene nuestra sociedad.
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Recorrí una vez más cada espacio sabiendo que en cada recorrida que hago en cuanta oportunidad tengo descubro algo no visto antes. Un momento, un hecho o una imagen que moviliza mil preguntas e infinitas reflexiones. La muestra siempre sorprende porque como sabemos, la Shoá es inabordable y por ello nos llama a investigarla, aunque sea imposible su abordaje completo, tanto como su comprensión humana.
Así, me detuve a escuchar a cada uno de los guías. Jóvenes voluntarios, de las escuelas, Martín Beber, ORT y Sholem Aleijem quienes me ayudaron en sobremanera haciendo gala de una preparación y un compromiso con la tarea encomendada que despertó admiración y respeto en todos nosotros. Los testimonios y las conversaciones de los sobrevivientes fueron esas clases magistrales dadas desde el alma que el público fue a buscar retribuyendo con afecto y admiración.
El Museo de la Shoá próximo a celebrar sus treinta años de vida, por su propuesta educativa y su diseño es sin duda uno de los mejores que existen en el mundo en la actualidad.
Pero en tanto museo sabemos que no es uno más. El museo es un lugar que enseña e invita a pensar a partir del encuentro del visitante con la página más horrorosa de nuestra historia contemporánea proponiendo una experiencia humana y sensible a partir de la exposición de los hechos de la historia y los testimonios, con absoluta rigurosidad. Por eso es más que alentador ser testigos de la decisión de tantos de invertir su tiempo, una noche de fin de semana, en saber, en conocer, en ser parte de una construcción ciudadana de convivencia y paz.
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Fueron muchísimos los que abarrotaron las instalaciones en un desfile sin fin. Una larga fila que daba la vuelta a la manzana durante gran parte del horario habilitado. El silencio solemne al ingresar contrastaba con la congoja y la emoción al retirarse. Lo vi, nadie me lo contó.
El Museo fue el sábado una voz potente de la Comunidad Judía en la Sociedad Argentina. Su mensaje contundente fue visto y escuchado por miles que con seguridad lo replicaran y así serán incontables los hombres y mujeres que se plantaran frente a la sinrazón del odio y la discriminación, que defenderán a capa y espada el imperio de la educación, la justicia, la liberad y respeto por las diferencias como valores permanentes e indispensables en nuestras vidas.
La noche de los museos en el Museo de la Shoá fue sin duda un capítulo más de la historia de victoria del pueblo judío y el mundo civilizado frente al nazismo, el antisemitismo, el negacionismo y sus seguidores.
Sin dudas, el Museo de la Shoá un lugar que todos debemos conocer, que todos debemos hacer propio.
Lic. Claudio Avruj – Presidente Honorario Museo del Holocausto